Clara O’Farrell es argentina, trabaja en la NASA y se especializa en diseñar paracaídas supersónicos
Se trata de Clara O’Farrell. La ingeniera participó del desarrollo del dispositivo que se utilizó para aterrizar el rover Perseverance en Marte. En diálogo con LA NACION contó cómo fue esa experiencia, en qué está trabajando ahora y cómo nació esta pasión por el espacio. El 12 de octubre dará una charla en el Campus Summit, en Buenos Aires, un evento organizado por el gobierno porteño que tendrá múltiples disertantes
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“Perdón por la tardanza”, se disculpa desde el otro lado de la pantalla Clara O´Farrell. Ella es ingeniera, argentina y trabaja en la NASA. Se hizo conocida por haber participado del diseño del paracaídas supersónico que se utilizó para aterrizar el rover Perseverance en Marte, en febrero de 2021.
La entrevista se hizo por videollamada: O´Farrell desde su espacio de trabajo en el mítico Jet Propulsion Laboratory (Laboratorio de Propulsión a Chorro) de la NASA, en California; y quien escribe, desde su escritorio, en Buenos Aires. Hay una separación de más de 10.000 kilómetros de distancia, pero ese espacio se hace imperceptible a medida que avanza la conversación. Las risas, el lenguaje y los modismos muestran que la “argentinidad” está intacta en esta mujer que ya lleva diez años desarrollando paracaídas supersónicos.
La tardanza a la que ella hace referencia son apenas unos cinco minutos. Nada demasiado grave. Pero a lo largo de la entrevista se disculpará en más de una oportunidad. Así deja ver que, para ella, la puntualidad es importante. Minutos más tarde compartirá que poco tiempo antes de sumarse a la videollamada había estado realizando unas pruebas con colegas, en el marco del desarrollo de sistemas de descenso y aterrizaje que están ideando para la próxima misión. Quizás fue eso lo que la demoró: su trabajo para la próxima misión a Marte. Una tardanza más que justificada.
“Recién estábamos en el techo del edificio, probando un par de cámaras que queremos usar para este experimento. Para eso estuvimos pinchando globos frente a las cámaras de alta velocidad para ver cómo grababan. Alguien trajo las agujas de tejer de la casa; otro trajo los globos de los chicos y todos estábamos en el techo pinchando globos. Esto por si alguno tiene dudas respecto de cuán sofisticada es la vida en la NASA”, cuenta, entre risas.
De Buenos Aires a New Jersey
O´Farrell vivió en la Argentina hasta los 19 años. En ese momento decidió ir a los Estados Unidos para estudiar Ingeniería Mecánica y Aeroespacial en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. Cuando egresó realizó un doctorado (PhD) en Control y Sistemas Dinámicos en el Instituto de Tecnología de California (Caltech). En 2013, con 27 años y tras finalizar el doctorado, comenzó a trabajar para la NASA.
Cuenta que cerca del 25 o 30% del personal técnico en su espacio de trabajo son mujeres. “No vamos a decir que hay paridad pero de a poco la proporción va subiendo. Me parece que está buenísimo que las misiones como el Perseverance tengan la exposición que tienen, porque así las mujeres se dan cuenta de que acá hay lugar para nosotras, que se puede, y que vale la pena. Me encantaría poder ver más mujeres acá”, subraya.
Dice que las etiquetas y los mandatos sociales pueden ser la peor limitante para el desarrollo personal o laboral. “Creo que lo más difícil son esos estereotipos que se te meten en la cabeza aunque no quieras, aunque veas que no es racional y no quieras”, explica.
Se reconoce como una persona afortunada, porque ha tenido el sostén de familia y todo su entorno para apostar a lo que le gustaba hacer, pero entiende que ella es la excepción y no la regla. Ahora busca contar su historia para motivar a las próximas generaciones, sobre todo a las mujeres, así como a quienes por el motivo que sea duden de sus posibilidades o capacidades. Lo importante es no dejar que los miedos y las etiquetas actúen como trabas para animarse a ir al infinito y más allá.
Con esto en mente es que preparó una charla que dará en Buenos Aires el 12 de octubre en el marco del Campus Summit, una versión renovada del clásico evento de tecnología, emprendedorismo e innovación Campus Party, que se llevará a cabo en el Centro de Eventos y Convenciones (CEC).
“Creo que llegó el momento de retribuir toda la suerte que tuve yo. Tengo mucha gratitud por la gente que me dio una mano, que me apoyó: profesores, padres… ellos hicieron toda la diferencia. Y es mi responsabilidad ahora darle una oportunidad a la próxima generación, contribuir a que tengan lo mismo”, dice. “Espero poder compartir este entusiasmo, y que sea contagioso”.
Del sueño de ser bióloga a trabajar como ingeniera de la NASA
De chica pensaba en ser bióloga marina, porque le gustaban los animales; pero después se dio cuenta que esa profesión era mucho más que eso. “Me gustaba la ciencia; entonces, en quinto año, mientras hacía la orientación vocacional, pensé que las opciones eran Medicina o Ingeniería. Me decidí por la segunda, pero recién cuando llegué a EE.UU. vi que existía la posibilidad de trabajar en el entorno aeroespacial”, cuenta, en diálogo con LA NACION.
Hasta ese entonces, pensar en trabajar en la NASA le parecía “agarrado de los pelos”, inviable. “Para mí el espacio era Apolo 13, algo que había pasado hacía mil años. No era parte de mi vida, no sabía que se podía trabajar de esto todos los días. Cuando llegué a Estados Unidos, en 2004, había dos misiones de la NASA que estaban llegando a Marte y me comencé a interiorizar. Supe que había todo un equipo que se encargaba de esos proyectos. Todo ese trabajo me pareció interesante”, recuerda.
Y añade: “Acá uno de mis grandes referentes fue el ingeniero argentino Miguel San Martín, que es una persona que acá en JPL es un titán”. Miguel San Martín participó en el diseño y desarrollo de diversos sistemas de control para vehículos de exploración de la NASA y actualmente se desempeña en JPL como Jefe de Ingeniería para el Guiado y Control de Sistemas de Navegación.
“Está buenísimo que cuando digo ‘soy argentina’, acá me dicen: ‘ah, sos del país de Miguel’. Es casi como Messi o algo por el estilo. La verdad es que llevo con mucho orgullo la argentinidad. Creo que hay cosas de ser argentino que nos ayudan. Nosotros acá (los investigadores) pasamos mucho tiempo juntos. Durante diez o quince años estamos en un mismo proyecto, somos como una familia. Y eso de ser argentino y tener familias enormes, con treinta primos, creo que ayuda mucho a la dinámica de trabajo”, reflexiona.
También cree que le dio una resiliencia y capacidad de adaptación que juegan siempre a favor en cualquier tipo de contextos. “Mi idea de lo que es una crisis es un poquito distinta a la que tienen los estadounidenses. Yo viví hasta los 19 años en Argentina, pasé el 2001, y eso de abrir el diario y preguntarse: ‘a ver ¿quién es presidente hoy’’”.
Cómo es un paracaídas supersónico
La atmósfera de Marte es muy tenue, tiene una presión de 6,518 milibares, mucho menor a la de la Tierra, que es de 1014 milibares. El hecho de que el Planeta Rojo tenga una presión tan baja es una dificultad a la hora de aterrizar.
“Como la atmósfera de la Tierra es tan densa, cuando regresan los astronautas despliegan los paracaídas y se pueden dar el lujo de bajar la velocidad, desacelerar el descenso usando la resistencia que produce el aire. En Marte la situación es diferente, porque la atmósfera no produce tanta resistencia. Allí se desciende a una velocidad de 7 kilómetros por segundo”, explica O´Farrell.
Para sortear esta dificultad tuvieron que desarrollar un paracaídas supersónico, que fuera capaz de permitirle al rover (que pesa aproximadamente una tonelada) descender con suavidad, y sin romperse. No fue tarea fácil generar un diseño resistente que pudiera bajar a tanta velocidad, con muy poca resistencia atmosférica a raíz de la baja presión.
El paracaídas que se usó para aterrizar el Perseverance tenía 21,5 metros de diámetro y estaba hecho con nylon, kevlar y technora, que resultaron ser materiales muy resistentes. O’Farrell cuenta que empezaron a trabajar en ese proyecto en 2015 para un lanzamiento que se hizo 6 años después.
“Hacer el paracaídas en sí tomó más o menos 3 meses. Es todo un arte. Lleva un montón de costureros que se ocupan de manejar las máquinas de coser industriales. Pero lo que más tarda es el proceso de diseño y las pruebas para que salga todo bien”.
Llevar adelante las pruebas es una aventura en sí misma. Cuenta, por ejemplo, que testearon el paracaídas en lo que describe como el “túnel de viento más grande del mundo”. Se refiere a las instalaciones del Complejo Aerodinámico Nacional a Gran Escala (NFAC, por sus siglas en inglés), que está ubicado en el centro de investigaciones Ames de la NASA, en Moffett Field, California.
NFAC se utiliza especialmente para hacer pruebas de paracaídas, turbinas eólicas, helicópteros, entre otros. Cuenta con dos grandes secciones de prueba y un sistema común de transmisión de seis ventiladores. El circuito de túnel de viento es capaz de proporcionar velocidades de prueba de hasta 300 nudos o más de 555 kilómetros por hora.
“Es como un embudo enorme que absorbe un montón de aire y crea un flujo de aire a gran velocidad que permite inflar el paracaídas en condiciones controladas. Después también hicimos pruebas supersónicas. Pusimos el paracaídas a bordo de un cohete sonda que llegó a unos 50 km de altura. Cuando estaba en 45 aproximadamente desplegamos el paracaídas, porque la idea es que a esa altura la atmósfera terrestre se parece más a la de Marte. En total hicieron unas 10 pruebas”, detalla la ingeniera.
Lo que se viene
Hace unas semanas se supo que el Perseverance encontró materiales orgánicos en Marte, lo cual es un indicio de que pudo haber vida en ese planeta. Este hallazgo despierta muchos interrogantes: ¿qué tipo de vida? o ¿se extinguió? son algunos de ellos. El paso siguiente es ir a buscar esas muestras para estudiarlas en mayor profundidad.
“Tenemos que desarrollar un nuevo paracaídas supersónico que va a ser más grande y más fuerte, para aterrizar el pequeño cohete, que irá a recolectar las muestras a Marte”, cuenta. La idea es que esa misión ocurra en 2028, dice. Falta tiempo, pero ella bien sabe que estas misiones requieren años de preparación.
Amor por los alfajorcitos de maicena y miedo a las montañas rusas
Cuando se le pregunta si le gustaría ir al espacio responde, sin dudar, con un rotundo “No”. Y añade: “La gente por ahí tiene la idea de que somos todos Neil Armstrong, pero no es así, acá hay gente haciendo de todo (ingenieros, contadores, abogados). Yo soy una apasionada del espacio, pero soy re cobarde físicamente: no me gustan las montañas rusas, ni cuando alguien maneja rápido”.
Dice que lo que más le gusta de su trabajo es la posibilidad de toparse con la novedad de manera constante. “Me encanta que casi todo lo que hacemos nunca se ha hecho antes, entonces estamos todo el tiempo resolviendo cosas nuevas. Y está buenísimo sentirse parte de un equipo”.
También disfruta su rutina laboral, que de rutina tiene poco. Lanzar cohetes a la estratósfera parece un sueño hecho realidad. Además, hacer esos experimentos en edificios increíbles como el túnel gigante de viento le sigue resultando súper emocionante.
Queda claro que para trabajar en la NASA, es necesario tener capacidad y disfrutar del trabajo en equipo. ¿Algo más? “Estar dispuesto a enfrentar desafíos nuevos, resolver problemas y ver hacia dónde te llevan las cosas”, concluye y se despide con una sonrisa. Quizás luego vaya a reunirse con su equipo para trabajar en la próxima misión a Marte.
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