“Así crío a mis hijos sin pantallas: no usan celular, tableta ni computadora”
Sole Domínguez y su pareja han optado por sacar todos los dispositivos digitales de la educación de su familia: aquí explican por qué, cómo y para qué lo hacen
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El fotógrafo de EL PAÍS Fernando Domingo-Aldama tomaba fotos de Sole Domínguez y su familia en su piso de Getxo (Bizkaia). Cuando acabó, los dos niños, de siete y cinco años, corrieron a ver cómo habían quedado los retratos en la pantalla de la cámara. “¡No!”, gritó Sole, pero era demasiado tarde. El fotógrafo ya les enseñaba una a una las imágenes que había sacado.
La pelea contra las pantallas en casa de Sole, de 44 años y abogada en una entidad bancaria, y su pareja, Íñigo, tiene varias razones y unos objetivos concretos. Aunque sus hijos (ambos de sexo masculino) cumplirán este año ocho y seis años, siguen siendo pequeños, y ahora está embarazada del tercero. La aparición del celular en sus vidas parece aún lejana, pero Domínguez prepara ya ese momento con argumentos contundentes.
La evidencia científica hasta hoy es tajante en cero pantallas antes de los dos años: “Desde la psicología evolutiva, se pide al menos una moratoria completa los dos primeros años de vida, nada de exposición”, afirma Arminda Suárez, profesora del Departamento de Didáctica e Investigación Educativa de la Universidad de La Laguna (Tenerife). A partir de ahí, la preferencia es por poca pantalla hasta los seis o siete años, y siempre con contenido adaptado a su edad y bajo control parental.
Junto a su familia, Domínguez ha optado por reducir esa exposición todo lo que sea posible, con estos criterios básicos:
1. Los padres deben estar de acuerdo
Hoy hay pantallas en todas partes. El requisito previo de Domínguez para tratar de suprimirlas en casa es que los padres no solo las controlen, sino que apenas las usen: “Los padres tienen que estar alineados. Ni Íñigo ni yo hemos sido nunca personas demasiado tecnológicas”, dice. “Yo no tengo WhatsApp. Lo tuve un tiempo y vi que era una interrupción constante. Íñigo nunca ha tenido WhatsApp. Tiene Facebook porque lo usa para el trabajo, pero no somos amigos en Facebook”, añade.
El siguiente objetivo es predicar con el ejemplo: no usar pantallas en presencia de los niños. “Cuando estoy con mis hijos, el teléfono suele estar en silencio. Si es una llamada urgente, procuro hacerla sin que estén ellos. Si a lo mejor estamos en el parque, me aparto. Pero nunca estoy mirando la pantalla con mis hijos delante. Cuando ven el celular no les llama la atención porque no saben lo que hay ahí. Íñigo no tiene smartphone, tiene un móvil para llamar y enviar SMS”, explica.
2. Pero todo esto por qué
Además de ser poco tecnológica, Domínguez tuvo escasa relación con la televisión convencional desde que salió de la casa familiar. Las pantallas le han aportado poco. Además, al nacer sus hijos se informó: “Cuando nació el primero en 2014, empecé a informarme un poco. Encontré estudios que dicen que es mejor que los niños no vean pantallas hasta los dos años. Ninguno de mis hijos ha visto nada de tele hasta pasados los dos años”.
Ni televisión ni nada: “El móvil cero. No tenemos tableta. La computadora, también cero”, asevera.
Después de los dos primeros años, Domínguez matizó algo sus motivos: “No soy antipantallas, sino antipantallas estupidizantes y, sobre todo, estoy a favor de despertar la capacidad de concentración. Me gusta que, cuando mis hijos se entretengan con algo, estén concentrados en eso. Si les pusiera una película y no prestaran atención, la quitaría”.
Suárez, la profesora, aporta contexto a los motivos de Domínguez: “Desde los dos a los cinco o seis años, es aceptable cierta exposición muy medida, siempre con la presencia de los padres. Las tabletas y móviles desde la literatura científica se intentan evitar porque pueden interferir en el desarrollo cognitivo y sobreestimular”.
3. Cómo es una semana sin pantallas
La teoría está muy bien. Falta la práctica. La familia dedica bastante tiempo a planificar los momentos con y sin pantallas. Los niños, de lunes a jueves, aprenden música, chino, ruso y francés. Además, entre semana, “juegan, leen, salimos al parque, dibujan, vemos amigos”, enumera.
Las pantallas llegan el fin de semana, siempre bajo un control estricto: “El fin de semana vemos alguna peli, mucho cine clásico y de aventuras: El gran dictador, En busca del fuego, Con faldas y a lo loco, Indiana Jones. Hay películas que tenemos que parar y explicarles algunas cosas”.
Los festivos llegan algunos capítulos de dibujos, pero siempre escogidos por los padres sin participación de los pequeños y en la tele, sin la infinita oferta de YouTube o Netflix: “El sábado por la mañana, les puse una peli de dibujos en francés en DVD y el domingo les puse dos capítulos de Bandolero”, recuerda Domínguez. “Lo que intento cuidar al máximo es que no vean publicidad. Yo pongo esto: aquí empieza y aquí acaba. No pongo un video de YouTube en el que salen cien mil cosas”, describe.
4. La importancia de lo real
Además de la concentración, otra preocupación de Domínguez es la falsa percepción de la realidad que ofrecen las pantallas. “Quiero que mis hijos estén en contacto con la realidad, con la imagen real de las cosas, para desarrollar la vista en 3D y ver el color natural de las cosas”, afirma. “Los dibujitos del móvil tienen unos colores, brillos, luces, que luego la realidad, la naturaleza parece aburridísima”, asegura.
La sobreestimulación tiene desafíos claros, según investigaciones recientes: “Las imágenes y la música pueden sobreestimular y provocar problemas en el desarrollo del aprendizaje. Interfieren sobre todo en la capacidad de atención, en no terminar las actividades. Como está muy estimulado, tiene que pasar de una actividad a otra rápido y estar continuamente motivando con juegos y actividades”, describe Suárez.
5. ¿Y si fuera un bicho raro?
La postura de su familia con las pantallas ha llevado a Domínguez a tener que explicarse ante otras familias, que la han tratado de bicho raro o antiprogreso: “Me han dicho que voy en contra del progreso. ¿El progreso era esto?”, se pregunta. “No me siento rara. Es una manera de educar a tus hijos, que es personal y privada y que la gente no suele juzgar”, opina.
Pero en el fondo sí que sus preferencias hacen que otras familias sean suspicaces: “Sí que te cuestionan un poco, pero ¿por qué? Por múltiples razones, sobre todo quiero que mis hijos desarrollen el pensamiento crítico. Un ejemplo. Ayer mi hijo mayor me dice: ‘Mamá, nos han puesto una canción en clase y uno de mis compañeros ha dicho que no le gustaba porque no tenía likes’. Le he tenido que explicar que las cosas te gustan o no, en función de una serie de parámetros más sutiles, distintos del criterio numérico, y sobre todo que las cosas no son me gusta o no, sino me gusta por esto o lo otro”, añade.
6. Videojuegos, también cero
Los videojuegos se incluyen, lógicamente, en la lista de pantallas desaconsejables para Domínguez. “Me parecen la cosa más excitante, adictiva. Los videojuegos en general están hechos para eso, si quieres tener un niño alterado, déjale una consola tres horas”, opina. “Mientras está jugando y machacando a sus enemigos está atacado. Está con la adrenalina y una sobreestimulación, para mi gusto, innecesarias”, remacha.
Prefiere claramente el juego más tradicional: “Me encanta que jueguen. Suelen jugar con sus soldados y piratas a guerras y aventuras. Tienen sus Lego, sus Playmobil, juegos de cartas, de mesa. Los niños quieren tiempo y atención. Un niño no te va a decir papá, vete de aquí, prefiero ver una peli a que tú estés jugando conmigo”.
7. Quién controla el colegio
A pesar de este control familiar en casa, hace unos días el mayor vino del colegio y contó que habían estado jugando al Minecraft, un videojuego muy célebre. A Domínguez no le hizo gracia.
“En el cole no hay ninguna regulación, pero bueno, los profesores antes fumaban también en clase y yo tenía profesores que pegaban. La sociedad va avanzando y creo que en algún momento se regulará también el tiempo de exposición y los contenidos, porque estás a expensas de lo que quiera el profesor o el cuidador”, critica. “También sale una persona que lleva las TIC [nuevas tecnologías] y te explica que es pedagógico, que La Patrulla Canina es pedagógica. Todo puede tener un fin pedagógico. Que no digo que no sea así, pero [Rafael Sánchez] Ferlosio ya dijo que Disney había provocado más cáncer cerebral que cualquier otra cosa en la mente de los chavales”, añade.
Aunque es en el colegio también donde tocan por primera vez algunos recursos informáticos: “El mayor está aprendiendo Word, Google y busca cosas que le interesan. No será un analfabeto digital”, asegura.
8. ¿Cuándo llegará la edad del celular?
Los hijos de Sole e Íñigo son aún pequeños. Pero la edad del primer celular se va acercando. Los 12 años, con el paso al instituto, es la edad habitual en España. Para la profesora Arminda Suárez, el reto del móvil no es tanto el aparato en sí como las redes sociales: “El adolescente crea su personalidad, su autoestima. Si todo eso se hace en presencia de redes de forma negativa, esa percepción será negativa también”. En su opinión, retrasar el acceso a redes está bien: mejor primero “un teléfono utilitario (solo para comunicarse con los padres) sin conexión a internet”, aconseja.
Domínguez intentará esperar hasta los 18. “Mi deseo sería que mis hijos no tuviesen celular hasta los 18 años. Igual que no pueden tomar alcohol. Un móvil es un mecanismo de adicción: a los videojuegos, a las redes sociales, capaz de provocar ansiedad. Me parece que es un aparato demasiado poderoso para que un menor de edad disponga de algo tan complejo donde tiene acceso a todo tipo de contenidos”, argumenta.
“¿Para qué necesita un niño un smartphone? Porque si me dijeras que es para llamar y mandar mensajitos a sus amigos, pero no es cierto. Ellos lo quieren para exponer su imagen, su privacidad, manejarse en las redes. De ahí vienen muchos problemas que no se están queriendo ver. Le quitas a un chaval de 16 años el móvil y su reacción es como un yonqui cuando le quitan la droga”, afirma.