Apple y Google quieren salvar el mundo: no los perdamos de vista
"Apple y Google se asocian para rastrear contactos por la pandemia" son las once palabras más tenebrosas del castellano, según el crítico Evgeny Morozov.
Claro que esta es una exageración —alcanza con leer cualquier titular de los últimos dos meses para encontrar ejemplos de noticias más terribles— pero hay algunas buenas observaciones que podemos hacer sobre lo que podría implicar el esfuerzo conjunto de estas empresas.
En resumidas cuentas, lo que esta iniciativa conlleva es que cualquier persona con un teléfono celular pueda ser alertada en caso de haber estado cerca de alguien que haya dado positivo de Covid-19, la enfermedad respiratoria a veces mortal provocada por el nuevo coronavirus.
Esto obedece a que, según los especialistas en salud, en la contención de la pandemia las dos herramientas más poderosas son el distanciamiento social y el rastreo de contactos. Y de ellas depende la posibilidad de un eventual retorno a la normalidad, aunque lo más probable sea que el nuevo normal nada tenga que ver con lo que conocíamos.
Gemelos fantásticos, ¡actívense!
Como ambas compañías se apresuraron a aclarar, el propósito no es rastrear la ubicación actual o la identidad de los usuarios sino únicamente capturar datos acerca de qué teléfonos estuvieron cerca de otros, aprovechando la tecnología Bluetooth que muchos celulares poseen.
El plan tendrá dos etapas. En la primera, a presentarse en mayo, se incorporará una API (en pocas palabras, el modo en el que las máquinas se comunican entre sí) que proveerá de las funciones para el rastreo de contactos por Bluetooth. Esto hará posible que las autoridades sanitarias –o privados autorizados– de cada país puedan lanzar aplicaciones con esta función. Ambas compañías se comprometen a revisar las aplicaciones que se ofrezcan, muy probablemente permitiendo una sola por país.
En la segunda etapa implementarán la funcionalidad de rastreo de contactos directamente en sus sistemas operativos. Con el anuncio se presentaron versiones preliminares de las especificaciones técnicas, que describen de qué modo se utilizará la tecnología Bluetooth, cómo se garantizará la privacidad de las comunicaciones, y cuál será la información que se intercambiará entre teléfonos y con los servidores que apoyen esta tecnología. Esta función ya no requerirá de una app específica para funcionar.
En ambos casos, el uso de la funcionalidad será opt-in, esto es, cada usuario deberá elegir explícitamente si desea participar. Sin embargo, y como es de esperarse, podrían presentarse escenarios en los que la presión para participar termine disolviendo el aspecto voluntario. En la Argentina, por ejemplo, desde el 23 de marzo es obligatorio el uso de la aplicación de autodiagnóstico de COVID-19 del Ministerio de Salud para toda persona que ingrese al país.
Es razonable esperar que, una vez implementada la capacidad tecnológica, la aplicación del gobierno incorpore el rastreo de contactos y, en consecuencia, vuelva obligatoria esta función no solo para quienes ingresen al país, sino también como una de las ideas para monitorear un levantamiento paulatino de la cuarentena. Es por esto que el aspecto optativo de la capacidad tecnológica en la que trabajan Apple y Google debe tomarse con pinzas.
Asimismo, una vez que esta función sea parte del sistema operativo de nuestros teléfonos, podría volverse difícil saber con exactitud si está siendo utilizada o no y por qué aplicaciones, al menos para un usuario sin conocimientos técnicos. De esto no podremos dar cuenta hasta no contar con la documentación definitiva, pero la incógnita ya puede vislumbrarse.
A pesar del horror que esta noticia pudo causar en Morozov, la respuesta no ha sido negativa, aunque la mayoría de comentarios fueron —sobre todas las cosas— precavidos. Wojtek Wiewiorowski, el Supervisor Europeo de Protección de Datos (SEPD), remarcó que"hace falta analizar más la iniciativa, pero a primera vista parece cumplir con los requisitos de optatividad, protección de datos por diseño e interoperabilidad paneuropea". Esto es así porque, en el mapa de las opciones tecnológicas para el rastreo de contactos, muchas de las propuestas rivales terminan siendo más invasivas para la privacidad y la seguridad de los datos que aquella que proponen Google y Apple. Tal es el caso, con distintos matices, de las implementaciones en China, Israel, Singapur o Corea del Sur.
Rastreo de contactos
El rastreo de contactos no es una nueva herramienta; se la aprovecha desde hace mucho tiempo en la epidemiología para identificar posibles contagios a partir de la detección de un paciente infectado. Uno de los casos más frecuentes se da ante un resultado positivo de una enfermedad de transmisión sexual, donde se sugiere (o incluso se exige) la notificación de este resultado a parejas sexuales de la persona infectada.
En la mayoría de estos casos el rastreo puede realizarse manualmente, pero lo que sucede con el nuevo coronavirus es que los números son tales que rápidamente exceden cualquier posibilidad de un rastreo manual. Por ejemplo, luego de una fiesta en Westport, Connecticut, las autoridades sanitarias llegaron a armar una lista con tantos contactos que eventualmente abandonaron el esfuerzo de rastrearlos.
Sin el andamiaje tecnológico pertinente, tal como el que gobiernos y empresas como Apple y Google proponen, los Estados se creen incapaces de explotar los beneficios del rastreo de contactos. La solución de Apple y Google podría salvar una de las limitaciones del rastreo de contactos clásico: solo podemos decir a quién nos expusimos si conocemos a esa persona. Pero si nos diagnosticaron Covid-19 y anduvimos dando vueltas por la ciudad no podríamos decir cerca de quiénes estuvimos.
La promesa que Apple y Google explotan es la de poder alertar también a esa persona, siempre y cuando ambas tengan la aplicación, aunque no queda claro cuál es el umbral de tiempo en proximidad que generará una alerta, ni cómo se evitará alertar a más personas de las que podrían efectivamente haber estado en riesgo de contagio.
Este es el problema de los falsos positivos: dos usuarios de la app pueden estar cerca accidentalmente sin contacto físico, en un semáforo o siendo vecinos en un edificio de departamentos. Pero también existe el riesgo de aquellos casos que pasen por debajo del radar, como en el contacto entre dos personas que no lleven el teléfono encima o interactúen con objetos infectados en distintos momentos.
Y queda el problema de la adopción:, este tipo de esfuerzos requieren de una amplia participación. Pero incluso si eso se cumpliera, el rastreo de contactos por sí solo no alcanza: se necesitan testeos masivos, tratamientos efectivos y, eventualmente, una vacuna.
Gobierno computacional
Como señala Salvatore Iaconesi en Il Manifesto, este anuncio claramente trasciende sus características técnicas y es, en cambio, una demostración de peso político y social de parte de estas empresas. Entre ambas se reparten la virtual totalidad de dispositivos móviles en el mercado, "nuestras más preciadas extensiones existenciales", en palabras de Iaconesi. Esto es lo que les permite ejercer, voluntariamente o no, "un inmenso poder psicológico, cognitivo, perceptivo, relacional y social" sobre casi tres mil millones de personas.
Incluso la "manera europea" de resolver las cuestiones de privacidad que este tipo de tecnología suscita, a través de una propuesta de código abierto para el rastreo de contactos en la que trabajan más de un centenar de académicos de diversas instituciones y países, ha quedado en jaque por esta situación. Apple y Google han incorporado las principales características de privacidad incluidas allí, pero en un marco corporativo y, hasta ahora, no auditable por terceros, por lo que no queda otra salida más que confiar en estas empresas.
Este es solo un ejemplo más de ocasiones en las que plataformas de gigantes tecnológicos han ofrecido soluciones gratuitas superadoras de cualquier esfuerzo gubernamental o comunitario en cuestiones culturales, educativas, académicas, organizacionales y de infraestructura, entre otras. Las propuestas de las grandes empresas tecnológicas, generalmente efectivas y de indudable valor, tienden a saltearse cualquier proceso deliberativo o de toma de decisiones del orden de lo público.
Incluso considerando la urgencia de esfuerzos para controlar una crisis global, las implicancias de las soluciones tecnológicas no deberían apresuradamente obviar el análisis crítico de las consecuencias sociales, políticas, y culturales de su adopción. Estas son, sin más, algunas de las cuestiones que se discuten en el desarrollo de alternativas respetuosas de los derechos para el rastreo de contactos.
Es profundamente tentador recibir con algarabía las noticias de que Apple y Google se unen en pos de salvar a la humanidad. Pero es ante la precariedad de las propuestas de nuestras instituciones (puestas frente a pruebas de estrés sin precedentes recientes) que debemos tener precaución de entregar las llaves a "instituciones globales de facto", como las bautiza Iaconesi.
Por una política post-solucionista
Evgeny Morozov seguro sea una persona indispensable para cualquier cena en la que nos propongamos discutir sobre tecnología, alzando nuestras voces por momentos. No siempre es posible coincidir con él en cada una de sus observaciones, pero es imposible dejar de escucharlo.
En su diatriba en contra del "solucionismo como solución" a los problemas que nos presenta la pandemia, publicada hace unos días en Le Monde diplomatique, hace un buen repaso de la forma en que las respuestas tecnológicas a la pandemia han acotado todo debate a la falsa dicotomía entre privacidad y salud pública.
Su argumento es que carecemos de proyectos políticos que hayan priorizado la asistencia mutua y la solidaridad por encima del consumo individual. "Las plataformas digitales pueden utilizarse para diversos propósitos, como el activismo, la movilización y la colaboración, pero esos usos suelen pagarse caros, incluso si el costo no es obvio", acota.
Paradójicamente, el escenario al que esto nos enfrenta es muy similar a aquel del que Occidente quiere escapar a como dé lugar: el de aquellos estados asiáticos que ejerciendo un minucioso control sobre su población pudieron aplicar políticas de contención que, aparentemente, han resultado prometedoras.
Morozov concluye en una clásica nota propia a su estilo donde advierte del peligro de dar demasiado poder a empresas privadas que puedan terminar allanando el camino hacia el autoritarismo "aunque con términos hipócritas como ‘valores democráticos’, ‘mecanismos de control’ y ‘derechos humanos’".
El lado oscuro
Con palabras mucho más medidas, Federico Guerrini escribió en Forbes acerca del "lado oscuro de la colaboración de Apple y Google contra el Covid-19". Pero más allá del tono, sus palabras se alinean bastante bien con las de Morozov.
Lo que Guerrini señala es que si bien no debería preocuparnos tanto que Apple y Google preserven nuestra privacidad —"después de todo, quién más que ellos tiene una posición más privilegiada para hacerlo", sino que la implementación de su solución bien podría continuar cimentándolos como los aliados por defecto para los gobiernos de todo el mundo en la digitalización de los servicios para el cuidado de la salud de los ciudadanos.
Incluso sin sospechar de las buenas intenciones de Apple y Google, esta situación sin precedentes hace de excusa perfecta para enmarcar este proceso de digitalización en términos que los benefician.
"Es cierto que estas dos empresas no proveen una app", argumenta, "pero el mero hecho de que controlen el campo de juego tiene consecuencias que no pueden ser subestimadas". Hace no muchos días las discusiones en torno a soluciones para el rastreo de contactos, como la propuesta europea, se enfocaban en la dificultad de encontrar un equilibrio entre preocupaciones sanitarias, tecnológicas y los valores democráticos, con los Estados al centro de la discusión. "En un par de días el debate viró completamente", agrega.
Alcanzó con un comunicado de prensa para que la discusión pasara de las minucias para lograr acopiar datos de una forma que respetara la privacidad siguiendo principios constitucionales hacia uno acerca del marco tecnológico que habría de garantizar dichas preocupaciones sin esfuerzo.
Nuevamente, aparece la preocupación por el carácter optativo de esta solución. Si los diferentes gobiernos fueran a adoptar este esquema como la forma de interactuar con los servicios de salud, se volverá irrelevante su supuesto carácter optativo. Y el peligro está, precisamente, en que Apple y Google sean quienes garanticen estas interacciones obligadas.
La permanencia de lo conveniente
Como tiende a suceder con las soluciones temporales a problemas urgentes, y con algunos impuestos en la Argentina, su permanencia suele trascender lo imperante de su incorporación.
Muchas innovaciones potencialmente invasivas se presentan como convenientes y por lo tanto en alguna medida inevitables. "Una pandemia parece ser una oportunidad imperdible", recalca Guerrini.
Es oportuno señalar que ninguna de estas críticas apunta a que las intenciones de Apple o Google no sean genuinas o que detrás de su colaboración haya un intrincado plan malvado de dominación mundial. Al contrario, de lo que debemos percatarnos es de que la implementación masiva de soluciones tecnológicas tiende a desencadenar consecuencias previsibles e imprevisibles con efectos duraderos mucho más allá del punto en el tiempo en el que fueron adoptadas.
En nuestro afán porque todo este incordio se termine la tentación de ceder ante quien ofrezca soluciones es especialmente difícil de desafiar. Y más aún cuando poderes económicos y políticos tienden a converger en una alianza de conveniencias mutuas. Pero la cuestión de los derechos básicos como la privacidad y el acceso a la salud de frente a las tecnologías es fundamental para la sociedad, y repercute no solo en lo inmediato sino en nuestras capacidades futuras para imaginar y realizar las sociedades en las que queremos vivir.
Ninguna emergencia debería reducir un universo de posibilidades a una falsa dicotomía entre derechos fundamentales y el cuidado de la salud.
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