¡Alegría, llegó Windows 11! (Y también se cortaron la luz e internet)
Varias cosas que ocurrieron esta semana. Primera, una de mis computadoras una mañana día dijo: “Hola, sí, puedo instalar Windows 11, ¿te parece?”. Obviamente, le di OK. Instaló sin novedad y me puse a probarlo. Por ahora todo lo que puedo decir es que es un poco más lindo que su antecesor. Pero afirmar (como he visto por ahí) que se acerca a las Mac es una exageración imperdonable. Las ventanas tienen bordes redondeados y todo tiene un poco menos ese aspecto sin terminar de Windows 10 (que, personalmente, llegué a valorar). Pero todo lo de Apple fue, es y con bastante certeza seguirá siendo por mucho lo más estético de la computación personal. No uso productos de Apple, básicamente porque no me gusta su política cerrada y secretista, pero el diseño de sus dispositivos e interfaces está allá lejos solo, liderando la carrera, desde la primera Mac hasta hoy.
Por lo que estuve viendo, habrá que acostumbrarse cada vez más a leer en ideogramas. Olvídense de que para Cortar diga Cortar y para Pegar diga Pegar. Ahora están los iconitos propios de un smartphone, donde tienen sentido, porque ahí es todo mini), y francamente esto no es ningún avance. Todo lo contrario. Ya habrá más noticias, aunque me temo que la versión 11 de Windows será la menos emocionante de la historia (hasta ahora, claro).
En total, en la máquina donde menos me lo esperaba (una notebook con un disco duro tan lento que casi es imposible usarla y menos memoria RAM que mi celular), apareció Windows 11. Respecto de mi máquina principal, una desktop tan rápida que le tuve que poner una correa para que no se escape, Microsoft ya me avisó que es compatible con el 11, pero todavía seguimos esperando. Al parecer es demasiado complicado para la compañía mejor valuada del planeta hacer un despliegue simultáneo de un simple sistema operativo.
Iluminame
Lo preocupante de Windows 11 fue que me exigió loguearme a una cuenta en Microsoft para hacer ciertas cosas, una metodología que es muy común en los celulares y que se está expandiendo peligrosamente a las computadoras personales, donde todavía uno podía ejercer cierto anonimato. El anonimato no es un delito; por el contrario, es necesario muchas veces para luchar contra el delito. Ya volveré a eso en otras notas, porque es serio.
Lo otro interesante de la semana no tiene el mismo tono dichoso, eufórico o entusiasta (cada uno sabe lo que le pasa cuando sale una nueva versión de Windows). Tiene que ver con los servicios, así que vayan preparándose para una de suspenso y terror.
Entiendo que como estuvieron cambiando los postes por los que llega la electricidad hasta mi barrio, la luz se estuvo cortando todos los días. En serio. En ocasiones, dos veces por día, por períodos que iban de 5 minutos hasta media hora, y al azar. En todos los casos –salvo uno– durante el horario laboral. Así que a los fines prácticos fue como una ruleta rusa. Pero lo peor estaba por venir.
Adivinaron. También empezó a fallar el proveedor de internet, que es de verdad muy sólido y nunca nos causó problemas graves. Hasta que una mañana, el día que tenía que dar una charla para una compañía, decidió cortarse del todo. La charla era a las 16, así que, iluso, supuse que volvería antes; nunca nos habían dejado seis horas sin internet, salvo, creo, en una sola ocasión y después de una mega tormenta. Tras llamar unas 9000 veces, el soporte técnico me atendió. Me dijeron que la conexión se restauraría en un par de horas.
Por supuesto, eso no ocurrió; y después ya no me atendieron más. Se hicieron las tres de la tarde, puse en alerta a mi audiencia, hice una prueba con el plan de datos del celular, que funcionó muy bien, y a las 16 salí al escenario conectado con una notebook cuyas baterías duran como 15 horas y el plan de datos de un celular cargado al 100 por ciento. Más unplugged que eso no se consigue.
A las cuatro de la tarde en mi estudio entra tanta luz que no es raro que tenga que trabajar con una gorra, cuya visera me protege del resplandor y me permite ver la pantalla. Me gusta la luz, cuanta más mejor, así que no me quejo. Pero cuando empezó la charla, que iba a durar más o menos una hora, me di cuenta de lo delirante de toda la situación. Es más, se los comenté a los asistentes, porque uno oye decir cosas fantásticas y promisorias a la dirigencia, y, de pronto, te encontrás en una circunstancia que, si querés imaginarla, no te sale.
Es decir, iluminado por la luz del día, conectado a internet por medio de un celular y sin usar otra electricidad que la acumulada en las baterías, me puse a dar una charla. Ahora podía cortarse también la luz y mi conferencia seguiría como si nada. El encuentro, ya que estamos, tenía que ver con la ingeniería social en la seguridad informática y era para un equipo de gente de sistemas. ¿No es lindo? La fragilidad de los servicios a escasos 50 kilómetros del centro de la Ciudad de Buenos Aires había terminado por colocarme en una situación en la que daba lo mismo si daba la charla desde mi estudio, desde el jardín, la terraza o cualquier otro lugar, mientras tuviera una antena de telefonía celular más o menos cerca. Es más: si se cortaba la luz ni me iba a enterar.
Así que, de verdad, son re divertidos los discursos de barricada y las alocuciones acaloradas que creen que la realidad se cambia a los gritos (no hay nada más sordo que la realidad), pero si la Argentina tiene alguna chance es por el lado de las nuevas tecnologías (y sus recursos, pero ese es otro tema, en el que mejor que no entre, porque ahí el divorcio entre la política y el mundo concreto es tan abismal que indigna). Las nuevas tecnologías necesitan dos cosas, sin entrar en muchos detalles: electricidad e internet. Después revisamos las consignas, los lemas y los fundamentos intocables, sagrados y eternos del partido, la coalición, el bloque, la agrupación o la alianza. Pero sin electricidad y sin internet no vamos a ninguna parte.
Dato que quizá les sirva: para dar una charla que duró una hora y quince minutos, consumí aproximadamente 1 GB de datos (me quedaban 12, así que nada mal), por medio de Teams, y no mucho más de 20% de batería. Así que: ¡feliz Navidad, unplugged!