Al final, la rueda no resultó ser una idea tan buena
Una mirada crítica a los humanoides domésticos, las escaleras y las piernas
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Aparte de la pretensión divina de crear robots a nuestra imagen y semejanza, ¿existe algún otro motivo para que los autómatas sean androides, antropomorfos? Sí y no.
Como saben, tengo mis fuertes reservas respecto del personaje Elon Musk. Su obsesión por la ciencia ficción es, en mi opinión, un poquito sobreactuada. No cabe duda de que es exitoso, pero este dato es para mí irrelevante. Tenemos docenas de genios que en su momento no podían pagar el alquiler, así que la fortuna del magnate que fundó Pay Pal, Tesla, SpaceX y Neuralink, entre otras, no le da la razón en todo. Como decía Rudyard Kipling, el éxito es un impostor, lo mismo que el fracaso (”If you can meet with Triumph and Disaster/And treat those two impostors just the same”).
No cabe duda tampoco respecto de que sus declaraciones grandilocuentes son funcionales al marketing de sus compañías. Pero, en medio de la euforia Musk, me permito declarar mi escepticismo. Si el tiempo demuestra que estoy equivocado, admitiré mi error. Por ahora, tengo mis reservas. No le faltan logros y tira muchos títulos, no lo voy a negar, pero hace falta algo más que lanzar algunos productos exitosos y una retahíla de títulos atractivos para marcar la diferencia. Por poner un ejemplo: ¿dónde quedó aquello de que tal vez los humanos no seamos sino el diskette de boot de una especie robótica?
Por supuesto, Elon también prometió un robot humanoide, llamado Tesla Bot. De nuevo cinematográfico, como la colonización de Marte, de nuevo un título llamativo. De ahí la pregunta del principio, la misma que le haría a un redactor que me propone un título. ¿Es necesario que un robot se parezca a una persona? Veamos.
Tomate tu tiempo
Nuestro aspecto es el resultado de unos 3000 millones de años de evolución. Eso es mucho tiempo. No es, además, solo un aspecto (de otro modo, daría lo mismo una persona que un maniquí). El bipedalismo, por ejemplo, que liberó los brazos y sobre todo las manos, combinado con la posibilidad de oponer el pulgar a todos los otros dedos simultáneamente y a una mácula capaz de ver detalles muy pequeños nos dio un número de ventajas competitivas enorme, en su momento. Pero también, hay que decirlo, modeló nuestro mundo. Esta combinación es una solución que la naturaleza encontró y que fue exitosa, en términos evolutivos. Pero no es la única solución posible; podría haber otras, incluso otras mejores.
Sin embargo, es tremendamente difícil discutir con la evolución. Un poco por eso, un poco porque hay cosas que en general ni siquiera nos planteamos, tenemos este sesgo de que la forma humana es un modelo universal. No hay ninguna razón para que sea así. La ciencia ficción está repleta de especulaciones al respecto. Nuestro aspecto y sus funciones asociadas son lo que somos, pero también son lo que le han dado forma al mundo. Los invito a leer Edén, una obra maestra de Stanislav Lem que pone en tela de juicio nuestra capacidad para siquiera empezar a comprender una sociedad alienígena.
Así que haríamos mejor en ser más bien pragmáticos. La forma humana tiene un número de ventajas en un mundo construido por y para humanos, pero también instala desafíos extraordinarios. Mantener el equilibro con dos piernas es muchísimo mas difícil que con cuatro. Subir y, sobre todo, bajar escaleras es un reto monumental; cualquiera que tenga un perro lo sabe. Los gatos, en cambio, con el mismo número de patas pero una anatomía muy diferente, encuentran las escaleras de lo más normales. Lógico. Los perros no trepan a los árboles. Los gatos, sí.
Hasta ahora, en general, la robótica ha sido pragmática. Se concentró en la función, y de allí dedujo la forma. Cuando uno cruza ambas líneas de pensamiento, se da cuenta de algo notable: no hay aspiradoras autónomas capaces de limpiar las escaleras. ¿Podría haberlas? Por supuesto, pero serían costosísimas y habría que combinarlas o bien con un elaborado sistema de patas o con un dron. Pasame la escoba.
Rumbi, la aspiradora autónoma que tenemos en casa arranca a la hora programada, hace su trabajo, vuelve a su dock y ya. Es un gran trabajo. Puede incluso lidiar con el pequeño hall delante de mi estudio sin despeñarse, porque tiene sensores para eso (cliff sensors, en la jerga), pero la escalera la tiene que limpiar un humano.
El otro robot que tenemos en casa, Ruperto, el dron, tampoco es humanoide. Más bien es una mezcla, como todos los drones, de insecto con helicóptero. Hace un número de cosas muy bien, pero no se le pueden pedir milagros. La otra vez lo hice despegar sosteniéndolo con la mano, y se estrelló contra el techo. El fabricante da por sentado que el usuario no va a ser tan tarambana como para hacer algo así puertas adentro. Ruperto salió ileso, a no preocuparse.
Hay muchos problemas en volver viable un robot humanoide, y todas esas dificultades son las que vuelven tan atractivo a Elon. Da la impresión de que no le teme a nada, cosa que está muy bien, siempre y cuando nadie salga lastimado. En todo caso, los brazos robóticos son algo viejo ya. Las fábricas de coches los tienen desde hace medio siglo. No es que puedan tocar a Chopin (no como Claudio Arrau, digamos), pero en una casa podrían hacer una serie de cosas muy útiles. Limpiar los ventanales, por ejemplo. Odio hacer eso.
La visión artificial va mejorando, y pese a algunas metidas de patas notorias, anda muy bien.
El lenguaje es y seguirá siendo un escollo insalvable en el corto y mediano plazo, pero como en general decimos siempre las mismas cosas, Alexa, Siri y el resto logran su cometido muy bien. Porque no les pedimos que traduzcan a Dylan Thomas, simplemente.
El asunto es que la movilidad de los robots domésticos es muy acotada todavía. Ahora, ¿sería saludable combinar las posibles confusiones de Alexa y Siri con una máquina de un metro y 73 centímetros de estatura y casi 60 kilos de peso que puede caminar a 8 Kmph?
En tus zapatos
Parecería además que tenemos un problema con las piernas. Salvo para un número muy específico de tareas, las ruedas son mucho más simples y eficientes que las piernas (spoiler: esto es solo una apariencia). Desde las Roomba hasta R2D2, las ruedas son una solución que la naturaleza descartó (o, más probablemente, nunca puso en práctica) porque, primero, son orgánicamente muy complejas (nuestras simples articulaciones son problemáticas, imagínense si tuviéramos ejes), y, segundo, porque son muy poco versátiles. Solo sirven para rodar en una superficie más o menos llana. Las orugas son un poco mejores, y la naturaleza usa un mecanismo parecido en los moluscos, pero resultan muy lentas. Uno no les presta atención a las piernas, en general. Las damos por sentadas. Pero son un ejemplo de que la naturaleza tuvo tanto tiempo para pensar que sus soluciones son tan extraordinarias como complejas de implementar por medios artificiales. Caminaríamos más, si viéramos el milagro que son las piernas.
Por favor, permiso y gracias
El aspecto humano y las funciones asociadas a ese aspecto (insisto con esa diferencia) podrían tener, más allá de todas las dificultades antedichas, un valor psicológico importante. Quiero decir, incluso más allá del marketinero titular “Voy a lograr lo imposible”, el que un robot se parezca a una persona –y no a un cesto de papeles o a un plato volador que nunca despega– podría aportar un valor concreto.
Voy a esto. ¿Por qué C-3PO sí es humanoide? R2D2 parece un secador centrífugo de ropa (aunque se las arregla para ser adorable). ¿Pero por qué C-3PO es humanoide? Porque es un robot protocolar. Por eso es lustroso, antropomorfo y posee algo así como un rostro. Tiene que tratar con humanos en un sentido humano, no en un sentido meramente funcional. ¿Es lo que se propone Musk? ¿Su idea es incorporar robots a la vida cotidiana, pero menos por su función de asistentes que por su condición de semejantes (subrayo semejantes, no pares)? Tal vez, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que la animación 3D, con todo y sus increíbles avances, sigue sin lograr reproducir el rostro humano sin que notemos la diferencia. Llevamos más de un cuarto de siglo desde Toy Story, y sin embargo hay una suerte de Long Tail en el intento por alcanzar una reproducción perfecta de lo humano. Nos acercamos, pero siempre falta un poco. Ese poco se reduce, pero parece no llegar nunca a cero. Es notable. Y tiene sentido.
En todo caso, si la idea es traer algo de humanidad a las máquinas, y de un modo semejante a como ocurre estos días con el metaverso, el Tesla Bot no solo podría resolver un conjunto de problemas prácticos con un poco más de garbo, sino que plantearía nuevos dilemas que todavía ni siquiera imaginamos y para los que no tenemos aun anticuerpos. Salvo en el cine, con películas como Chappie o Her (entre muchas otras), o en la literatura de ciencia ficción, con Lem, Asimov y Dick a la cabeza, lo artificialmente humano conduce derivaciones distópicas que van a requerir nuevas formas de pensar, nuevos hábitos y nuevas cosmovisiones. Pero ese es, hay que decirlo, un sello del progreso.
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