A 50 años de la llamada que cambió el mundo: Martin Cooper y el primer teléfono celular de la historia
El 3 de abril de 1973 Martin Cooper inauguró la telefonía móvil con una llamada a su principal competidor, y cambió cómo se comunican
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El 3 de abril de 1973, hace 50 años, Martin Cooper hizo una llamada desde su teléfono celular y cambió para siempre la historia de la humanidad. Cooper no ordenó un asesinato, o un bombardeo, o el fin de una guerra. Pero sí le dio el puntapié inicial a una revolución comunicacional que todavía no ha terminado: la de poder hablar con una persona sin importar dónde esté. Hoy nos resulta natural, pero hasta entonces las alternativas para hablar con alguien eran ver a la otra persona físicamente, o usar un dispositivo (como un teléfono fijo) y llamar al lugar donde calculábamos que estaría esa otra persona: en su casa, en la oficina, etcétera. Si es que teníamos uno cerca, claro.
Hoy nada de eso importa: podemos hablar con alguien que esté en una zona medianamente civilizada en cualquier parte del planeta con solo tocar un par de botones, con un dispositivo ultraportátil y sencillo de usar y -clave- sin que sepamos de antemano dónde está. Llamamos y al instante la otra persona puede atender, esté en el piso de abajo o en nuestra antípoda. Ya no nos comunicamos con lugares: hablamos directo con las personas.
El dispositivo que lo habilita, el teléfono celular, hoy nos permite hacer mucho más que hablar; pero esas nuevas funciones llegaron mucho después: en 1973, cuando no había computadoras hogareñas, cuando internet era apenas un puñado de equipos académicos conectados, cuando mucha gente no tenía teléfono fijo, cuando en la Argentina ni siquiera había televisión en colores, hacer algo así era realmente ciencia ficción.
Te llamo desde la esquina
Ese 3 de abril Cooper tenía que presentar ante el mundo, en Nueva York, el nuevo dispositivo que había creado la compañía en la que trabajaba, Motorola. Llevaban trabajando tres meses a destajo (muy poco tiempo para crear una nueva categoría de dispositivos); el aparato que tenía en la mano era el primero de dos prototipos que con su equipo habían fabricado a mano, diseñando en el camino muchos de los componentes que luego serían vitales en cualquier teléfono celular. Cooper estaba en una esquina de la Sexta Avenida, parado frente al hotel Hilton de Manhattan, en ese momento la esquina con mejor recepción de celular del mundo: sobre el techo del edificio de enfrente estaba la única antena existente en el planeta.
En este entonces Cooper tenía 43 años. Este ingeniero, hijo de inmigrantes judíos ucranianos (su padre adaptó su apellido, Kuperman, al llegar a América del Norte), había vivido toda su vida en Chicago, donde ayudó a sus padres a administrar un almacén y luego a su madre a vender puerta a puerta. Se hizo submarinista después de la Segunda Guerra Mundial para pagarse los estudios de ingeniería, y tenía como hobby arreglar -con dispar éxito- autos antiguos; trabajó en un fabricante de teletipos y vivió en carne propia el salto de los equipos mecánicos a los electrónicos; y para ese abril de 1973 era un experto en las radios de dos vías (los handys) y los pagers (sistemas de ubicación inalámbrica que usaban los hospitales para avisarle a un médico que tenía un mensaje). Tenía dos hijos con su primera mujer, más tarde tendría un caballo llamado Cash (es decir, dinero en efectivo), y en los 60s, para cuidar su salud del tabaco, se había hecho runner, aunque -admite- era un pésimo maratonista.
Cooper quería impresionar al periodista que lo acompañaba, mostrando su proeza: podía hablar por teléfono con un aparato sin cables (el teléfono inalámbrico hogareño, dicho sea de paso, llegaría en 1977: que un teléfono no tuviera cable era literalmente inaudito), en la vereda, sin inconvenientes, sin limitaciones: libre de ataduras. Y Cooper también estaba apurado: sabía que un mes después, en mayo, el ente regulador de telecomunicaciones de Estados Unidos (la FCC) definiría el futuro de la telefonía móvil, que por ese entonces ya existía, pero no como la conocemos. Estaba limitada, desde 1947, a unos armatostes que se llevaban en el baúl del auto, una tecnología mixta entre una radio de dos vías en el auto, una antena que daba cobertura a toda una ciudad, y una operadora que hacía de nexo entre una llamada telefónica y la radio del auto. Y que era extremadamente ineficiente: sólo admitía unas pocas personas usando el servicio al mismo tiempo.
Que el teléfono no fuera sólo para el auto
El principal interesado en continuar con este sistema era AT&T, pero renovando el sistema e implementando un concepto (ideado, también, en 1947) que consiste en dividir una ciudad en pequeñas zonas hexagonales (celdas o células), cada una con antena y una frecuencia asignada, que no usan las antenas contiguas (como en esos juegos en los que hay que pintar las provincias de un mapa sin que se toquen los colores); esto permite reutilizar una misma frecuencia entre celdas distantes, y aumentar dramáticamente la capacidad del servicio. “Pero AT&T quería que la gente siguiera llamando a un auto; en Motorola pensábamos en comunicaciones de persona a persona, en equipos portátiles personales: la gente ya es móvil de por sí”, dice Martin Cooper, que hoy tiene 94 años. LA NACION habló con él a fin del año pasado.
En ese entonces tenía 43 años. Y quería hacer una llamada que quedara en la historia. Así que sacó su libretita de números (no había agendas digitales entonces) y marcó un número. No el de su primera esposa; no el de su jefe. En cambio, llamó a Joel Engel, el jefe de los Bell Labs, el brazo de investigación y desarrollo de AT&T. Algo así como su enemigo conceptual (pero no hay animosidad real; Engel, de hecho, fue clave para construir la computadora necesaria para gestionar las reasignaciones de frecuencias cuando alguien pasa de una celda a otra, es decir, de una antena a otra, en una llamada desde un celular). Cooper tuvo suerte: del otro lado de la línea efectivamente atendió Engel. Había nacido el “a que no sabés de dónde te estoy llamando” y Engel, un poco a su pesar, había pasado también a la historia de las telecomunicaciones.
“Hola, Joel, soy Marty; te estoy llamando desde un teléfono celular, un teléfono celular personal, portátil, de mano, -dice Cooper que le dijo a Engel (aunque no recuerda si fueron esas las palabras exactas)-; te estoy llamando desde la calle en el teléfono portátil que ustedes dicen que no se puede hacer”. Para AT&T fabricar un dispositivo como el teléfono celular que Martin Cooper estaba usando era técnicamente imposible, pero Motorola tenía un as en la manga. En los últimos años “toda la compañía había estado trabajando en los diferentes componentes que luego terminaron transformándose en el celular”, aunque apostando a reducir el equipo que iba en los autos. Pero Cooper convenció a todos de que se podía transformar en algo mucho más pequeño, y crear una nueva categoría de dispositivo: el teléfono personal.
La evolución del ladrillo
Por supuesto, “pequeño” aquí es un término relativo: ese primer prototipo tenía limitaciones bastante serias. Primero, las dimensiones, del tamaño aproximado de una resma de hojas A4. El teléfono que se suele mostrar en las fotos históricas como la que abre este texto, el DynaTAC 8000X, es de 1984, cuando comenzó la venta comercial del teléfono celular, y ya abrevaba de 10 años de mejoras y progreso de la tecnología.
Ese primer prototipo, con más de mil partes soldadas a mano, y piezas que no se habían usado nunca, tenía una batería que le daba una autonomía de 12 horas de espera, o la posibilidad de hacer 12 llamadas de hasta 3 minutos. Pesaba 1,2 kg y, claro, no tenía pantalla, como tampoco la tenían los teléfonos fijos de la época. Era un equipo que estaba pensado para ejecutivos y profesionales cuando no estaban en la oficina, y tenía un botón para prenderlo y apagarlo.
En Motorola tuvieron que sentarse a pensar cómo debía ser un teléfono celular. En ese fin de año de 1972, Rudy Krolopp, el jefe de diseño industrial de Motorola, había reunido a su equipo para pedirle ideas de qué aspecto debía tener un celular. Ganó el diseño tipo “bota” de otro diseñador, Ken Larson (en la puntera de la “bota” iba el micrófono), aunque en el medio aparecieron ideas que luego se transformarían en clásicos: el teléfono con tapita que tapa el teclado, el que se desliza para mostrarlo u ocultarlo, una versión tipo “banana” y varias más. Y la versión valija, claro, pero esa fue idea de Siemens, y bastante más tarde: en 1985.
La gente es naturalmente móvil
“Yo sabía que el teléfono finalmente se haría más pequeño; ya había pasado con los pagers e incluso con los relojes. ¿Pero que los adolescentes estuvieran obsesionados con el celular, o que simplemente tuvieran uno? Podría haberlo supuesto para una o dos generaciones más adelante (y tomó una sola generación para que sucediera)”, reflexiona Cooper. “La gente es naturalmente móvil: ese era el credo en Motorola en los 60s y los 70s, y es el mío desde entonces. Durante cien años, la gente que quería hablar por teléfono estaba atada a sus escritorios o sus casas por un cable. Después estuvieron atrapadas en sus autos. Eso no era suficiente. La gente quiere hablar con otra gente, no con autos, oficinas, hogares o locutorios”.
Durante mucho tiempo se dijo que una inspiración para algunos de los diseños del celular venía del Tricorder, el comunicador portátil (¡con tapita!) de la tripulación del Enterprise, la nave de Star Trek, la serie que había terminado su primera versión unos años antes, durante los 60s. Martin Cooper dice que su referencia conceptual era el reloj pulsera con radio de dos vías del detective Dick Tracy, el protagonista de una historieta muy popular; en la historieta apareció en 1946. Una mención inevitable es, también, el zapatófono que usa el Maxwell Smart en el Superagente 86, una serie de fines de los 60s.
“La gente no podía entender que estuviéramos haciendo una llamada telefónica parados en el medio de la calle. Así que el recibimiento fue muy bueno, hicieron artículos en todos lados. Incluso salió mi foto en un diario ruso”, dice Cooper (un dato relevante, teniendo en cuenta que era en plena Guerra Fría).
Fue un éxito, pero podría haber terminado en una tragedia: “estaba hablando por teléfono en la demostración y casi bajo a la calle sin mirar; estuve a punto de que me atropellara el tráfico neoyorquino. Fue la llamada más peligrosa que hice en mi vida”. Cooper había creado, en el mismo acto inaugural, una nueva forma de accidentarse: hablar por celular sin mirar alrededor.
Después de la prensa, y de las notas en los medios, la presentación ante la FCC también fue un éxito: el gobierno de EEUU le dio el visto al uso de otros dispositivos que no fueran teléfonos de auto para las redes celulares, y Cooper esperaba tener un servicio funcionando para 1976. Finalmente, después de múltiples idas y vueltas regulatorias, sucedió en octubre de 1983, cuando debutó el primer servicio de telefonía móvil en EE.UU. “La FCC tenía que encontrar cómo asignarle espectro a las telefónicas y eso tomó tiempo. Y Además teníamos que seguir desarrollando el teléfono: el primero pesaba un kilo y medio. Entre esos diez años hicimos cinco generaciones de teléfonos hasta tener una versión comercial, y esa versión pesaba medio kilo, y tenía un precio de 3500 dólares (10.000 dólares actuales ajustando la inflación)”.
El primer teléfono celular en venta
El 13 de marzo de 1984 salió a la venta el que es considerado el primer celular disponible en forma comercial en el mundo. Hasta entonces, eran teléfonos celulares portátiles, pero del estilo valijero: el DynaTAC 8000X de Motorola, también conocido como el “ladrillo” en todas partes del mundo, era bastante más compacto, y monovolumen, a diferencia del diseño tipo valija, inspirado en el teléfono para auto, en el que la batería y la mayoría de los componentes estaba en una suerte de bolso que llevabas colgado del hombro; tenían un tubo con el teclado externo, que se desenganchaba para hablar.
El primer año se vendieron 1200 unidades del DynaTAC 8000X (un diez por ciento de los teléfonos celulares vendidos en ese período en EEUU), que tenía un precio de casi 4000 dólares (unos 10.000 dólares actuales). La batería te permitía media hora de llamadas (de hecho, es una de las métricas que se siguen usando para evaluar la autonomía de una batería) y tardaba 10 horas en cargarse. El DynaTAC 8000X pesaba 800 gramos, y tenía 33 cm de altura (como un termo, más o menos) con una antena externa de goma que duplicaba su altura; pero ya tenía una grilla de números convencional (de 3 x 4), una pantalla para ver los números que estabas marcando, e incluso podía almacenar hasta 30 teléfonos.
El servicio de celular tenía un costo, en Estados Unidos, de 50 dólares al mes (unos 150 dólares actuales), además de 40 o 24 centavos por minuto de llamada (1,20 o 0,72 dólares de hoy), según el horario. Esto puede resultar raro hoy, pero en ese entonces (y hasta hace no tanto) el sistema funcionaba así: pagabas un monto fijo por el servicio, y a eso se agregaba el costo de cada según la duración y el momento del día. De hecho, en Estados Unidos, en Asia y en la Argentina existió durante mucho tiempo un costo por recibir una llamada, fuera deseada o no.
Para cuando comenzó el servicio comercial en EEUU Cooper ya estaba listo a irse a otro lado. Pero eso sí: sin celular. “No tuve teléfono móvil hasta el 86 u 87, eran muy caros; cuando estaba en Motorola andaba siempre con algún prototipo”. Aún así, siguió vinculado al mundo de las telecomunicaciones, con varias compañías, que fundó con su segunda esposa, Arlene Harris (que había sido operadora de un servicio de telefonía para autos), con quien se casó en 1991 y que, dice, es el amor de su vida: ambos crearon empresas con sistemas nuevos de tarifado de llamadas, con un servicio para personas mayores, o con un nuevo sistema de antenas que hace un uso más eficiente del espectro, lo que permite abastecer a más usuarios con las mismas antenas.
“Hoy de lo que me ocupo -dice, a los 94 años, mientras reflexiona sobre los hechos que hicieron que hoy haya 7300 millones de líneas de teléfono celular en el mundo- es de lograr la conectividad en zonas rurales, y sobre todo de abaratar los costos de acceso a la telefonía móvil. Sigue siendo muy cara.”