La historia del gigante anterior al diluvio universal encontrado en un campo
Un curioso hallazgo se dio, casi por sorpresa, mientras un grupo de hombres cavaban un pozo en busca de agua en una granja en Cardiff, un pequeño pueblo de Nueva York. Fue el 16 de octubre de 1869, y desde ese entonces, lo que encontraron se convirtió, a los ojos de una población imbuida en pasajes religiosos, en un ejemplar de los gigantes que habitaron la Tierra antes del diluvio universal.
Muy poco tiempo después de su aparición, de todas partes afluía gente hasta la granja para conocer a la magnífica criatura. Y hasta llegaron a pagar para verlo. Pero la verdad sobre el origen de esta figura era mucho más sencilla y decepcionante. A punto tal, que la historia del gigante de Cardiff, fue conocida a lo largo de los años como “el mayor engaño de todos los tiempos”.
Esta historia, en realidad, inicia con un ingenioso y pícaro hombre de negocios, fabricante y vendedor de cigarros de Binghamton, en Nueva York, llamado George Hull.
Ateo irrevocable, este comerciante se enredó en una discusión con un ministro metodista que sostenía que había que tomar de manera literal la Biblia, incluso el fragmento del Génesis 6:4, que aseguraba que “había gigantes en la tierra en aquellos días” previos al diluvio.
Este altercado con el religioso llevó a Hull a idear una broma de elaboración ardua, que consistió en crear su propio gigante bíblico para burlarse de todos aquellos que creían literalmente en la letra de las Sagradas Escrituras. Y, de paso, ganar algo de dinero.
Fue así que el hombre de negocios encargó en el estado de Iowa un bloque de yeso de cinco toneladas que entregó a un artista de Chicago, Edward Burghardt, para que esculpiera siempre en el más absoluto secreto la figura del gigante.
El coloso de yeso tenía un nivel de detalle asombroso: uñas en manos y pies, los orificios de la nariz, los órganos sexuales e, incluso, gracias al uso de una especie de cepillo con clavos, le habían marcado los poros de la piel.
El coloso fue transportado más tarde en ferrocarril hasta la granja de Newell que, no casualmente, era primo del fabricante de tabaco. Después, unos meses después fue enterrada.
Entonces, a mediados de octubre de 1869, Hull le indicó a su primo que contratara gente para hacer el “casual descubrimiento” del coloso prediluviano. Pronto, la noticia de la aparición del gigante de Cardiff llegó a los oídos de los vecinos del lugar que acudieron para verlo.
Las colas en la granja para ver al coloso eran interminables, y Hull comenzó a monetizar su criatura mediante el cobro de una entrada de 25 centavos a aquellos que quisieran verlo. Dos días después la historia se publicó en el Diario de una ciudad cercana a Cardiff.
Entonces hicieron su efecto las leyes de la oferta y la demanda, y la entrada duplicó su precio. 50 centavos había que pagar para conocer al titán que había vivido y muerto antes de que el mundo se inundara, después dobló el precio, e incluso quisieron comprarla por miles de dólares.
El profesor y paleontólogo de la Universidad de Yale, Othniel Charles Marsh notó marcas del cincel en el muñeco y también lugares de la superficie donde el ácido sulfúrico y la tinta no habían llegado. “Es de origen muy reciente y una decidida patraña”, afirmó el paleontólogo.
El mismísimo Hull confesó el engaño el 10 de diciembre de 1869, apenas habían pasado menos de dos meses del desentierro de la criatura. Pero no recibió ningún tipo de condena.