“Era algo anunciado”, dicen los vecinos, que prefieren el anonimato a la hora de referirse al asesinato; “acá todos nos conocemos”, se justifican en esta localidad de 90.000 habitantes
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ZÁRATE.- Como una metáfora del destino, en el Club Náutico Arsenal, donde en algún momento jugaron al rugby los ocho acusados de asesinar a Fernando Báez Sosa, y en el Náutico de Zárate, el otro más importantes de aquí, se viven dos realidades: mientras del segundo entran y salen personas permanentemente y se escuchan las risas de los chicos en la colonia de vacaciones, el Arsenal está vacío, quieto, silencioso.
A unas veinte cuadras de allí, vivía Máximo Thomsen, el joven de 23 años señalado por los testigos como el más violento del grupo, en una casa de dos plantas pintada de color marrón. Al lado de la vivienda, donde hasta hace poco hubo una pintada que decía “Zárate, ciudad de guapos”, hoy hay un enorme mural con las figuras de Lionel Messi y Diego Maradona. Al tocar el timbre, una voz masculina pregunta quién es. “No, muchas gracias”, responden ante la presentación de este medio y bajan abruptamente la persiana que permanecía levantada hasta hace instantes.
En Zárate nadie quiere exponer su nombre y apellido para hablar con LA NACIÓN sobre los acusados del crimen de Báez Sosa. Piden anonimato. “Por las dudas, viste cómo es todo acá, nos conocemos”, dicen. En esta ciudad de cerca de 90.000 habitantes ubicada a 90 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, se vive con ritmo de pueblo. Al mediodía cierra todo para dormir la siesta, los adultos mayores andan en bicicleta a pedaleadas cansinas y los jóvenes conducen motos que hacen sonar estrepitosamente. Sin embargo, los vecinos hablan del caso en voz baja y el tema está presente como una sombra permanente sobre esta ciudad-pueblo.
Treinta cuadras hacia el noroeste desde el hogar de los Thomsen, en un barrio conocido como San Jacinto, se encuentra la casa donde vivía Lucas Pertossi, de 23 años, también acusado del crimen. Es una casa de una planta, de paredes grises y puerta negra, donde no hay timbre y la reja pareciera encontrarse siempre abierta.
Un familiar directo de Lucas Pertossi atiende el llamado. Y relata que la familia la está pasando mal y que se dicen mentiras en la televisión. “Dicen que [el grupo de amigos] están viviendo [en la cárcel] como reyes y no es así. Están de a dos en celdas de dos por dos llenas de ratas. Les dan de comer galletitas a las ratas. Tampoco es cierto que pidieron televisores para ver el Mundial”, describe. Y cuenta que hasta antes del 18 de enero de 2020, día en el que ocurrió el crimen, Lucas estudiaba Seguridad e Higiene y trabajaba en ese rubro. También dice que Lucas y todos sus hermanos tuvieron “una buena crianza”.
En Zárate muchos vecinos aseguran que era habitual que el grupo protagonizara disturbios y violentas peleas.
Una docente que fue maestra de Enzo Comelli, otro de los imputados, en la primaria del colegio Sagrada Familia y de Lucas Pertossi en la Escuela Secundaria N°13 recuerda que los jóvenes eran conocidos por su fama de pelearse a trompadas a la salida del boliche, por ejemplo de una disco que se encuentra a metros de la costanera y la calle Mitre que solía llamarse “Apsara” y hoy se la conoce como “Z”.
“Con Enzo nunca tuve problema, lo tuve de chiquito en primero, segundo y tercer grado, pero a Lucas lo tuve de adolescente en la secundaria y ya era un chico bastante conflictivo, de pelear con los compañeros y buscar ‘roña’. Conmigo nunca tuvo problema, pero había ‘profes’ que se quejaban de su conducta”, dice.
La mujer dice no tener vergüenza o miedo, pero prefiere dar su testimonio de forma anónima porque acá se conocen entre todos. “Ellos iban a colegios diferentes, pero son todos conocidos, el que no es primo, es amigo y la bandita tenía fama de agarrarse a piñas a la salida del boliche o en la esquina del colegio. Era obvio que algo así iba a pasar, no tenían límites estos chicos”, afirma.
Según la docente, ahora está todo bastante tranquilo y no volvió a haber tanta violencia entre los jóvenes.
“Creo que el 90% de la ciudad está mal con este tema. Aunque hayan sido mis alumnos, yo no comparto lo que hicieron. Cuando pasó lo de Fernando me acuerdo que a los 10 días me fui de vacaciones y cuando decía que era de Zárate me decían ‘ay, Zárate’, nos metían a todos en la misma bolsa y eso no es así, esto es un pueblo tranquilo”, dice.
“Esto era algo anunciado. Todos acá en Zárate saben que salían en grupo y siempre se peleaban”, agrega una vecina que hace ejercicio habitualmente en la zona de los clubes y pide no revelar su identidad.
Además, sostiene que en Zárate hubo y hay mucha condena social. “Ojalá el juicio sea algo ejemplar y justo porque tiene que haber justicia por Fernando”, dice.
Según cuentan en la ciudad, después del asesinato de Báez Sosa hubo un partido en el que que a los jugadores del Arsenal les gritaron “asesinos” desde las tribunas, algunos familiares de los acusados perdieron sus trabajos y otros se mudaron de la ciudad.
Una fuente cercana al club que pidió reserva de su identidad dice que los jóvenes no son “hijos del poder” ni gente muy adinerada. “Vienen de familias de laburantes. Entre sus padres hay ferreteros, docentes, mecánicos, amas de casa, trabajadores fabriles. Conmigo eran pibes fantásticos, pero se solían pelear a trompadas y tienen que pagar por lo que hicieron”, reconoce.
El 18 de enero de 2020, la misma tarde en que asesinaron a Fernando, el club publicó un comunicado en su cuenta de Facebook que decía: “En representación de todos los que integramos nuestro club, lamentamos lo acontecido y repudiamos enérgica y contundentemente cualquier hecho de violencia. Nos solidarizamos con los amigos y familiares de Fernando por su lamentable pérdida. Lo que aparentemente ha sucedido, son hechos totalmente ajenos al club y a nuestro deporte, no es lo que pregonamos y fomentamos todos los días con nuestros jugadores. (...) De existir algún tipo de vínculo por parte de personas ligadas al club, serán suspendidos de la actividad hasta tanto se determine su grado de participación”. El texto llevaba la firma de la subcomisión de Rugby del Club Náutico Arsenal Zárate.
Dos años y medio más tarde, en septiembre de 2022, el club publicó un comunicado en el que convocaba a sus socios a pensar en conjunto cómo convocar jóvenes al club. “Pospandemia todos los clubes perdieron gente. Puede que nosotros más por lo que pasó. Nos estalló la bomba en las manos, nos marcó, pero podría haberle pasado a cualquier otro club”, dice una persona allegada a la institución en relación al paisaje vacío que se observa.
La casa de Matías Benicelli, otro de los acusados, tampoco tiene timbre. Hay una ventana abierta y se escuchan los ladridos de un perro, pero nadie responde a los aplausos que hacen de llamador.
“Matías era un pibe excelente, pero con la junta y a la noche uno no los conoce en realidad. Yo salía a llevar a mi nena al colegio y todas las mañanas me cruzaba con Matías que salía a trabajar al taller con su papá. Era un pibe supertrabajador. Lo veo y no lo puedo creer. Su familia está destrozada”, dice Silvina, una vecina que vive a pocos metros.
A 300 kilómetros de Zárate, Thomsen, Comelli (22), Benicelli (23), Blas Cinalli (21), Ayrton Viollaz (23), y Luciano (21), Ciro (22) y Lucas Pertossi están siendo juzgados por el homicidio de Báez Sosa ante el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N°1 de Dolores.
El caso
De acuerdo a los testigos, en la madrugada del 18 de enero de 2020, Fernando y sus amigos tuvieron un roce circunstancial con el grupo de Thomsen en medio de la pista de baile del boliche Le Brique, en Villa Gesell. En ese momento surgió un altercado que luego se disolvió, pero a las 4.40, según las filmaciones, el personal de seguridad expulsó a los chicos del boliche. Cuatro minutos después vieron a Fernando en la calle y lo golpearon durante 60 segundos mientras le decían “negro de mierda”, se arengaban entre ellos, armaron un cerco humano para que nadie lo rescatase, se reían y decían “nos vamos a llevar un trofeo”. Cuando Fernando ya no se movía, se retiraron festejando. Algunos se cambiaron de ropa, se dirigieron a comer una hamburguesa en McDonalds y después se durmieron.
Al rato, la policía golpeó la puerta de la casa que alquilaban en la calle 102. Las botellas vacías de vodka, ron, fernet y vino todavía estaban sobre la mesa y las zapatillas de Thomsen estaban manchadas con la sangre de Fernando. Los esposaron boca abajo, las mejillas contra el suelo, y en un intento por zafar, uno de ellos -aparentemente Thomsen, según señalaron dos policías durante el juicio en Dolores- le dijo a los uniformados que el calzado era de Pablo Ventura, un chico de Zárate que practicaba remo en el Náutico y que en el momento en que sucedió el crimen estaba con sus padres.
Se prevé que el próximo 18 de enero declaren los últimos de los más de 170 testigos de la causa y, como otra metáfora del destino, la jornada final de testimonios coincidirá con el tercer aniversario del asesinato.