La realidad que se vive en Tordillo, a 270 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, es muy distinta a la de otras localidades e incluso al resto del país
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TORDILLO.— Luana Gopar es la delantera del equipo de fútbol femenino del club Tordillo. Todas las tardes el entrenamiento termina con un picadito y ahí, desde hace un tiempo, se olvida por un rato de la pandemia y grita cada gol con la pasión de antes. Tiene 18 años. Desde hace un mes Luana está vacunada con las dos dosis contra el Covid-19. Pero no es solo ella. Todas las chicas del equipo están en la misma situación. Porque Tordillo es el municipio de la provincia de Buenos que mejores números ofrece en la lucha contra el Covid: ya vacunó con una dosis a casi todos los vecinos que se anotaron (97%) y al 45% con la segunda dosis. Es más, desde hace un mes están vacunando a los mayores de 18 años y ayer abrieron la inscripción para chicos de 13 a 17 años sin comorbilidades. Durante toda la pandemia, en el pueblo hubo apenas 186 casos y solo un muerto.
¿Cuál es la clave del éxito? “Nos cuidamos como el primer día. Pero la diferencia es que ya vivimos sin miedo. En el pueblo nos sentimos seguros”, dice Luana, en el entretiempo del partido, con la emoción de quien explica un triunfo deportivo. En este partido no hay solteras contra casadas, ni vacunados versus no vacunados. Todos son parte del mismo equipo en la lucha contra el Covid.
“Lo único que lamentamos es que nos quedamos sin rivales”, dice Luana. Desde hace un año y medio que no participan de torneos con otros municipios, para no quebrar la bonanza epidemiológica del pueblo. “Tuvimos que organizar campeonatos internos y uno extraña salir a competir”, dice.
La realidad que se vive en Tordillo, ubicada a 270 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, es muy distinta a la de otras localidades e incluso al resto del país. Con el increíble avance de la campaña de vacunación y los escasos contagios, el municipio se convirtió en una especie de Israel bonaerense, en donde los locales gastronómicos están abiertos hasta las 24 y donde la gente en muchos casos anda en la calle sin barbijo. Pero se ponen muy estrictos a la hora de cumplir los protocolos puertas adentro. Y de defender esta aparente inmunidad de rebaño que parecen estar alcanzando.
Hay que reconocer que es un pueblo chico. Si uno se para en el centro de la plaza frente a la municipalidad, puede ver hacia un lado y al otro el final del pueblo. Son casi 3000 habitantes, entonces, el efecto burbuja es capaz de contener a todo el municipio. Pero por eso mismo, los habitantes son muy celosos de los cuidados y no van a dudar en denunciar al vecino que organice una juntada o una fiesta clandestina.
“No, acá fiestas olvidate. Imposible. Nos enteramos todos”, dice Daniela Herrera, de 50 años y madre de tres adolescentes. “Me costó pero ya los convencí de que se vayan a vacunar. Somos afortunados y hay que aprovecharlo”, dice. Un parte epidemiológico de hace unos días de la Municipalidad dice lo siguiente: Casos sospechosos, cero. Casos confirmados, cero. Denuncias por incumplimiento: 62 (en toda la pandemia). Significa que los vecinos no dudan en reportar cuando sienten que otros los ponen en riesgo.
El vacunatorio funciona en el polideportivo municipal. Ayer por la tarde, tres empleadas del Ministerio de Salud de Tordillo revisaban sus planillas. “Estamos llamando para la segunda dosis. Nos quedan apenas 280 personas para completar el padrón, estamos entusiasmadas”, explica Diana Salinas, la encargada. “Si mañana [por hoy] vienen todos a vacunarse, completamos el 100% de inscriptos”, se entusiasma. No significa todo el pueblo, sino los que se anotaron y están en condiciones de recibir la segunda dosis.
Pero ahora el padrón se les está ampliando. Primero, con todos los mayores de 18 años que llevan con o sin turno para vacunarse. Y también porque empezaron a inscribir a los chicos de entre 13 y 17 años. Claro que todavía no tienen las vacunas para esas edades, pero al menos iniciaron la inscripción. “Lo próximo va a ser salir a buscar a los adultos mayores que no se inscribieron. Son pocos, pero son reticentes. Esta semana vamos a salir a buscarlos a sus casas y los vacunamos ahí. También a los parajes rurales. Todos tienen que estar vacunados”, explica Diana.
Con estos números, la realidad de Tordillo es la que muchos envidiarían. Prácticamente todas las actividades están habilitadas. Gian Luca Rosas tiene 19 años y camina por la mitad de la calle con su amigo William, los dos con el barbijo a media asta. Cuando se encuentran con alguien, inmediatamente se lo suben si siguen la charla. Vienen del gimnasio, de entrenar dos horas. Hacen atletismo. Gian Luca es marchista y William, velocista. “Sí, tengo las dos dosis. Me cuido pero estoy más tranquilo, porque tengo problemas respiratorios”, cuenta.
Cuando empezó la pandemia, tuvo que dejar de entrenar y el asma volvió. “Empecé a salir a correr por la calle, pero la gente me denunciaba. Al principio no se sabía mucho y estuvimos todos muy guardados por muchos meses. Por eso, apenas tuvimos la posibilidad de volver a entrenar y de vacunarnos, no lo dudamos”, cuenta el adolescente, que estudia abogacía a distancia en universidad de Dolores.
“Ahora Tordillo es grande. Una ciudad. Pero cuando yo nací, era muy chiquito. Teníamos luz solo hasta la medianoche. Ahora hay asfalto por todo el pueblo”, cuenta María Estela Díaz, de 44 años, que trabaja en un centro de adicciones municipal. “No han aumentado los casos de chicos con problemas porque acá la vida sigue bastante normal. Al principio de la pandemia estuvimos muy encerrados y había mucha gente angustiada. Pero después aprendimos a cuidarnos. Y habernos podido vacunar pronto nos hace sentir más tranquilos”, cuenta.
Cuando uno ingresa al edificio de la Municipalidad de Tordillo, que comparte territorio con la ciudad de General Conesa, el primer cartel que se ve es el de la campaña contra el sarampión. Porque si bien el coronavirus es prioridad, hoy no es el mayor dolor de cabeza para el pueblo. Más allá, frente a la mesa de entrada, los afiches del protocolo Covid conviven en plan de igualdad con los del dengue y otras campañas de vacunación.
En el hospital local, el ingreso principal se convirtió en unidad Covid y tienen dos salas de aislamiento: una para hombres y otra para mujeres. En la entrada, un enfermero espera con actitud relajada la llegada de pacientes dentro del office. No es muy frecuente que llegue alguien. Cada tanto suena la campanilla que hay colgada en la puerta y la mayoría de las veces es alguien que quiere hisoparse, por contacto estrecho. En toda la pandemia se hicieron 477 testeos. El último parte indica que en todo el pueblo ayer había tres casos positivos y tres sospechosos. Había uno solo internado, aunque por lo bajo se explica que es un paciente que está allí porque no quiso quedarse en su casa.
La estadística dice que en el pueblo hubo un solo muerto. Sí, es así, dicen los vecinos y lo lamentan. Porque no es un número anónimo, sino que todos saben de quién se trata. “Amelia Rivarola, una señora muy querida por todos”, resume Abel Rodríguez, el encargado de la parrilla La Cabaña, en la entrada del pueblo. A doña Amalia todos la conocían. Era una señora viuda, que tenía 81 años y que se contagió fuera del pueblo, después de visitar a unos familiares en Buenos Aires, en enero. Su cuadro se complicó y pocos días después murió.
“Acá nos conocemos todos”, cuenta Abel. Él y su hermana se dieron a la aventura de emprender en plena pandemia. Compraron el fondo de comercio del restaurante y hace tres meses trabajan para servir almuerzo a la gente del pueblo y a los que pasan por la ruta, justo antes de que se divida hacia Pinamar o al partido de la Costa.
“No es fácil empezar algo nuevo. Pero nosotros en el pueblo tenemos una situación privilegiada. Nos cuidamos mucho. No le aflojamos. Y a pesar de todo seguimos luchando”, dice Abel.
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