Ya nada es lo mismo en Villa Golf
Los vecinos hablan del crimen y de las costumbres del círculo íntimo de Nora
RIO CUARTO.- No es el silencio de las siestas, ese que amplifica las pisadas sobre la grava. Es un silencio opresivo, sólido, más intenso que las voces estentóreas de los periodistas apostados frente a la casa donde vivía Nora Dalmasso. Los móviles no se mueven del barrio Villa Golf y las palabras se repiten: traición, dinero, poder, dolor, muerte.
De alguna manera, esta combinación de permanencia obstinada y versiones reiterativas funciona como una maquinaria para garantizar la continuidad del suceso: el crimen de Dalmasso, estrangulada el 25 de noviembre, después de mantener relaciones sexuales.
Su marido, Marcelo Macarrón, estaba en Punta del Este, compitiendo en un torneo de golf. La perdonó. Eso dijo. El cadáver de Nora fue encontrado el domingo 26, por un vecino, don Pablo. El cuerpo estaba desnudo, sobre la cama, en el cuarto de Valentina, la hija de la víctima.
Desde entonces, en esta ciudad -la más importante después de la capital provincial- ya no se habla de la bonanza económica gracias a los campos inundados de soja que la rodean. Ni del crecimiento inmobiliario en el centro. "Parece que soy el intendente de Sodoma y Gomorra", ha dicho, turbado, el jefe comunal, Benigno Rins.
Las cosas han cambiado en Río Cuarto. En los bares, en las calles, todo el mundo habla del crimen. No. Del crimen, no. La verdad es que la gente parece más interesada en hablar de las supuestas costumbres de ciertas familias acomodadas que del homicidio. Unos las creen, otros las rechazan. Casi todos cuestionan a quienes las cuentan.
Manchas
Así que el crimen, o más bien sus derivaciones escandalosas, se han instalado como esas manchas violáceas que flotan dentro de los ojos.
Dice una mujer de mirada clara y vidriosa: "Por favor. Quiero que esto se termine. No sé qué hago envuelta en todo esto. Me da vergüenza. No pude armar el arbolito de Navidad. No toquen más el timbre. Esas cosas que se dicen... Yo no sabía nada. Ella no me iba a contar todo eso".
La mujer se esfuerza. Pero esas manchas nunca se van. Debajo de su rostro, que asumió contornos más filosos, se adivinan unos rasgos finos, colocados con precisión. Pero hay que mirarla un rato para darse cuenta de esas proporciones armónicas. Quién sabe cuánto hace que está llorando.
Es una de esas amigas que compartió la última cena con Nora, y la última copa de Pommery en la casa de otra amiga. Habían ido las siete mujeres al restó Alvear, un lugar de líneas rectas y luces tenues, con parlantes que emiten música electrónica.
Esta mujer cuenta que esa noche se fueron del restó por dos motivos: porque allí no se puede fumar y porque se acercaba una tormenta. Por eso fueron a la casa de la amiga, que vive a dos cuadras del chalet de los Macarrón. El esposo de la anfitriona estaba con Macarrón, en Punta del Este.
"Tomamos una copas de champagne y nos fuimos a dormir. No hay nada raro en eso", cuenta la amiga de Nora, que no quiere ser nombrada. Quiere que la aparten de esta historia. Ella dice desconocer los supuestos cambios de parejas, engaños, fiestas en las que el azar determina las relaciones sexuales.
En Villa Golf viven unas 200 familias. Si bien es un barrio exclusivo, no es una urbanización cerrada. Hay, sí, unas garitas de seguridad en el acceso, pero la entrada no está vedada.
Son muchos los que, justamente, juegan al golf en el club que está en el barrio. En ese círculo, hay un grupo reducido que se hace llamar Peña 36. Es el grupo de Macarrón y sus amigos. Los esposos de aquel otro grupo conocido como "Las Congresistas".
Macarrón y sus amigos solían juntarse los jueves, a las 20, en el Salón del Golfista, en el que sólo entraban hombres. Los hombres del círculo. En estas reuniones, como en las fiestas familiares, se contrataba una empresa de catering de extrema confianza, cuenta un hombre que trabaja en esa firma. "Nunca supimos lo que pasaba en esas fiestas después de las 2, cuando nos vamos y ellos se quedan. Nunca vimos nada raro. Se dicen cosas, pero ver, nada", dice el empleado.
"No. Sí -continúa el hombre-. Un día aparecieron tres mujeres en una reunión. Macarrón dijo que no estaba de acuerdo y se fue. Dijo que le era fiel a Norita y se fue. Quién sabe."
El último jueves no hubo reunión. Tal vez no se repitan en mucho tiempo, dicen por aquí. Las cosas han cambiado tanto. El viernes empezó el torneo Birdie. Suelen anotarse 200 personas y sólo había 18 inscriptos.
Pero en el barrio no hay ánimo para jugar. Nadie sabe qué pasará esta semana, si se jugará el torneo clausura, como todos los años. Hace un mes el club inauguró la pileta. Las mujeres del grupo solían pasar allí las tardes. Ya no. El barrio parece vacío. Sólo funciona la maquinaria que sostiene el suceso que ubicó las costumbres en un entredicho.
"Váyanse", dice la amiga de Nora.
Algún día se irán, el vértigo se diluirá. Pero las manchas que flotan en los ojos no se van. Nunca.
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