¿Y si tu hija de 3 años vive atormentada por recuerdos que no son suyos?
Desde la década de 1960, más de 2200 niños de todo el mundo han manifestado aparentes recuerdos de una vida previa, y todo está documentado en una base de datos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia
- 17 minutos de lectura'
WASHINGTON.— Al principio, todo parecía indicar que Nina era simplemente un amigo imaginario.
La pequeña Aija, de dos años, ya había inventado varios personajes ficticios anteriormente, pero sus padres —Ross, músico, y Marie, psicóloga— notaron de inmediato que Nina era otra cosa. (La familia habló con The Washington Post con la condición de usar solamente sus nombres de pila, debido a la sensibilidad del tema y a la corta edad de su hija.) Aija empezó a mencionar a Nina desde el momento en que aprendió a hablar, y la describía con una notable precisión y siempre de la misma manera: Nina tocaba el piano, le encantaba bailar, y adoraba el color rosa (Aija enfáticamente no). Cuando hablaba de Nina en primera persona, Aija cambiaba por completo de actitud: la voz se le ponía dulce y aflautada, y era más cariñosa y educada de lo que Marie y Ross esperaban de su revoltosa hija de dos años.
Aija a veces les decía a sus padres que Nina tenía miedo de que se la llevaran “los malos” o de no tener para comer, al punto que Aija una vez escondió un bowl con cereal y después le confesó a la madre que era para Nina. Una vez, cuando Marie estaba cocinando, Aija reaccionó aterrada al escuchar el ruido de la procesadora: “¡No, el tanque no!”, aulló la niña, mientras la madre se preguntaba de dónde había sacado su hija de dos años la palabra “tanque”.
Hasta ahí, todo parecía más una rareza que algo de qué preocuparse… hasta una tarde de principios de la primavera de 2021, cuando Marie se dio cuenta de que “Nina” era algo más que un amigo imaginario. Marie recuerda que ese día estaba jugando con Aija en el living, representando escenas con figuras de juguete.
De pronto, Aija giró para mirar a su madre y le dijo: “Nina tiene números en el brazo, y eso la pone triste”.
Marie sintió que la cabeza le iba a explotar. “¿Qué dijiste?”, le preguntó a su hija, tratando de que su voz no dejara traslucir su inquietud.
“Nina tiene números en el brazo, y eso la pone triste”, repitió Aija, esta vez señalando la parte interna de su antebrazo. Y agregó: “Nina extraña a su familia. A Nina la separaron de su familia”.
La inyección de adrenalina que sintió Marie en ese momento no era solo por las palabras de su hija ni por el modo en que las dijo —con claridad y certeza, y con la letra R bien pronunciada, algo que a Aija por lo general no le salía—, sino sobre todo por la expresión en la cara de Aija en ese momento.
Casi tres años después, Marie intenta explicar lo que sintió: “No sé, había tanto… dolor ahí”. Parecía un dolor más allá del que puede conocer un nene de dos años: “No sé cómo explicarlo, pero la expresión en su cara era de una persona mucho mayor”, dice Marie. “¿Tiene sentido lo que estoy diciendo?”
Tiene y no tiene, incluso para ella hasta el día de hoy. Lo que Marie sabe con certeza es lo siguiente: que su hija no había escuchado jamás nada sobre el Holocausto, y que no había forma de que supiera el significado de esos números en el antebrazo. Marie es perfectamente consciente de lo que puede pensar la gente, y es extremadamente cuidadosa a la hora de compartir su historia.
Pero Marie también sabe que no está sola: desde la década de 1960, más de 2200 niños de todo el mundo han manifestado aparentes recuerdos de una vida previa, y todo está documentado en una base de datos de la División de Estudios Perceptuales del Departamento de Psiquiatría y Ciencias Neuroconductuales de la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia.
En algunos casos, el niño suministra suficiente información como para que sus padres o los investigadores puedan identificar a una persona fallecida en concreto, pero ese grado de especificidad es muy esquivo: un tercio de los casos registrados en la base de datos no muestra la identificación de una persona en específico.
Por su aura paranormal, desde hace mucho tiempo este fenómeno ha sido alimento de libros, estudios académicos, casos periodísticos y documentales dramatizados. Y todas esas incursiones en el tema orbitan alrededor de las mismas preguntas existenciales: ¿Existe la reencarnación? ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Cómo se explica este fenómeno? Pero no existe, por supuesto, ningún modo científico de probar —ni refutar— de manera concluyente la existencia de un mecanismo que sí podría explicar por qué algunas personas recuerdan haber vivido una vida anterior.
Y eso deja a padres como Marie y como Ross en el terreno de lo inexplicable, de una experiencia que además puede hacerlos sentir muy solos. Algo está pasando: hasta ahí saben. Y eso los enfrenta con preguntas igualmente abrumadoras: ¿Qué pasa, qué significa, qué hacer si un día tu hijo o tu hija dice recordar haber sido otra persona?
Un llanto en medio de la noche
Uno de los casos más notables empezó con el llanto de un niño en medio de la noche.
En el año 2000, James Leininger, un niño de 2 años del estado de Luisiana, se despertaba gritando y repitiéndoles a sus desconcertados padres la misma frase: “¡El avión estrellado se incendió! ¡El hombrecito no puede salir!”. Durante todo el año siguiente, James fue desplegando una historia a través de recuerdos y dibujos: Él era piloto en la Segunda Guerra Mundial, su avión despegó de un barco, y murió al ser derribado por las fuerzas japonesas. James daba nombres de personas y lugares, y su historia finalmente se convertiría en uno de los “casos de tipo reencarnación” (CORT, por su sigla en inglés) más destacados y mejor documentados.
En 2009, Ryan Hammons, un niño de 5 años de Oklahoma, no lograba dormir de noche y repetía: “¿Puedo irme a casa? ¿Puedo ver a mi mamá?” o “¿Qué pasó con mis hijos?”. Su madre, Cyndi Hammons, recuerda que veces Ryan se trepaba llorando a su cama y que una noche le dijo que necesitaba decirle algo importante: “Creo que yo antes fui otra persona”, le susurró al oído.
Poco después de contarle a su madre sobre los números en el antebrazo de Nina, Aija también empezó a despertarse de noche en estado de agitación. Lloraba y caminaba por el dormitorio de un lado a otro, y decía que tenía miedo de unos ojos que la miraban fijamente en la oscuridad, que “los malos” se iban a llevar, y que “las nubes azules vendrán a matarnos a todos”.
Para ese momento Marie ya había leído más sobre niños que parecen recordar vidas pasadas y estaba convencida de que Aija estaba experimentando el mismo fenómeno. “Siempre traté de mantener una mente abierta”, dice Marie. Ross no estaba tan convencido, pero reconocía que fuese lo que fuese, era algo extraordinario.
Sus padres aprendieron que cuando Aija parecía asustada o desconsolada, lo que más ayudaba era quedarse simplemente cerca de ella. La abrazaban o se sentaban tranquilos en el piso y le recordaban que con ellos estaba segura. “No sabía qué hacer, salvo amarla”, dice Marie. Aija, que en todo lo demás era una niña alegre y valiente, a veces parecía igual de desconcertada que sus padres. Una noche, mientras Marie intentaba calmarla, Aija le hizo una pregunta que su madre no pudo responder: “¿Por qué tengo estas imágenes tan feas en el corazón?”.
Marie finalmente compartió lo que le pasaba con algunos amigos de confianza de su posgrado en psicología, “y me dijeron que no era normal para una niña de dos años”, recuerda Marie.
“Contáctenos”
Llega un momento en que los padres que se encuentran en esa situación tan surrealista se dan cuenta de que no es una fase pasajera. Y tampoco es el tipo de tema que podés consultar en un libro de crianza para padres, ni comentárselo al pasar a los compañeros de trabajo.
Así que hacen lo que todo padre cuando tiene una pregunta que no sabe cómo responder: recurren a Internet. Buscan en Google: “niño hablando de su vida pasada” y descubren que el resultado de la búsqueda parece sorprendentemente legítimo. “Consejos para padres de niños que evocan espontáneamente recuerdos de vidas pasadas”, dice el encabezado del sitio web de la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia, y más abajo, “Contáctenos”, y así es como llegan al doctor Jim Tucker.
Como director de la División de Estudios Perceptuales (DOPS, por su sigla en inglés) de la Universidad de Virginia desde hace 10 años, Tucker ha trabajado de manera directa con casi 150 familias para llevar un registro exhaustivo de las descripciones que hacen esos niños.
Tucker heredó ese puesto del doctor Ian Stevenson, expresidente del Departamento de Psiquiatría de universidad y fundador de la que eventualmente se convertiría en la división DOPS. A partir de la década de 1960, Stevenson viajó por el mundo para documentar casos de reencarnación y publicó artículos académicos y varios libros sobre sus hallazgos, hasta su fallecimiento en 2007. Incluso entre los escépticos, Stevenson tiene la reputación de un científico serio y escrupuloso, alguien que analizaba abiertamente tanto los puntos fuertes como las debilidades de los casos que describía.
Tucker se enteró de la investigación de Stevenson mientras hacía la residencia en la Universidad de Virginia, pero no se interesó en el tema hasta casi una década después. Tras nueve años de ejercer como psiquiatra infantil de manera privada, Tucker se casó con una psicóloga clínica que sentía curiosidad por la reencarnación, la telepatía y las experiencias cercanas a la muerte. “Eso me abrió un poco la cabeza”, dice Tucker, y en 1996 empezó a ayudar a Stevenson con un estudio sobre personas que habían tenido experiencias cercanas a la muerte.
Desde que se incorporó tiempo completo a la Facultad de Medicina, en 2000, Tucker divide su atención entre la DOPS y su trabajo como psiquiatra clínico y profesor de psiquiatría y ciencias neuroconductuales.
Las ideas de Stevenson enfrentaron gran cantidad de críticas de parte de la comunidad científica: algunos sostienen que la conciencia es generada por el cerebro, y por lo tanto no puede sobrevivir más allá de su muerte, y otros argumentan que los niños que documentó podrían estar repitiendo “falsos recuerdos”, empujados involuntariamente por sus padres hacia un tipo de relato en particular.
Tucker les pide a esos críticos lo mismo que les reclamaba Stevenson: que leyeran la evidencia en los informes de casos, para desestigmatizar el trabajo de la DOPS. Pero el objetivo de Tucker es de índole más personal. “En realidad lo hago porque quiero tratar de resolverlo yo mismo”, dice el investigador. “Enfrento cada caso nuevo con menta abierta pero también con ojo bastante crítico: ¿Cuánta evidencia hay? ¿Qué otra explicación puede tener?”.
Y de ahí surgen ciertos patrones que se repiten: según lo descubierto por Stevenson y Tucker, los casos más pronunciados y convincentes tienden a ocurrir en niños de entre 2 y 6 años. De repente, empiezan a describir lugares donde nunca estuvieron, a personas que no conocen, a veces con palabras o frases que exceden su vocabulario. Ocasionalmente, también se registran pesadillas o trastornos del sueño. Muchos de esos niños son muy “verbales” y aprenden a hablar antes que sus coetáneos. Y cuando cumplen 7 u 8 años, ¡puf!, esas descripciones de recuerdos de vidas pasadas suelen desvanecerse por completo…
Ese patrón se repite en los relatos registrados en todo el mundo. Entre los casos de la base de datos de la DOPS, aproximadamente el 15% son norteamericanos, y de ellos, una abrumadora mayoría pertenece a comunidades indígenas. “No hay duda de que es más fácil encontrar este tipo de casos en culturas donde existe la creencia en la reencarnación”, apunta Tucker.
Es difícil saber qué tan extendido es este fenómeno, dice Tucker, dado que muchas familias podrían no reconocerlo o podrían suprimirlo activamente, pero la DOPS recibe alrededor de 120 consultas por año, en su mayoría de familias norteamericanas. Si los recuerdos de un niño son lo suficientemente detallados como para identificar potencialmente a una persona en particular, la DOPS abre una investigación y el caso se ingresa en la base de datos.
Pero incluso cuando un niño puede brindar ese nivel de especificidad, a veces los padres no quieren saber más nada. “Esa es la parte más frustrante, cuando todo empieza como un caso realmente interesante y después los padres no te siguen”, dice Tucker.
Otras veces, por el contrario, los padres están demasiado intrigados, y eso puede enturbiar la evidencia. Si los padres hacen preguntas tendenciosas o si el niño se da cuenta de que ciertas afirmaciones suyas son recibidas con entusiasmo, se hace difícil discernir si no está simplemente tratando de complacer a sus padres.
Tucker está convencido de que la gran mayoría de las familias que ha conocido no mienten ni adornan sus relatos para llamar la atención. De hecho, suele ocurrir lo contrario: a muchos padres los perturban tanto las afirmaciones de sus hijos que no quieren compartirlas con otros.
Lo mismo dice Tom Shroder, exeditor de The Washington Post y autor de Old Souls: Compelling Evidence From Children Who Remember Past Lives (“Almas viejas: la convincente evidencia de los niños que recuerdan vidas pasadas”), que acompañó a Stevenson a estudiar casos en el Líbano y la India. Shroder dice que ninguna de las familias que entrevistaron parecía tener ningún motivo personal o material para tergiversar lo que habían presenciado. “Eran personas normales que contaban su experiencia”, dice Shroder. Y lo que contaban de sus hijos, “claramente no era una conducta imaginativa común”.
Tovah Klein, prestigiosa psicóloga del desarrollo infantil y directora del Centro para el Desarrollo Infantil del Barnard College de Nueva York, confirma esa afirmación.
Klein explica que a los 2 o 3 años, los niños desarrollan juegos de fantasía, pero es improbable que inventen cosas sobre sus relaciones primarias. En otras palabras: no se espera que un niño de esa edad diga “No sos mi mamá” o “Quiero a mis otros padres” o “¿Dónde están mis hijos?” —algo común en estos casos—, y mucho menos que lo repita con insistencia. “No suena a confusión, suena a afirmación real”, dice Klein. “Y los niños pequeños simplemente no inventan este tipo de cosas”.
¿Y entonces?
¿Qué pensar entonces? Ser receptivo a este tipo de mensaje de un niño requiere un grado de apertura que puede parecer irremontable, dice Klein, en especial cuando no existe una clara explicación científica.
“Para un humano, no existe nada más difícil que sentarse frente a lo desconocido”, dice Klein. “Pero se lo debemos a esa niño, se lo debemos a esa familia, escucharlos, tratar de comprenderlos y apoyarlos, donde sea que estén, pase lo que pase”.
Hace doce años que Cyndi Hammons es una experta en contestar los mensajes que aparecen en su bandeja de entrada de Facebook, de parte de padres abrumados que no saben qué hacer porque sus hijos parecen estar recordando una vida pasada.
“A todos los están pasando por un momento difícil les digo: Vas a salir adelante”, cuenta Cyndi. En general, trata de escuchar y mostrar empatía. “No sé si habré ayudado a alguien, pero sé lo que se siente estar del otro lado. Conozco ese miedo a que te juzguen los demás”, dice. “Y la mayoría de los casos no se resuelven. El de mi hijo Ryan se resolvió, así que tuve mucha suerte”.
Pero al principio no sentía estar teniendo ninguna suerte. Ryan se despertaba llorando en medio de la noche y hablaba de cosas que su madre no entendía: recordaba haber vivido en Hollywood en una enorme casa blanca con pileta, que había tenido tres hijos y una hermana menor. Que manejaba un auto verde y su mujer uno negro.
“Era como vivir con alguien que tenía Alzheimer, mezclado con el dolor que se siente durante un duelo”, dice Cyndi. Pero ese alguien era su hijito, y lo único que quería era que se sintiera seguro y fuera feliz.
Al principio, Cyndi no se lo contó a nadie, ni siquiera a su marido, el padre de Ryan. Kevin Hammons era hijo de un ministro de la Iglesia de Cristo y era agente de la policía de su pequeño pueblo de Oklahoma, así que Cyndi sabía lo que su esposo le iba a contestar. Durante meses, fue un secreto entre madre e hijo. Ella sacaba de la biblioteca pública los libros sobre el Hollywood de los años 40 y los llevaba a su casa para que Ryan pudiera hojearlos.
Pero los terrores nocturnos y los recuerdos de Ryan no cesaban, y finalmente Cyndi le contó a Kevin lo que estaba pasando. Cyndi dice que al principio él no aceptaba la posibilidad de la reencarnación, pero que como detective de policía le pidió que escribiera todo lo que Ryan decía. Poco después, en uno de los libros de la biblioteca, Ryan vio una foto de seis hombres y reconoció una figura periférica: “¡Ese soy yo!”, le dijo a su madre.
Cyndi se contactó con Tucker y en abril de 2010, con la ayuda de un equipo de producción de la serie de A&E “The Unexplained”, pudieron identificar al hombre de la foto como Marty Martyn, un extra de cine y agente de talentos fallecido en 1964.
Con Tucker y el equipo de televisión, Cyndi y Ryan viajaron a California para conocer a la hija de Martyn, Marisa Martyn Rosenblatt, que cuando murió su padre tenía 8 años. Marisa era escéptica, pero finalmente confirmó muchas de las declaraciones de Ryan sobre Marty Martyn, incluidas algunas que no se había dado cuenta de que eran ciertas. No sabía, por ejemplo, que su padre había tenido un auto verde, o que tenía una hermana menor, pero resultó que ambas afirmaciones eran correctas. Según su certificado de defunción, Marty Martyn había muerto a los 59 años, pero Ryan insistía en que había muerto a los 61: Tucker encontró registros del censo que lo confirmaron, al igual que la hija de Martyn.
Cuando se emitió el episodio de “The Unexplained”, en 2011, la familia Hammons fue catapultada a un mundo diferente, donde su nombre aparecía en la tapa del diario y todos conocían la historia de Ryan.
“Tanto Kevin como yo teníamos nuestra profesión. Yo fui asistente del secretario del condado durante 14 años”, dice Cyndi. “Éramos conocidos en nuestra comunidad”. Pero eso no impidió que la gente le dijera lo que pensaba: que su hijo necesita descubrir a Jesús, que eran malos padres, que lo hacían por dinero.
“La gente no lo entiende a menos que lo haya vivido”, dice Cyndi. “Para mí, todo giraba en torno a proteger a Ryan. No me importaba lo que los demás pensaran de mí, no importaba para nada. Me alcanzaba con saber la verdad y quería que Ryan estuviera bien”.
Hoy Ryan está en tercer año de la universidad. Ya no recuerda haber sido Marty Martyn, y no es algo que les cuente a las nuevas personas que conoce. Todavía no está seguro de cómo calificar lo que vivió: “Estoy abierto a todo, pero no puedo asegurar con certeza que la reencarnación sea real”, dice hoy Ryan, y agrega que está en paz con lo desconocido, pero ahora centrado en su futuro.
Igual, Ryan sabe que su madre sigue buscando respuestas sobre lo que vivieron. Con el tiempo, Cyndi se ha convertido en la única guardiana de esos recuerdos: el padre de Ryan murió hace dos años y los recuerdos de Ryan se han desvanecido. “En realidad no es mi historia”, dice Ryan. “Ahora es un poco la historia de ella”.
Por Caitlin Gibson
(Traducción de Jaime Arrambide)
Temas
Otras noticias de Psiquiatría
- 1
Pubertad precoz: las principales causas que adelantan los cambios físicos en los chicos
- 2
Puerto Patriada: un lago azul y una playa calma rodeada de bosques y picos nevados
- 3
Qué significa que no te gusten los abrazos, según la psicología
- 4
Renovado: en enero, un icónico tren patagónico vuelve a realizar su recorrido completo entre cañadones y pueblos mínimos