Vuelta a clases: ¿qué lecciones dejó a los chicos y a los padres el regreso al aula?
Camino a la escuela, esta mañana, Sofía Cuesta, de seis años, y Romina, su madre, hablaron de todo lo que habían aprendido en el último año, tan distinto. “Empecé yo, haciendo la lista de lo que había cambiado. Me di cuenta que estaba diciendo muchas veces ‘no’ y me quedé callada. No nos damos la mano, no nos sacamos el barbijo, no corremos a abrazar a los amigos... Entonces Sofi tomó la posta. Y empezó a decir las cosas que sí podemos hacer”, recordó la madre. “Podemos mirarnos. Podemos reírnos de los chistes. Podemos… estar juntos otra vez”, dijo la niña. Romina se sintió emocionada y pensó que ya no hacía falta que le remarcara por octava vez que se pusiera alcohol gel, que no se acercara mucho a los chicos y que las galletitas estaban en el bolsillo de afuera de la mochila. La lección más importante estaba aprendida. Sofía era una sobreviviente de la cuarentena. Había desarrollado la resiliencia. Y estaba feliz de volver a madrugar y caminar hasta el colegio, otra vez.
Aunque cada uno lo vivió a su modo, fueron muchos los chicos que, como Sofía, hoy sorprendieron a sus padres con reacciones y frases que daban cuenta de que estaban más preparados de lo que ellos creían para volver al aula.
Geraldine Davidian y su hija Alma vivieron un experiencia similar, cuando caminaron las cuadras de Villa Real hasta el colegio. La emoción era importante, porque era el día en que Alma empezaba primer grado. No era el día que años antes hubieran imaginado y las restricciones que impone la pandemia la llevaron a la madre a enfatizar varias veces sobre las medidas de cuidado. “Esta mañana íbamos hablando de dónde estaban las cosas que iba a necesitar en su mochila. Le dije que se acordara de que el kit de higiene estaba en el bolsillo de atrás y el cuaderno y las galletitas, en el cierre central. Recordamos que no había que compartir el jugo. Y en un momento la noté preocupada. Me preguntó cómo iba a saber llegar al aula o si se iba a acordar cuál era la derecha o la izquierda. Le expliqué que, aunque los docentes no la iban a saludar con un beso y le iban a tomar la temperatura, la seño la iba a acompañar y ayudar –detalló Geraldine–. Se ve que uno trata de que ellos puedan resolver todo por ellos mismos, pero todavía son chicos y necesitan del docente. Y saber qué va a estar ahí para asistirlos”. La mejor confirmación de que todo había salido bien llegó a la salida, cuando la fue a buscar y Alma le dijo, antes que nada, que tenía ganas de volver mañana.
No todos tuvieron la misma versatilidad. Karina Ezcurra llevó a Majo, que empezaba sala de cinco, y la charla del camino fue dedicada a explicarle que su maestra ya no era la de los primeros 15 días del año pasado. “Cuando llegamos, fue como hacer la adaptación de sala de dos de nuevo. Ella no quería saber nada con volver a clase. Me llamó la atención que los chicos, en general, cuando se veían no corrían a saludarse, sino que se miraban como extraños, como si no se reconocieran entre ellos. Entramos todos al aula y nos quedamos la burbuja del primer día. Y Majo todo el tiempo me preguntaba si nos podíamos ir a casa”, describió Karina, que envía a sus hijas a un colegio de Flores.
En casi todas las escuelas, en la primera jornada de clases presenciales los docentes les recordaron a los padres que había una serie de normas del protocolo que había que cumplir. En algunas reuniones, la frase de los directivos fue específicamente: “Olvídense de la escuela como la conocíamos hasta ahora”. Y entrelíneas pedían que no les transmitieran esa carga de angustia a sus hijos.
“Alguien entendió algo de cómo van a ser los próximos días”, preguntó una de las mamás en el grupo de WhatsApp, apenas terminó la reunión de padres de un colegio de Villa del Parque. “¿Entonces, mañana los chicos van o no?” La mitad respondió que sí y la mitad, que no. “¿Con o sin mochila? ¿En qué burbuja estamos? Ya estoy mareada”, siguió la catarata de mensajes.
“Es muy difícil transmitir las recomendaciones sin alarmarlos, sin transmitirles la angustia o la carga de negatividad. Cuando les decimos que no compartan los lápices ni la merienda, sentís como que estuvieras siendo un mal padres. Es el anticonsejo. Pero por suerte los chicos son más flexibles y permeables que nosotros”, opinó Érica Patricio, mamá de Juan, de ocho años, que vuelve al aula el lunes próximo.
“¿Cómo explicarles que aquello que les inculcamos como valores, hoy se ven interrumpidos por el virus? –se preguntó Adriana Ceballos, licenciada en Educación y coach familiar–. Me gustaría traer el término solidaridad al hablar con ellos sobre este regreso. Ser solidario implica la capacidad de actuar como un todo frente a la sociedad. Conlleva también los términos empatía y respeto. ¿Qué necesita mi compañero hoy? Posiblemente en algún momento necesite un sacapuntas, pero mucho más va a estar atento a la sonrisa amable, la escucha activa, la comprensión. La mano que acaricia se convierte en ojos que miran con cariño; el abrazo, en palabras amorosas. Ya va a pasar. Los niños saben, mucho más si en casa los papás y abuelos hemos practicado tantas costumbres diferentes y sin duda contrarias a la naturaleza humana. Han sido quizás los más perjudicados de la sociedad, por eso el solo hecho de volver a la escuela los hace muy felices”.
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