Emplazados en una reserva natural de 26.000 km2 frente a Pampa del Leoncito, tres domos separados por trescientos metros ofrecen una realidad sosegada sin contaminación lumínica ni auditiva
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PAMPA DEL LEONCITO, San Juan.– Por la noche la Pampa del Leoncito brilla. El cielo que la cubre es considerado uno de los más diáfanos del mundo y la Cordillera de los Andes, aquí llamada de Ansilta, es un blanco paredón puntiagudo que sostiene el manto celeste encendido, con 300 noches al año libre de nubes. A los pies de esta geoforma cenicienta de 20 kilómetros de largo por 10 de ancho, no crece nada orgánico: apenas se ven tres domos en la perfecta oscuridad natural. “Soy el protector del silencio”, dice con orgullo Sebastián Marasco.
“Los Domos del Silencio”: así llamó a su sueño, que hizo realidad. Tres domos separados por trescientos metros en una reserva natural de 26.000 kilómetros cuadrados frente a la Pampa del Leoncito, en la provincia de San Juan. “El cielo es un patrimonio de la humanidad y tenemos que protegerlo, al igual que al silencio”, afirma. Para contribuir a esto, la experiencia es inmersiva e íntima: sin contaminación lumínica ni auditiva alguna, ni pueblos ni parajes a la vista, la presencia humana es mínima y solo tiene lugar la trama de la naturaleza y sus sonidos.
“Proponemos la ausencia total de iluminación artificial nocturna exterior”, expresa Marasco. Sin ella, los domos se mimetizan con los tonos nocturnos y el caminante apenas los distingue. En su interior hay luces focalizadas con tonos cálidos ambarinos que generan el menor impacto a la visión humana. Sin wifi ni señal telefónica, los símbolos del mundo moderno se cancelan y no son bienvenidos, a pesar de que a cada visitante se le da una linterna. Las pantallas de los celulares son los principales enemigos. “Tenés que olvidar que lo trajiste”, advierte Marasco.
“Treinta minutos”, explica Marasco, es lo que tarda el ojo en recuperar su condición ideal para la oscuridad. “Tenemos una visión nocturna natural, solo que está dormida; acá la despertamos”, agrega. Para eso, los domos tienen uno de sus lados vidriados y una de las actividades recomendadas es la contemplación del cielo de noche. En invierno está más diáfano. “Volver a lo primitivo, la mejor versión nuestra es la antigua”, dice Marasco. A pesar de que los domos tienen todo el confort, el guion se basa en lujos sencillos.
Alrededor de ellos a veces se oyen algunos pasos. Curiosos, los zorros se acercan para ver qué hacen los pocos humanos que conviven en esta tierra de sombras. “Nunca sentís el silencio como en este lugar. Los planetas y las estrellas se multiplican en este cielo”, apunta. Insinuantes, las estrellas fugaces lo quiebran por instantes y los satélites artificiales lo surcan en todas direcciones. Agreste y salvaje, la llanura donde están los domos y que termina en la propia Pampa del Leoncito, tiene una vegetación baja y escasa, donde se destaca la aromática jarilla.
“Paradójicamente este es el único lugar en el que, con luz artificial, ves menos”, argumenta Marasco. Los fanáticos del astroturismo y el turismo de estrellas se mueven por la noche y sus siluetas se sospechan entre las matas de arbustos y la surreal luz estelar. “Tenemos que volver a nuestra mirada primitiva”, sugiere Marasco. Con la vista acostumbrada a la oscuridad, se puede apreciar el lento movimiento de la Tierra: las constelaciones se van hundiendo en la Cordillera de los Andes.
“Es un fenómeno atípico, el silencio absoluto. El universo se te acerca”, describe Iván Raies, huésped de los domos. Con experiencia en navegación en alta mar, reconoce que la que tuvo en la Pampa del Leoncito es incomparable. Se enfoca en una postal diaria que lo asombró: “El atardecer es lisérgico”, sostiene.
“El silencio te impacta, pero también estar aislado del mundo”, confiesa Cecilia Bielicki, quien pasó algunas noches en los domos. Eligió hacerlo con luna nueva. Las claves para recuperar esa versión primitiva fue “conectar con el silencio. Por momentos te sentís animal, muy humana”, suma. Por la noche el frío es “arrollador”, pero se enfrenta con abrigo, un fuego y una copa de vino. “Nunca vas a ver tantas estrellas en tu vida”, destaca. Algo la fascinó: “El movimiento del espacio”.
La apuesta al kilómetro cero
Los domos comparten vecindad con el Parque Nacional El Leoncito y el complejo astronómico homónimo; los pocos habitantes de esta pampa se cuentan con las manos. Los astrónomos trabajan de noche y son enemigos de la luz artificial. Solitarios, hacen sus observaciones también en silencio. Los guardaparques conviven con viejos moradores de la estancia El Leoncito. “Ellos son parte de nuestro proyecto”, indica Marasco. En la gastronomía que se ofrece se materializa esta unión.
La apuesta es al kilómetro cero. San Juan, esta zona en particular, Barreal que está a 26 kilómetros y todo el Valle de Calingasta son hacendosos en productos de calidad: verduras, frutas, conservas, quesos y vinos que componen los desayunos, almuerzos y cenas son locales. “La idea detrás del kilómetro cero es fomentar la sostenibilidad, promover la agricultura local y reducir la huella ecológica asociada al transporte de alimentos a larga distancia”, detalla Marasco.
Sopaipillas (tortas fritas), queso de cabra, dulces caseros, pan casero y guisos son infaltables en el menú. Los cocinan Nancy y Adriana Salas, dos mujeres que viven en el interior del parque desde antes que fuera territorio protegido y conocen cada rincón. Este anclaje local aploma la soberanía de los domos. No hay necesidad de salir de Pampa del Leoncito. En esta sosegada realidad alejada de sonidos de vez en cuando se ve un auto pasar por la solitaria ruta 149 que, más al sur, conduce a Uspallata, Mendoza.
El agua que se consume proviene de un arroyo. Es pura. Toda sabe a naturaleza. Los días tienen una gran dispersión térmica. El sol es implacable durante el día, al igual que el viento, y se recomienda usar anteojos oscuros cuando se camina por aquí. Es también el sitio predilecto para quienes practican carrovelismo.
No crece vegetación por el tamaño de grano del sustrato: arcilloso y limoso. Es tan fino que las partículas se atraen entre sí y se compactan, formando un “piso de cemento” donde las raíces vegetales no pueden penetrar ni desarrollarse; tampoco una semilla llega a enterrarse. Este espejo blanco salitroso se comenzó a formar hace un millón y medio de años y su aspecto actual lo tiene desde hace 20.000. Por la noche la temperatura baja y el cielo se enciende.
Las 300 noches sin nubes son el mejor almanaque para los adoradores de las estrellas. En El Leoncito, además se unen tres factores que aseguran noches perfectas: la transparencia, sin presencia de gases; la diafanidad, por las pocas partículas suspendidas en el aire, y la oscuridad, por ausencia de luz artificial.
Las alianzas estratégicas las tienen con la Fundación Starlight, de las Islas Canarias, que creó un sistema de certificación mediante el cual acreditan aquellos espacios que poseen una excelente calidad de cielo. También con International Dark Sky Association, con los mismos lineamientos. Todas las noches deben tomar muestras de la calidad del cielo.
El compromiso es adherir y hacer cumplir con los principios de la Declaración sobre la Defensa del Cielo Nocturno y el Derecho a la Luz de las Estrellas, firmada en 2007, con participación de representantes de la Unesco y la Organización Mundial de Turismo. “El cielo es una herramienta común y universal, es parte del ambiente percibido por la humanidad”, insiste Marasco. A nivel local, existen regulaciones que protegen la oscuridad.
Barreal es el pueblo más cercano, con calles arboladas y una vida tranquila, cruzado por la ruta 149 y convertido en un destino turístico. Un mirador permite ver las altas cumbres de la cordillera hasta el majestuoso Aconcagua. A ambos lados del camino se ven bodegas y plantaciones de árboles frutales. Es un mercado a cielo abierto en el que cada productor ofrece sus tesoros: tomates, nueces, peras, duraznos, membrillos, pasteles (empanadas de carne saladas) y las insustituibles sopaipillas. La poca luz que genera el poblado de noche no llega a la Pampa del Leoncito.
La ley provincial 345-L de protección del cielo en las inmediaciones del Leoncito es enfática y prohíbe generar luz artificial nocturna en un radio de 15 km de los observatorios. Este perímetro incluye a los domos.
“El lugar es mágico”, confiesa Marasco. El viento del cordón de Ansilta traslada leyendas e historias del territorio del pueblo huarpe. Los baqueanos aseguran ver luces que bajan desde la cordillera y se posan sobre la pampa blanca. El Camino del Inca cruza este territorio hacia el sur, perdiéndose en las montañas.
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