Voluntarios de la ciencia: Tres razones por las que participan de ensayos experimentales contra el Covid-19
La ciencia no solo requiere de inversión, científicos, laboratorio y probetas. Además de animales involuntarios, la investigación en salud también requiere que pongan el cuerpo miles de ciudadanos voluntarios para ver cómo funcionan las sustancias en la vida real, más allá de la instancia de pruebas en tubos. En medio de la pandemia de coronavirus, quienes donan su tiempo y exponen su organismo para que los científicos saquen conclusiones generales pueden hacerlo prácticamente sin riesgos y bajo estrictos controles de ética (algo que se mejora día a día, tras una historia de manipulaciones y crímenes).
En los donantes argentinos del 2020 se mezclan al menos tres razones para hacerlo: la intención de ayudar en medio de una situación única, una confianza en la ciencia y sus procedimientos y un cierto grado de curiosidad por ver qué pasa. Por ejemplo, para la vacuna BNT162b2 de los laboratorios Pfizer/BioNTech -que se prueba en fase III en la Argentina entre otro países- se anotaron más de 20.000 personas de entre 18 y 85 años para cubrir las 4500 plazas dispuestas por el equipo de 500 profesionales liderado por Fernando Polack, Gonzalo Pérez Marc y Romina Libster.
A uno de esos voluntarios, Gonzalo Gambetta — un profesor de historia, de 29 años, que vive en Villa del Parque- ya lo vacunaron (o bien: recibió el placebo) el martes pasado. Estaba de suplente y con poca expectativas, pero un titular se dio de baja y lo llamaron el lunes para cubrir un hueco de la jornada siguiente. Pasados un par de días, cuenta que se siente bien, que no tuvo fiebre o febrícula (un posible efecto secundario) y que ni siquiera se le hinchó la zona inyectada.
Se había enterado de la convocatoria por redes sociales, pero no pensó que quedaría seleccionado. "Nadie en mi familia me desalentó; como máximo, hubo uno que me dijo que él no se animaría. Reconozco que también es curiosidad de mi parte, de querer saber cómo es, cómo se hace. Es un momento histórico y el pensamiento científico me tira: en lo particular, me resulta interesante ser objeto de estudio de la ciencia", contó a LA NACION.
Entre que lo fueron a buscar en un auto y se fue del Hospital Militar Central, casi cuatro horas después, el procedimiento se le hizo largo. "Pero no parás de hacer cosas. Firmás un consentimiento informado, te hacen chequeos de rutina, peso, altura, para ver si sos apto; en mi caso, pregunté si ser asmático leve era un problema y me dijeron que no porque el virus no está en la vacuna y además no estoy tomando medicación", dijo Gambetta.
Y agregó que al llegar le dieron varios elementos que a partir de ahí serían personales: un termómetro, un medidor de la hinchazón en la zona del pinchazo, agua y algo para comer, un barbijo, los papeles del consentimiento y una carpeta de historia clínica, además de un celular con una única aplicación para registrar cómo se siente y que debe usar en caso de tener algún síntoma y, si no, indicar que todo está bien una vez por semana. Para cada uno de los voluntarios, el seguimiento será por dos años y cada uno de ellos deberá a partir de ahora llevar -como si se tratara de un documento más- un certificado que lo define como voluntario de la vacuna para que lo sepan quienes lo socorran, en caso de algún accidente por ejemplo (al modo de ciertas condiciones como la alergia a la penicilina).
"Después de la inyección esperé media hora para ver si tenía alguna reacción en el momento y me fui", agrega. La vacuna de Pfizer/BioNTech es de dos dosis, de modo que el 1° de septiembre debe volver a buscarla (o bien recibir nuevamente una solución fisiológica). "Está todo re bien organizado, nunca me dejaron solo en todo ese tiempo", concluye, y elogia el trabajo a contrarreloj de médicos, investigadores, extraccionistas.
Gabriela Montalvo (no es su verdadero nombre), especialista en sistemas, de 43 años, también es voluntaria para la vacuna y espera con ansias su turno para el viernes 28. "Desde siempre fui cientificista y pro vacuna, obvio, pro investigación y procesos. Cuando leí que venía aquí la fase III de Pfizer, con metodología de ARNm, tuve ganas de ayudar. Pensé que no iba a tener chance, porque soy paciente bariátrica (un by pass gástrico que me hizo bajar 70 kilos), pero me confirmaron que no es criterio de exclusión", explicó.
"Es más, justamente buscan diversidad en rangos etarios, identidades, en todo. No tenés que estar embarazada y te testean que no hayas tenido Covid. Lo más interesante es que si bien hay un riesgo por la nueva metodología, no están pidiendo que nadie se exponga al virus; es para ver cómo generan anticuerpos y qué provoca. Por eso yo quiero ayudar", dice ella.
La empresa internacional para la que trabaja también colabora: les dará los días libres a los empleados que sean voluntarios. Montalvo sabe que puede tocarle el placebo, pero aunque prefiere que le den la inmunización sabe que es tan importante una como la otra para las conclusiones científicas. "Tener la oportunidad de ayudar desde lo mínimo, un treintamilavo, me da una satisfacción enorme, orgullo de sentir que hago mi parte. Y me encanta cómo hemos superado la cantidad de voluntarios en función a las plazas otorgadas. En la Argentina hay una cultura de apoyar esto."
¿Miedo? "Mentiría si te dijera que no te pica el cuello un poco, porque sigue siendo algo no probado, nuevo. Pero no diría que es miedo, es ansiedad. Aunque mis amigas me dicen uy, cómo te animás".
El plasma
No tan exitoso fue el reclutamiento del plasma de convalecientes, que se usa en ensayos clínicos (para determinar su efectividad en comparación con el placebo) tanto como en el llamado uso extendido o compasivo para tratamientos cuya efectividad aún no está certificada. Al menos en la provincia de Buenos Aires, el 70% de los llamados para donar son mujeres, incluso pese a que se difundió que quienes hayan tenido embarazos no pueden donar.
"Estamos poco dispuestos en general los varones a sufrir o a tener una complicación con el cuerpo. La mujer tiene una responsabilidad social y de ayuda comunitaria más alta", dice Mario Álvarez, un empresario mendocino que contrajo el coronavirus en un restaurante italiano de Nueva York en marzo y fue uno de los primeros en enfermar de Covid en el país y ya donó dos veces su plasma.
Después de su alta el 5 de abril y cuando empezaron los ensayos con plasma le avisaron "de todos lados" que podía donar. "No lo dudé, pese a que no sabía cómo era. Yo pensaba que era como donar sangre. No sabía que había que filtrar y que te devolvían una parte de tu sangre. Es un proceso largo, pero hay que pensar que todos podríamos necesitarlo", dice Álvarez, quien sin embargo tiene claro que si no fuera por la situación inédita de la pandemia no donaría meramente para investigación: lo hace porque cree que así salva a una persona y así se lo dijeron los médicos, pese a que, como se dijo, se trata de un tratamiento aún en vías de estandarizarse.
"Doné un viernes, el sábado le dieron mi sangre a un médico de 33 años y 48 horas después él se había recuperado", comenta que le dijeron.
También en abril, el 9, le dieron de alta por Covid a Carolina Abriani y, diez días después, ya estaba donando plasma por primera vez. "La idea era que donara una vez por semana, pero como tengo venas finitas y me salían moretones no pude. Fui una segunda y una tercera vez en todos estos meses hasta que mi plasma ya no sirvió: no tenía más anticuerpos. Ahí me dieron un diploma en el Cemic (uno de los centros donde se hace la donación) y me dijeron que por el momento no iba a poder seguir donando, pero que en todo caso me volvían a llamar."
Abriani, de 30 años y también trabajadora en sistemas, trata de conseguir más donantes a través de su cuenta de Instagram (@caruabrianiok). "Quiero viralizar la ayuda para que la gente recuperada vaya y done; además, publico notas en redes para que llegue a más gente, para que no tengan miedo. Estoy segura de que los que no donan es porque no se enteraron o por un miedo inexplicable".
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