Los especialistas plantean que las trayectorias laborales ya no son lineales y que, en plena adultez, suelen surgir intereses postergados o desconocidos; los desafíos y los aprendizajes del cambio, en primera persona
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Pasar de las ciencias duras a las blandas. Virar de lo intelectual a lo manual. Los giros vocacionales adoptan distintas formas y, si bien suelen aparecer como volantazos abruptos, pueden formar parte de un proceso que se venía gestando. Algún evento ayuda a tomar la decisión, actúa como disparador para dar el salto, a pesar del vértigo.
“Cada década tiene su crisis vital, que puede reflejarse en lo laboral. Hay jóvenes que, cuando terminan de estudiar e ingresan al mundo del trabajo, se dan cuenta de que no era lo que esperaban. A los 40 años, cuando uno se replantea el rumbo y piensa en los siguientes 30 o 40 años de su vida, pueden surgir nuevos intereses o habilidades que tal vez no existían antes, o no estaban de moda”, explica Mercedes Korin, asesora en desarrollo profesional.
La experta señala que también puede suceder que el volantazo irrumpa “porque viene un camión de frente”: nos despiden, la empresa cierra o necesitamos salir de una situación tóxica. De todos modos, según su experiencia, la mayoría de las veces el cambio llega de la mano de preguntas que nos empezamos a hacer y de redefiniciones profundas.
“Me animé a mi tiempo”
Luz Birba trabajó 15 años en marketing, pero hace 5 inició un rumbo completamente diferente. “No me arrepiento de nada de lo que hice antes. No solo me dio herramientas, sino que pienso que cada cosa madura a su tiempo. Me animé a mi tiempo”, expresa la mujer de 52 años, de San Isidro.
“Siempre me gustaron las manualidades y el arte. De hecho, hice orientación vocacional y me daba música como primera sugerencia. ¿Pero qué iba a hacer yo como profesora de arte? Ahora hay más aceptación de otras carreras”, analiza Luz.
Primero estudió Sistemas y después Administración de Empresas. “Buscaba una buena salida laboral”, confiesa. Y lo logró. Creció y se consolidó en una compañía de bebidas y alimentos. Cuando nació su segunda hija, sintió que ya había cumplido una etapa y decidió renunciar.
“Me abrí por mi cuenta, con una colega y un amigo que tenía una agencia de viajes, y organizábamos eventos para empresas. Era muy divertido, pero me estaba cansando, me sentía fuera de ritmo. Me pesaba el trabajo en eventos. No dormía bien. Además, mi sueño era trabajar en mi casa, con mis horarios”, dice.
La alfarería siempre había sido un hobby, al que podía dedicarle más o menos tiempo en función de la rutina. Pero en algún momento empezó a pensar la idea de abordarlo como un oficio. Era una oportunidad concreta de trabajar desde su casa y de tener algo propio. Finalmente, en 2017 comenzó a dar clases en su living comedor. “Ya tenía un torno para uso personal y me compré otro. Empecé con mi tía, mi prima, mi hermana, hasta que me llamó alguien de afuera de la familia. Pero yo no había estudiado Bellas Artes, no me sentía capacitada… ¿cómo voy a enseñar sin estudiar? Tenía inseguridades, a pesar de que había hecho como 15 años de taller de alfarería”, relata.
Pero la demanda era insistente y los comentarios, muy positivos. Luz recibía mensajes que la fueron convenciendo de que tenía que animarse. “Vi que a la gente le gustaba y yo la pasaba bien, entonces agregué tornos, invadí el living y todo fluyó. Al mismo tiempo, tenía miedo de largar todo, por eso en 2017 hice los dos trabajos a la vez”, cuenta. El taller fue creciendo y a finales de ese año le avisó a sus socios que ya no seguiría con los eventos.
En 2018 abrió un espacio en el frente de su casa, donde asisten unas 80 alumnas y hay otras tantas en lista de espera. “El barro tiene un costado terapéutico. Si no estás centrada, se te revira la pieza. Refleja todo. También enseña a pensar en el camino, no tanto en el resultado, que a veces es frustrante porque la pieza no sale como esperábamos. Lo importante es disfrutar del proceso, más allá de lo que surja”, resalta Luz. Y remata: “Hoy, siento que tengo más futuro haciendo esto que con la carrera que tenía. Voy a ser viejita y voy a seguir haciendo alfarería.”
¿Hay una vocación para toda la vida?
Estas reinvenciones se inscriben en una época en la que la estabilidad de las trayectorias profesionales no es la de antes, según los especialistas. “Las personas van produciendo estos cambios conforme al ritmo vertiginoso de la vida social y laboral actual”, indica Sergio Rascovan, psicólogo referente en orientación vocacional.
“El contexto va formateando las formas de vivir. La idea de la vocación para toda la vida proviene de otro contexto histórico. Parte de lo que podemos trabajar con orientación vocacional es construir nuevas ideas, erradicar las heredadas. Hasta podríamos cuestionar la propia idea de vocación en el sentido de algo estable. Hay una búsqueda a lo largo de la vida que tiene que ver con aspectos de cada sujeto y las oportunidades que tiene, y es muy probable que vayamos recorriendo diferentes caminos sinuosos, donde pueden aparecer varias vocaciones”, plantea Rascovan.
Podría ser el caso de Gustavo Luque, de 62 años, que durante 40 se dedicó a la producción audiovisual hasta que se lanzó a una transformación rotunda. “Siempre tuve la fantasía de hacer otra cosa”, admite.
Tuvo su propia productora, era exitoso, pero trabajaba en una suerte de “maratón imparable”, como él dice, sin poder dedicarle a su familia el tiempo que quería. “Cuando despegó mi último hijo, al día siguiente cerré la productora. Vendí los equipos, una moto y me compré máquinas para montar una carpintería en mi casa”, cuenta. Actualmente, vive en una casa quinta en Benavídez donde tiene su taller de muebles infantiles junto al showroom donde se venden.
“Me cambió la vida, es como jugar todo el día. Nunca pensé que esta podía ser mi profesión. Tampoco quería que este ‘juego’ complicara la educación de mis hijos; necesitaba ser libre de la presión de criarlos”, afirma.
Sus amigos todavía lo miran incrédulos: “No pueden entender de dónde saqué el empuje para largar todo y cambiar de profesión. Nunca tuve miedo. No medí la diferencia económica, ni me importó dejar de viajar por el mundo. No sufrí ni siquiera la nostalgia. Hoy estoy más liviano”, expresa.
Gustavo está convencido de que este viraje “tiene que ver con una maduración que llega con los años” y no reniega de lo que hizo antes.
Cómo transitar el cambio
“Ante un giro profesional, el gran dilema de muchas personas es qué hacer con todo lo realizado hasta el momento. Pero no hay que desmerecerlo. Uno no es una nueva persona, es una persona con un nuevo trabajo. La idea es dejar en la etapa anterior lo que uno no quiera replicar, pero traer todo lo que nos puede ayudar”, indica Korin.
Los factores externos pueden acelerar procesos internos, algo que quedó evidenciado con la irrupción de la pandemia. “Estar más tiempo en casa nos obligó a prestar más atención a cómo comemos, cómo pasamos el tiempo y en qué plano están los seres queridos”, describe la experta.
La finitud se hizo presente durante el encierro, que actuó como “un gran apalancador de cambios”, subraya. Además, la posibilidad de hacer el mismo trabajo pero de forma remota habilitó todo tipo de replanteos sobre el estilo de vida anterior.
Sin embargo, los giros profesionales no siempre marcan el mejor recorrido y no cualquier momento es el indicado. Korin aconseja, en lo posible, tomarse un tiempo para explorar el nuevo camino. “Cuando el volantazo no es pensado, sino que es reactivo, hay que tener cuidado. Parar la pelota, planificar el andamiaje para lo que viene, conjugar lo que es el arrojo y la valentía con la planificación y la exploración”, sugiere.
Otra recomendación es escuchar a los demás, pero no de cualquier modo. “Cuando uno hace una transformación profunda en lo laboral, se convierte en vocero de su propio cambio. Eso despierta en los demás diversas reacciones. Está bueno escuchar, pero hay que ver qué escuchamos. La otra persona seguramente dé su opinión desde sus propias aspiraciones, intereses y temores. Está bueno escucharse a uno mismo, qué nos resuena, qué nos resulta orgánico. No es ser necios, sino ser selectivos”, advierte.
“Dejé tapado lo que quería”
Los mandatos de los padres y ciertos moldes familiares juegan un papel central en la trayectoria laboral. Si bien el recorrido suele ser más confortable o lineal en estos casos, no siempre nos representa. ¿Me identifico con esta profesión? ¿Me pertenece esta elección? Animarse a semejantes interrogantes no es fácil.
“Estás en tu caja de comodidad, pero no sos feliz. Esperás que venga algo diferente, empezás a preguntarte si de esto vivirías el resto de tus días. Cuando te sentís así, hay un camino que se abre”, resume Manuel Montaner, master coach profesional.
Si cuando era chica le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, Magdalena Sofía Guaglianone, hoy de 40 años, respondía muy segura: “Maestra jardinera”. Pero un poco por mandatos familiares y otro poco por prejuicios hacia la docencia, terminó cursando Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador.
“Dejé tapado lo que quería. Sentía que era una carrera que me iba a brindar otras oportunidades”, admite. Hasta que un día, volviendo de la facultad, se reencontró con su vocación en el tren. “Estaba sentada con mis carpetas, vestida con tapado, camisa y tacos, y subió al tren una maestra jardinera con delantal y una valija muy decorada. La vi y sentí un cimbronazo. ‘¿Realmente estoy estudiando lo que yo quiero? ¿Quiero estar horas en una oficina con gente adulta? ¿Y qué pasará el día que tenga hijos?’, pensé. Me taladraban las preguntas, pero no me animaba a contárselo a mis padres”, relata.
Aquel deseo insistía. Y no lo pudo seguir ignorando. A dos meses de recibirse, dejó la carrera que no la terminaba de colmar. Hoy es feliz rodeada de chicos, el volantazo fue un acierto.
A Ricardo Messina, ingeniero de 66 años, la madurez le permitió explorar una actividad postergada. Hizo el Liceo Militar y tenía la opción de ir a la escuela de aviación en Córdoba, pero a los 16 años la disciplina militar lo había cansado y optó por la ingeniería. “Trabajé con mi padre, dueño de la inmobiliaria A. Messina Propiedades, empecé construyendo con él y después seguí el negocio con mis hermanos. Pero me seguía gustando la aviación”, reconoce.
Nacieron sus tres hijos y la posibilidad de aprender a volar se diluyó. No quería arriesgarse a que le pasara algo. Entonces, esperó a que fueran adolescentes y, a los 40 años, empezó a estudiar para ser piloto. Con una herencia de su madre, en 2016, compró un avión de entrenamiento para armar una escuela de vuelo y hoy lo alquila a instructores.
“Volar es mi pasión. Me escapo durante la semana a hacer algún vuelo. Lo que más me gusta es conocer lugares y participar de ‘aerocampings’ con gente que comparte la misma afición”, asegura Ricardo, que no cambia por nada su nueva vida.
“Accionar produce en uno un estado de ánimo diferente, cuando sabés que vas por algo que te pertenece, que es el lugar donde querés estar, el mundo se alinea en esa dirección”, cierra Montaner.
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