Vivir en el horno: Las Lomitas, el pueblo más caluroso del país
En esa localidad de Formosa, la temperatura supera los 50°C
LAS LOMITAS, Formosa.- Tengo la cara mojada. Las sábanas están húmedas. El colchón me atrapa. No entiendo qué pasa. Me incorporo de golpe. La imagen espectral del celular me recuerda que son las dos de la madrugada. Me fui a dormir apenas hace 40 minutos. Ahora el aire resulta irrespirable. Demasiado espeso.
Estamos en Las Lomitas, una localidad en el centro de la provincia de Formosa, que es conocida entre los meteorólogos como la "capital nacional del horno".
Aquí, el calor puede llegar, bajo el rayo del sol, a los 50 grados, sin batir ningún récord y sin alterar la parsimonia de los habitantes.
"Acá, las lagartijas se escupen las patitas para cruzar la ruta", bromea León Chávez, un productor de sandías de la zona.
Cuando hace tanto calor como en el último verano, él y sus empleados suspenden las tareas durante el día y los trabajos se hacen por la noche hasta el amanecer. Bajo el sol, caerían redondos. Pero no pierden el humor. "Cuentan que el diablo, cuando era estudiante hizo su residencia en Las Lomitas", dice mientras toma, como todos los habitantes de esta localidad, tereré.
Cada vez que la temperatura supera los 30 grados en la Capital Federal y, en más de la mitad de las provincias, algún canal de televisión titula: "El país es un horno". Culpa del cambio climático, esto ocurre cada vez con mayor frecuencia. Sólo en la Capital, la temperatura promedio se incrementó un grado en los últimos 60 años. Y sigue subiendo. Durante el último verano se batieron varios récords. En febrero pasado, las provincias de Santa Fe, Santiago del Estero y Córdoba registraron cuatro grados más en la temperatura media, mientras que en Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza incrementaron sus máximas medias entre 2 y 3 grados.
Como somos porteñocéntricos, solemos creer que en ningún lugar hace más calor que en nuestra propia cuadra. En todos estos años de altas temperaturas, siempre me pregunté cómo se vivirá el día más caluroso del año, ese en el que no paramos de quejarnos, en localidades como Ceres, en Santa Fe; el departamento de Rivadavia, en Salta, o en Las Lomitas, que suelen ser las más calientes del país.
En el último verano, esta localidad también anotó su nombre en el bulevar de la fama meteorológica. Ya ostentaba el título del lugar más cálido por ser el punto del mapa que tiene la temperatura media más alta del país. En enero pasado, esa marca subió 2°3 C. También aumentaron las mínimas: ese mes no hubo días con temperaturas por debajo de los 24 grados.
Las ganas de averigüarlo nos trajeron el 28 de enero pasado hasta este pueblo, de 10.000 habitantes, justo cuando la temperatura no deja de subir. Y aquí es donde, a la mitad de la noche, el calor me encuentra y me golpea. Me saca de la cama.
En el afán de saber cómo es el peor calor sin amortiguadores, la primera noche en Las Lomitas, me fui a dormir sin prender el aire acondicionado. No aguanté. Es difícil traducir en palabras la sensación de ahogo y sopor que se siente cuando es de noche y el termómetro todavía marca 30 grados.
Las Lomitas vive del cultivo de fruta. Sandías, melones y frutillas, principalmente. Porque cuando el sol no está cayendo a baldazos, la tierra es generosa.
Aquí, el calor no sólo se transpira. Sobre la ruta nacional 81, puede verse. La imagen sobre el asfalto se percibe distorsionada, como en esas películas que transcurren en el desierto. Y ésa es sólo una de las postales del calor en serio. Acá, por ejemplo, el hielo se vende suelto y por kilo en los quioscos y fiambrerías. Los ventiladores están presentes en los puestos callejeros de la plaza. Por la tarde, un grupo de chicos juega un picadito en la cancha más pequeña del mundo: sus límites son la sombra del árbol de la plaza.
Antes de las 9.30, el termómetro ya supera los 30 grados. Desde temprano, hay personas que hacen fila en la puerta del banco. Pero cuando el sol avanza sobre esa pared, la hilera entera cruza a la vereda de enfrente, donde da la sombra. Se respetan los turnos, pero del otro lado de la calle.
Hasta estas latitudes llegó en septiembre de 1980 Carlos Menem, cuando el gobierno militar lo detuvo y lo envió al Escuadrón 18 de la Gendarmería Nacional. Pero pasó sólo una noche en ese lugar de detención. Al día siguiente, se le permitió ir a vivir a la casa de una familia y no tardó en hacer buenas migas con el intendente peronista local, Modesto Meza.
Menem pasó todo el verano en Las Lomitas. A la hora de la siesta, cuando el calor era imposible, se iba a visitar a Meza a su finca. Al principio se quedaba hablando con él bajo un algarrobo, a la espera de que bajara la temperatura. Después de esas charlas, cuando el intendente se quedaba dormido, el riojano comenzó a visitar a la hija del hombre, Martha. Y todos saben cómo se llevan el amor y el calor...
Menem recuperó su libertad en marzo de 1981, pero, haber pasado el verano en uno de los lugares más calurosos del país le dejó un hijo: Carlos Nahir, a quien reconoció años después.
El calor aquí no es algo que se olvide fácilmente. Estamos ante una de las noches más calurosas del año y dormir sin aire o sin ventilador es imposible. Lo sabe bien Francisco Astuto, por estos días, el hombre más buscado: el que repara los equipos de aire acondicionado. Hasta cerca de la medianoche su celular está en llamas. Juan Pablo, su hijo va de acá para allá, pero no llega a cubrir tanta demanda. Los clientes reclaman que sus equipos no enfrían, que no pueden más de calor. Astuto responde que no hace milagros. Detrás de su taller se levanta un verdadero cementerio de aires y heladeras que a causa del calor pasaron a mejor vida.
Los lomitenses dicen que uno nunca se acostumbra. Que es mentira que no se sufre. Sin embargo, a ellos el calor no les borra la sonrisa. "Siempre hay alguien que está peor", dice Armando Alvez, mientras toma tereré en la vereda y muestra una foto en su celular: un hombre que vende pirulines en la playa vestido de Barney, el meme que circula en el pueblo. Alvez se ríe. Su actitud contrasta con la de los porteños que no podemos dejar de quejarnos cuando el termómetro castiga. "Dicen que en Buenos Aires hace calor. Que se vengan a Lomitas de vacaciones", ironiza.
Aquí, el calor se combate a puro tereré. Que no se toma con jugo, sino con agua fría, mucho hielo contra la bombilla y yerba de yuyos. Toman unos cuatro litros diarios.
Una celebridad local
Fernando Alegre es el meteorólogo de la Estación Las Lomitas del Servicio Meteorológico Nacional. Es una suerte de celebrity local. Los lomitenses se sienten orgullosos de su calor. Y hasta festejan cuando se los menciona en algún canal de noticias como el lugar más caliente de la Argentina. O se enojan cuando dicen que fue Santa Fe o Salta. Lo que pasa es que como allí a veces no funciona Internet, los reportes de temperatura llegan a la oficina central en Buenos Aires tres veces al día, cuando Alegre los transmite. Y puede ocurrir que aunque allí haya hecho un calor de muerte, el podio se lo lleve otra localidad. Ellos se enojan.
Mientras Alegre está en su casa, en la base meteorológica, los vecinos lo saludan y le preguntan, expectantes "¿Vamos a batir algún récord hoy?"
Si uno apenas viera fotos de Las Lomitas, diría que el calor agobiante es puro cuento. Porque, después de todo, los habitantes andan por la calle, cuando el sol corta, de jeans y mangas largas. ¿Atérmicos? Alegre explica, enfundado en un traje ignífugo: "Aquí hay mucha radiación. Cuando la temperatura ambiente es superior a los 36 grados, el cuerpo se mantiene mejor refrigerado. Porque, tal como saben los beduinos, se consigue cerrar un circuito de circulación de aire en torno al cuerpo que se mantiene en 36°, mientras que afuera hay más de 47 grados", explica.
Antes de las 16, Alegre hace el experimento de sacar el termómetro al sol y los 44°5 que marcaba con anterioridad se convierten en casi 48°. "Acá se percibe más el calor por la fuerte radiación solar", explica.
Y mientras uno no sabe qué más sacarse, los habitantes de Las Lomitas se cubren de pies a cabeza. Que el clima sea seco es una ventaja. Hay tanta evaporación que uno puede lavar un jean y colgarlo al sol del mediodía empapado y 40 minutos después estará seco.
Hay algo que es sagrado: la siesta. Arranca pasado el mediodía y termina a las 18. En esas horas, salir a la calle o trabajar es ir contra la naturaleza. Las peluquerías, por ejemplo, atienden de 19 a 23.
Un "infierno"
Pero hay algunos que no tienen otra opción: aquellos que cortan el ladrillo, como Román Noriega y Santiago Cáceres. Les lleva varios días preparar los 10.000 ladrillos con barro del bañado que hay junto a la ruta, en el que nadan relajadamente yacarés de dos metros de largo. Cuando terminan de preparar el ladrillo, encienden el horno y entonces sí, pasan 36 horas continuas alimentando el fuego. No paran ni de noche ni a la siesta. Hay que aguantar. Y cuando no pueden más, se tiran al bañado de yacarés. ¿No tienen miedo? "No. Tenemos un pacto de no agresión mutua. Ni ellos nos comen, ni nosotros los comemos a ellos", bromea Román.
Porque sí hay quien se los come. Allí cerca, a unos 10 kilómentros, se encuentra el bañado La Estrella, que es la reserva de biodiversidad más grande de la provincia. Miles de ejemplares se bañan en esas aguas. Cuando uno avanza por la ruta, se ve la hilera de ojos rojos a medio salir del agua. Cada tanto, alguno acaba a manos de cazadores ilegales que los matan y los dejan abandonados en la banquina. Sólo les cortan la cola, que es lo que tiene carne y se dice que la usan para hacer empanadas.
Quien sabe como pocos lo que es el calor en Las Lomitas es Demetria Tolaba, que tiene 107 años, según consta en su documento, aunque sus hijos insisten en que tiene incomprobables 115 años. Demetria estaba aquí antes de que se fundara el pueblo, en 1908. Su padre trabajaba en el campo y ella simplemente siempre se quedó. Hoy vive con su hijo y su nieta a dos cuadras de la calle principal, en una casita sin aire acondicionado. Pasa las tardes abajo del único árbol que hay y siempre tiene a mano una mantita de lana, "por si refresca", aclara.
El día más caluroso en Las Lomitas fue el 14 de enero de 2009, cuando el termómetro marcó 46° a la sombra y cuando lo sacaron al sol, 57°7. Demetria habla poco ya. Tal vez por el calor, tal vez por los años. Cuando se le pregunta si recuerda ese día, por un segundo revive y asiente con la cabeza. ¿Y? ¿Cómo fue? "Ese día hizo mucho calor", dijo y volvió a su letargo. ¿Cómo combate el calor? ¿Toma tereré? "No, el doctor no me deja, por la presión. Tomo cerveza fría", sorprende.
Las Lomitas está en llamas. El calor no afloja ni piensa aflojar hasta cerca de la medianoche, cuando una tormenta eléctrica traerá el alivio por unas horas.
En el peor momento de calor, quisimos hacer el famoso experimento del huevo frito sobre el asfalto. Como había casi 50 grados al sol, que sobre el asfalto resultaban unos 65, podía funcionar, nos dijeron. Se necesitaban 70° para cocinar. Pero no alcanzó. El huevo nunca se hizo. Y nosotros, a pleno rayo del sol, en la rotonda de entrada del pueblo éramos los únicos locos que andábamos en la calle con semejante tiempo. A través de las sandalias, los pies me quemaban. Las cámaras con las que que intentábamos registrar el momento se recalentaron. El celular me mostró un cartel de que se apagaría hasta que bajara la temperatura. Nuestras cabezas echaban humo. Terminamos todos peleados, cuestionándonos hasta el sentido periodístico de esta cobertura. Por la noche, cuando la lluvia nos trajo el alivio, recuperamos el dominio de nuestras emociones. Y entonces comprendimos. No era el huevo, éramos nosotros. Nosotros éramos el experimento que probaba que a esa hora, a esa temperatura la siesta era lo único viable. Cualquier otra cosa es ir contra la naturaleza. Y sino, prueben con poner a tres personas sobre el asfalto, a 65 grados de temperatura intentando cocinar un huevo.
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