“Vivimos en un fin de mes constante”. La crisis de las ferias artesanales de la ciudad
Hoy abrieron luego de estar cerradas por tres semanas como consecuencia de las restricciones; los comerciantes aún no logran reponerse de los ocho meses de inactividad que debieron afrontar el año pasado
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Borja Nichelsen, vendedor de juegos infantiles artesanales, se asoma desde su puesto hacia el pasillo de la feria de Parque Centenario para revisar si la cantidad de clientes aumentó, pero, para su decepción, todo sigue igual: pasado el mediodía, son pocos los vecinos que pasean por el lugar, que volvió a abrir hoy después de tres semanas como consecuencia de las restricciones por la crisis sanitaria.
“No hay nadie -comenta Nichelsen con desazón-. Antes de la pandemia, cada sábado esto parecía una boca de subte en hora pico; no podías ni caminar”. En 2019, vendía unos 22 juguetes por jornada. Ahora, desde hace meses que mantiene un promedio de siete u ocho ventas por día. “Vivimos en un fin de mes constante. Ya nadie se da un gusto”, sostiene el comerciante.
Para los artesanos consultados por LA NACIÓN durante un recorrido por distintas ferias de la ciudad, el principal inconveniente deben enfrentar es el hecho de vender productos no esenciales en un contexto el que la crisis económica aprieta cada vez más los bolsillos de los porteños.
A ello se suma otro agravante: el tiempo, que por las restricciones, permanecieron sin poder abrir sus puestos. De marzo a noviembre del año pasado, las 23 ferias de manualistas habilitadas por el gobierno porteño se mantuvieron clausuradas. Este año, ante la última escalada de contagios, la medida volvió a repetirse por tres semanas, que finalizaron hoy. Durante los meses sin trabajo, los artesanos se valieron de sus ahorros e incluso pidieron préstamos a amigos y familiares. Ahora que pueden abrir, dicen, buscarán recomponer su economía familiar, pese a que el pronóstico de ventas se mantiene bajo.
“Estar sin trabajar ya era inviable”, sostiene Mariana Guerra, de 39 años, artesana de productos de cuero. Se muestra contenta de poder volver a abrir su puesto, que monta todos los sábados y domingos desde 2009 en un camino interno de Parque Centenario. “En los últimos meses, traté de no subir precios para que la gente compre y poder recuperar un poco la situación para poder invertir en material, pero está difícil. Vienen, preguntan precios y se van”, cuenta, mientras ordena las billeteras, carteras y llaveros de cuero tallado.
Turismo
En San Telmo, la situación de los feriantes se ve afectada, además, por las restricciones a los vuelos internacionales. Al igual que en La Boca, los comerciantes perciben la escasez de turistas internacionales como el principal causante de su debacle.
Daniel Pereyra, de 61 años, saca de su bolsillo $1000. “Esto es lo único que tengo para vivir. Sé que hoy, como. Mañana, no sé”, afirma el comerciante, dueño de un puesto de artesanías de cerámica sobre la plaza Dorrego, en el centro de San Telmo. “Nosotros vivimos del turismo. Desde que tienen prohibido el ingreso, no supero los $15.000 por mes, que es lo que vale mi alquiler”, agrega.
Durante los nueve meses que mantuvo el comercio cerrado, el artesano y vecino del barrio vivió de los ahorros que venía juntando desde hacía años. En ese tiempo, afirma recibió cinco bolsones de comida por parte del gobierno porteño y dos cuotas del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) del gobierno nacional, lo cual considera insuficiente, al igual que el resto de los feriantes de la zona, que recibieron más o menos lo mismo.
A pocos metros, Sandra Álvaréz, joyera, de 55 años, resume su situación económica de una manera similar: “En 2020, durante los 8 meses sin abrir, tuve que mantener un alquiler y dos hijas, y solo recibí dos IFE y algún que otro bolsón de comida”. La mujer produce únicamente joyas de plata, cuyos precios, dice, son elevados, por lo que generalmente solo las compran los turistas. Desde que inició el año, factura entre un 10% y un 15% de lo que vendía en 2019. Pese a ello, dice estar en modo positivo: agradece poder volver a abrir y espera que el cielo despejado de la jornada acerque a más vecinos que de costumbre.