GUAYMALLÉN, Mendoza (Enviada especial).- "Ciruja", "cartonero", "basurero", son algunos de los apodos que recibía Mauricio Sosa cuando recorría con su carro las calles de esta provincia. Junta cartón desde que tiene memoria -sus 8 o 9 años- cuando acompañaba a su papá. Hoy, con 39 años, y después de 30 años de "vivir" de la basura, Sosa accederá a su primer trabajo formal como recuperador urbano en un proyecto local de reciclaje inclusivo que abrió recientemente sus puertas.
Arriba de su nuevo carro de metal, con uniforme y una sonrisa afirma: "La gente te mira de otra manera, ya no estamos juntando cartón y botellas, ahora tenemos un trabajo en blanco, digno".
Un argentino promedio, produce 1,03 kilos de residuos sólidos urbanos (RSU) por día -un equivalente a casi 45.000 toneladas diarias en total y 16,5 millones anuales-, según el último informe publicado por la Dirección Nacional de Gestión Integral de Residuos (DNGIR): casi media tonelada por segundo. A nivel mundial, la cifra se eleva a 1900 millones anuales, de las cuales el 70% termina en basurales o rellenos sanitarios, el 19% se recicla y el 11% se envía a plantas de recuperación de energía.
Ante el inminente cierre del basural Puente de Hierro en Mendoza, un grupo de recicladores que se "ganaban la vida" revolviendo basura dieron un abrupto salto y pusieron en marcha una cooperativa, que abrió su primera planta de reciclaje montada a pulmón hace dos semanas en Guaymallén y que promete procesar las 226 toneladas de RSU que se producen por día en el municipio: unas 6.800 por mes.
Para el proyecto -que se viene gestando hace más de dos años-, se unieron varios factores: un sector relegado que estaba por perder su ingreso, el apoyo de la municipalidad que donó el predio, la experiencia exitosa de una iniciativa porteña y la colaboración de distintas fundaciones. Pero, sobre todo, el trabajo en equipo para generar un esquema de propiedad estatal con gestión cooperativa.
La acción fue promovida en el marco de una alianza entre Danone y la Iniciativa Regional para el Reciclaje Inclusivo (IRR), una plataforma creada en 2011 por la División de Agua y Saneamiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), BID LAB, Coca Cola, PepsiCo, RedLacre y la Fundación Avina, convocada para desarrollar una solución al problema político-ambiental de cerrar el basural y ayudar a un sector vulnerable y relegado a encontrar una salida laboral.
En blanco y lejos del basural
El trabajo de los recuperadores es de extrema precariedad e informalidad. Según un censo realizado por la Universidad Nacional de Cuyo en Mendoza hay 1.244 personas que trabajan en los cuatro basurales a cielo abierto, y de ese total, solo 443 lo hacen de manera exclusiva. Tienen una media salarial de 2.303 pesos por mes y más del 80% recibe un ingreso menor a los 5.000 pesos mensuales, por debajo de la línea de indigencia.
Maria Olmos tiene 30 años y fue elegida por sus compañeros como presidenta de la cooperativa. Si bien trabaja desde los 17 años en el basural, éste es también su primer trabajo en blanco y con estas condiciones: "Nosotros queríamos trabajar de otra manera, con un uniforme y elementos de seguridad, porque la gente te ve con el carrito y te tilda", dice.
La iniciativa prevé que cada recuperador recorrerá la misma ruta y recibirá los residuos puerta a puerta y en distintos puestos verdes para concientizar sobre el medio ambiente. Una vez recolectados, los materiales son trasladados a la planta donde se acopian, pesan y enfardan para la comercialización.
Gran parte de este trabajo depende del compromiso de los vecinos en las tareas de separación de residuos en húmedos y secos. "Una vez que la gente nos conozca y sepa que lo único que queremos es trabajar, se nos va a hacer mucho más fácil", explica Olmos. Necesitan 2000 kilos de residuos para pagar la mitad de su salario a un recuperador. La otra mitad, la obtendrán con el salario social complementario.
El 73,2% de los recuperadores mendocinos es hombre y el 73% es menor a 45 años. Además, un 38% tiene entre 14 y 29. Incluso muchos heredaron -como Sosa- el oficio de su familia: "Mi padre fue quien me enseñó. Siempre me dijo: «en vez de ir a robar algo, anda a trabajar, juntá cosas»", cuenta. Como casi todos, intentó otros trabajos: fue albañil, pintor, vendedor ambulante, trabajó en servicio en algunas empresas, pero siempre por necesidad volvía a caer en el basural. "Este trabajo me da inclusión social, una obra social para mi hija y un sueldo seguro", agrega.
En esa zona, por ese motivo, las postales de niños, padres y abuelos no sorprenden. Muchos de ellos acompañaron a sus padres cuando eran niños y debieron luego llevar a sus hijos al crecer. "Cuando era chica trabajaba en el basural, pero a mi papá no le gustaba que yo fuera, siempre había cosas de hospitales, animales muertos y un olor terrible", recuerda Jaquelina Rojas y cuenta su propia experiencia: "En la calle tenía que andar con mi hija, chiquita, la ponía en una caja de cartón en la "carretela" y la llevaba conmigo mientras juntaba las cosas porque no tenía donde dejarla".
Junto a un equipo de mujeres, estarán encargadas de separar los materiales -cartón, plástico, vidrio, latas- en la cinta. Los recorridos por el basural terminaron: ya no tienen que revolver, ya no tienen el peligro de enfermedades, infecciones y olores. Adriana Videla celebra este cambio: "Allá tenías que aguantarte olores, cosas muertas, acá viene todo seco, limpio", cuenta. Madre de un nene de 6 años, explica que cuando su hijo era bebé, lo tenía que meter a escondidas por detrás del basural: "Lo dejaba en una montaña de basura jugando mientras yo trabajaba", relata. En el verano, cuando los olores se intensificaban y sol acechaba, cubría al nene con papel de diario para protegerlo del rayo del sol.
Tenía que dejar a mi hijo jugando en una montaña de basura mientras yo trabajaba
De los 330 recuperadores que viven en el municipio de Guaymallén, 43 forman parte del equipo inicial, pero para fin de año serán casi 150. "Esperamos que muchos compañeros más puedan sumarse", concluye Olmos.
El ejemplo porteño
Alicia Montoya es una referente ineludible en la lucha del movimiento de recicladores urbanos. En 2008, fundó la cooperativa El Álamo, a raíz del problema de "los cartoneros" en Buenos Aires y hoy ya lleva más de 10 años funcionando en el barrio de Villa Pueyrredón. "Nosotros creemos que las cooperativas no tienen ninguna sustentabilidad si no son partes de un proceso de política de estado", explica Montoya, quien fue clave para el desarrollo del proyecto: aportó su conocimiento y experiencia para crear los carros, y diseñar el operativo.
Montoya se involucró en la realidad de los recuperadores y puso en valor su trabajo silencioso. Desde siempre, de manera inconsciente, han sido los principales agentes recicladores: "Tienen un expertise para reciclar que no atenta con el medio ambiente", describe.
Del trabajo con la cooperativa El Álamo, Olmos rescata dos aprendizajes: poner en valor un trabajo que hizo desde siempre y la relación con su comunidad: "Nosotros cuando íbamos al basural, no teníamos en cuenta que ayudábamos tanto al medio ambiente, eso nos lo hicieron entender desde la fundación. Además, muchos éramos vecinos, pero no teníamos relación entre nosotros".
"El Álamo ayudó a tener una idea de que esto es un servicio público y que, si es público los residuos son potestad de los municipios, que tiene que estar involucrada la comunidad al separar los residuos y también las empresas que ponen envases en el mercado. Cada uno tiene una cuota de responsabilidad", afirma Montoya.
En este sentido, muchos países de la región -Chile, Uruguay, Brasil- han aprobado leyes de responsabilidad extendida del productor, donde aquel que pone los envases en el mercado, debe fomentar políticas de reciclaje de sus propios productos y es por eso que la empresa Danone financió parte del proyecto y aseguró la compra de parte del material reciclado PET para la fabricación de sus botellas.
"Este proyecto es un gran aporte al cuidado del medio ambiente y un avance a lo que el mundo indica que es la dirección a tomar, la economía circular y los residuos como fuente de recursos para la industria", indica Gonzalo Roque, director del programa de Avina y coordinador del proyecto. Según asegura, el tema está en agenda, y ahora son los municipios y las empresas los que se acercan para pedir ayuda en la manera de gestionar los residuos.
La incineración como amenaza
Según un informe de la Naciones Unidas (ONU), solo el 2,2% de los RSU se reciclan en América Latina y el Caribe y existen pocos proyectos que fomenten el reciclaje y el 90% de los residuos no se aprovechan.
El Gobierno nacional endureció hace más de una semana la normativa que desde comienzos de la década de 1990 regula el ingreso de residuos peligrosos de otros países y determinó que los desechos de papel y cartón, la chatarra ferrosa y aluminio, el material plástico y el cascote de vidrio, entre otros, dejarán de considerarse basura y podrán importarse, siempre y cuando "cumplan las condiciones técnicas" para ser consideradas insumos de reciclaje y estén valorizados.
Por lo general, en los basurales se incinera y se emiten sustancias tóxicas para el ambiente y la salud humana. Luego de 40 años sin quema, el año pasado, y en medio de una fuerte polémica, también se modificó la ley N° 1854 de Basura Cero en la ciudad de Buenos Aires permitiendo la incineración mediante la técnica de termovalorización de la basura, aunque se mantiene suspendida por el Tribunal superior de Justicia. En Mendoza, esta opción se discute entre los políticos, y preocupa a los activistas y los miembros de la cooperativa: "En Europa ya no se permite la incineración y se busca vender la tecnología a otros lados", explica Roque. América Latina y la Argentina son una opción.
"Si se empieza a quemar todo, nosotros perdemos el trabajo", sentencia Olmos, y recuerda que el basural por la noche se prendía fuego y no les permitía continuar con sus tareas: el material que ellos recuperaban era precisamente combustible para los incineradores.
Preocupado, Mauricio Sosa enfatiza sobre el impacto que la quema tiene sobre la vida cotidiana y agrega el componente ambiental: "Estamos contaminando al medio ambiente si quemamos la basura". Los ambientalistas denuncian que la quema de basura se quema, contamina a través de emisiones, cenizas tóxicas, cancerígenas y que genera un efecto en el cambio climático.
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