Violencia irracional
Por Andrés Mega Para LA NACION
La fría crónica de los hechos dirá que un automovilista, preso de su ira, asesinó a otro, de sólo 18 años de edad, y la noticia se desvanecerá rápidamente, en el vertiginoso tumulto de la información y bajo el peso de otras tragedias, como la que azota en estos momentos el continente asiático. Incluso, algún lector intentará justificar tamaña agresión, con distintas excusas impresentables.
Lo cierto es que esta tragedia está inserta en una violencia creciente que nos contamina por igual, y donde los recursos más extremos son justificados ante nimias agresiones, bajo el supuesto rótulo de la "defensa personal", motivo por el cual numerosos conciudadanos circulan armados, y muchos de ellos, sin cabal conciencia del poder mortífero que portan, ni de la responsabilidad que les compete.
En la psicopatología moderna, los psiquiatras hablamos del estrés crónico y del aróusal (alarma) elevado, para definir el grado desproporcionado de agresión que se descarga frente a estímulos que no lo justifican, conducta que viene definiendo toda una época de nuestra sociedad y que nos depara un sombrío porvenir.
En esta situación, cabe siempre contemplar la personalidad de base del agresor, y su personal concepción del riesgo que vivió para desencadenar este drama, hecho que lamentablemente no podemos prevenir si no es la misma persona y su entorno, que toma conciencia de sus inclinaciones violentas y deciden consultar al especialista; y por otra, igualmente grave, la fácil disponibilidad de armas de fuego en la Argentina, combinación que opera explosivamente, y que es la causa principal de luctuosos hechos como el ocurrido en la víspera.
Es ahora tarde para lágrimas, en el presente caso, pero una eficaz prevención puede operar con centros específicos de ayuda a personalidades violentas, que operen las 24 horas, y con una profunda revisión del proceso de otorgamiento de tenencia y portación de armas. Especialmente, el llamado certificado psicofísico, que lamentablemente, se obtiene con cierta frecuencia sin una exhaustiva evaluación mental del que desea tener y portar un arma; ese hecho, y poner una bomba de tiempo ambulante en la calle, son peligrosamente muy similares.
Estas evaluaciones deben ser hechas con un entrecruzamiento de evaluación psiquiátrica y psicodiagnóstica, a fin de ponderar los aspectos fenomenológicos y dinámicos de la persona y detectar a los protagonistas de dramas como el que hoy nos apena.