Villa Mascardi. "De haber sabido del conflicto, no hubiera comprado este terreno", dice el dueño de una cabaña
Hace tres semanas, Diego Frutos, de 55 años, que vive en Buenos Aires, recibió un llamado que lo paralizó. Unos hombres habían prendido fuego su casa en Villa Mascardi, Río Negro. Las palabras que venían desde el sur marcaron un punto de quiebre en su relación con ese paraíso natural y tranquilo. Desde 2012 que esa cabaña de 50 metros cuadrados es el lugar de encuentro familiar, y tenían la fantasía de que aún lo sea cuando tengan nietos.
Pero ahora ese espacio idílico quedó en medio de un conflicto por la ocupación de tierras federales. Desde 2017, que en el bosque que rodea a su cabaña, La Cristalina, según dicen los vecinos, hay grupos de hombres encapuchados que roban y queman las casas de la localidad para tomar esos terrenos.
"Mi cabaña no es grande, yo ahora quería construir otra para alojar a mis hijos. Esa casa siempre fue proyectada como un lugar de encuentro familiar, si la situación fuera normal yo viviría todo el año ahí. Pero ahora nadie en la familia quiere ir, nadie se imagina ahí, todos tenemos miedo. Es muy doloroso para nosotros todo lo que está pasando", dice Frutos.
El momento en el que esas tierras, que están a la vera de la Ruta Nacional 40 sur, pasaron a manos privadas, según Frutos, fue durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, cuando necesitaron vender algunos terrenos para poder solventarse y construir las casas de los guardaparques de los Parques Nacionales.
"Yo ahorré toda mi vida para tener esa cabaña. Soy el tercer dueño de esa tierra. La compré en 2012, cuando todo este problema no existía. Jamás hubiera comprado ese terreno si existía este conflicto. Iba con todos mis hijos, teníamos una yegua, Lila, que nos la robaron estos hombres y era como de la familia para nosotros", relata Frutos.
Tras un reclamo de Parques Nacionales, que tiene jurisdicción sobre esas tierras, el 23 de noviembre de 2017 el entonces juez federal subrogante en Bariloche, Gustavo Villanueva, ordenó el desalojo del predio tomando por el grupo mapuche identificado como el lof Lafken Winkul Mapu. El operativo estuvo a cargo de la Prefectura.
Pese a haber logrado dispersar a los que se habían asentado allí, dos días después hubo un enfrentamiento violento en el que mataron al joven Rafael Nahuel. Esa muerte volvió a poner en discusión el accionar de las fuerzas de seguridad poco después del fallecimiento de Santiago Maldonado.
Desde aquel entonces no volvió a haber un enfrentamiento de esa gravedad en la zona y se estableció una mesa de diálogo entre el Estado, organizaciones mapuches y la mediación del obispo de Bariloche, Juan José Chaparro, aunque de esa mesa no participaron los vecinos de Villa Mascardi.
Pero ese diálogo no avanzó y los vecinos de terrenos aledaños denuncian que el Estado abandonó el lugar, lo que permitió que este grupo continúe expandiéndose.
Si bien desde el 2017 el nivel de conflictividad es cada vez mayor, todo recrudeció durante la cuarentena porque muchos efectivos policiales que custodiaban las casas a la vera de la Ruta 40 fueron trasladados hacia otras localidades para controlar el aislamiento social obligatorio. Según cuenta Frutos, a otros vecinos también les apedrearon e incendiaron la casa estos hombres vinculados al lof. A medida que avanzan, marcan el territorio con trapos que dicen "territorio recuperado".
"Yo sufrí robos, como el de la yegua que despareció a fines de 2019, robo de herramientas, me rompían el galpón y se las llevaban. Antes del incendio tuve dos incursiones nocturnas donde rompen las ventanas y roban", recuerda Frutos.
El incendio fue la noche del 1° de agosto. Con el llamado del cuidador de la casa, que había empezado a trabajar en marzo a raíz de los robos, Frutos y su familia quedaron "consternados". Dice que no lo podían creer, de algún modo fue casi el punto final de un sueño familiar.
En los últimos días, Frutos sufrió otros dos incidentes, el domingo 23 de este mes se dirigía a su casa en el auto, a través de la ruta 40, cuando unos hombres encapuchados amagaron a tirarnos piedras con unas boleadoras: "De inmediato di la vuelta y a pocos metros encontré un patrullero".
Mientras que el miércoles pasado, cuando quiso volver a colocar el cartel que dice La Cristalina, nuevamente lo agredieron con piedras: "Hay mucha vegetación, entonces no los ves. Me llevó 15 minutos poner el cartel y en ese tiempo se acercaron, porque tienen vigilantes que les avisan de cualquier movimiento", concluye Frutos, que se lo escucha desanimado. Ve cómo ese paraíso familiar ahora está acechado por estos grupos, mientras que el conflicto parece lejos de resolverse.
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