La construcción, de estilo ecléctico y con protección patrimonial, fue levantada a principios de siglo XX, en el barrio de Liniers
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Carece de timbre o llamador. Unas chapas negras cubren las rejas que decoran el ingreso y que están cerradas con una cadena gruesa. Desde la vereda, se adivina un jardín tupido, por la maleza que se cuela entre los huecos de la puerta. Ahí detrás está Villa Emma, una casa de estilo ecléctico, construida a principios del siglo XX, ubicada en Lisandro de la Torre 156, en el barrio porteño de Liniers.
A pesar de contar con la protección del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por su valor patrimonial y arquitectónico, la imponente fachada, que en algún momento deslumbró a vecinos y visitantes, hoy se desmorona detrás de una celosa reserva.
“Es una casa misteriosa”, dijo a LA NACION Carlos, dueño de la Inmobiliaria Del Plata, sobre la propiedad ubicada justo a media cuadra de su negocio. Sobre la situación dominial de la casona, sumó: “Hace alrededor de 40 años que trabajamos en el barrio y nunca supimos nada. No sabemos quién vive ahí ni tampoco tenemos ninguna referencia”.
La secuencia se repitió entre los vecinos. “¿Villa Emma? ¿Qué es eso?”. Luego de detallar algunas características de la propiedad y de precisar su ubicación, muchos de ellos reaccionaban: “¡Ah, sí! Es la casa de las columnas. Está muy venida abajo. Acá todos nos conocemos, pero justo de esa propiedad no sabemos nada”.
Después de recorrer las tres inmobiliarias del barrio, de preguntar en los comercios vecinos, y de tocar a la puerta de Lisandro de la Torre 156 sin recibir ninguna respuesta, LA NACION dio con una persona cercana a la familia propietaria, que pidió la reserva de su identidad. Según detalló Gonzalo –no es su verdadero nombre–, la dueña actual de la casa es Margarita, de unos 65 años, viuda del único heredero de la casa, un hombre que había sido criado por sus dos tías solteras. “Acá vivió Paride Nicoletti, el primer jefe de estación del Ferrocarril del Oeste, hoy Ferrocarril Sarmiento”, dijo.
Su historia, contó, es trágica y marca la sucesión de infortunios que azotó a la familia Nicoletti, así como a la propiedad que habitaron. Según su relato, el empleado ferroviario vivía con su familia, compuesta por su mujer y sus cinco hijos, en Villa Emma. Su vida cambió luego de haber encontrado a un empleado del ferrocarril robando materiales de la estación. Nicoletti denunció los hechos y el hombre fue despedido. Unos días después, a modo de venganza, el acusado por los robos lo mató en la vía pública. Para esa época, a principios del siglo XX, las calles eran de tierra y el lugar era una zona muy alejada de la ciudad.
A más de 100 años de ese trágico desenlace, Gonzalo aseguró que la casa “tiene muchas energías” y que pasan cosas fuera de lo normal. “Yo no creo en muchas cosas, soy agnóstico, pero dentro de esta casa he escuchado voces y risas, y hasta he visto una sombra de un hombre con sobretodo y sombrero caminar por la galería”, dijo.
Si bien destacó que la propiedad no tiene peligro de derrumbe, precisó que el estado general es “muy malo”. Detalló que la casa está conformada por cuatro habitaciones, una cocina con una antigua bodega, un baño, un parque lineal y una carpintería en el fondo. “Los dueños originales eran ebanistas italianos”, señaló.
“Muchas personas han querido quitarle el inmueble y desalojarla de la casa, pero ella siempre se resistió”, dijo.
Se trata de un lote de 730 metros cuadrados, hoy dividido en dos. La casa es de estilo ecléctico, propio de las viviendas italianas de finales del siglo XIX. Según la ficha técnica de la propiedad, elaborada por la Dirección General de Interpretación Urbanística de la Ciudad, la superficie edificada tiene 245 metros cuadrados en un solo nivel, con determinados componentes de edificación, como “plantas alargadas, líneas rectas, entradas demarcadas por escaleras y una delimitación de balaustradas, galería perimetral jerarquizada por columnas de mampostería almohadillada y frontis curvos, y un patio lateral que acompaña la longitud de la edificación brindando iluminación y ventilación a cada ambiente”.
Un primer recorrido fotográfico por parte de la Ciudad, en 2019, determinó que el estado general era “regular con numerosas patologías por falta de mantenimiento”. Casi cuatro años después, su condición edilicia está todavía más deteriorada, e incluso las letras que indicaban que se trataba de Villa Emma hoy ya no son parte de su fachada.
Marina Vasta, gerenta operativa de Patrimonio Arquitectónico y Urbano del Gobierno porteño, explicó a LA NACION los tres criterios para determinar la protección de un inmueble: “Que tenga valor urbanístico ambiental (singularidad para el entorno), estético arquitectónico y/o histórico testimonial (que allí haya vivido o haya acontecido un evento de relevancia histórica)”.
Para la casona del barrio de Liniers, el Gobierno porteño definió el nivel de protección “cautelar”, el grado más bajo de resguardo, seguido por “estructural” e “integral”. Por ello, hay una mayor flexibilidad en las modificaciones y la ampliación del inmueble, siempre considerando las características tipológicas de la arquitectura, su forma de implantación y vacíos en el terreno, su relación y grado de consolidación de los edificios adyacentes, y las normas de zonificación en la que se emplaza. No obstante, impide la demolición del bien.
Ante el estado del inmueble, LA NACION consultó a la funcionaria del Gobierno porteño respecto de cómo se debe proceder para que la propiedad no termine derruida por falta de mantenimiento y, en consecuencia, que se disipe su valor patrimonial y arquitectónico.
“La obligación de mantener es siempre del privado. Las obras de puesta en valor de fachadas que lleva adelante el Gobierno son dentro de convenios con los privados y en programas específicos. Si el inmueble tiene peligro de derrumbe, se debe denunciar la situación y el ejecutivo porteño manda a la guardia de auxilio. Sin embargo, no hay ninguna solicitud de manera oficial”, indicó Vasta.