Victoria Donda: "Perdoné a mi apropiador por lo que me hizo a mí. Del resto deben encargarse la sociedad y la Justicia"
Miro el lóbulo de su oreja. Del lóbulo pende un aro pequeño, cubierto apenas por un mechón del pelo revuelto. En la carne rosácea de ese lóbulo, hace muchos años, cuando ella tenía tan solo unas pocas horas de vida, su madre, habiéndola parido un instante antes, en las mazmorras de un centro clandestino de detención, enhebró un hilito azul para que algún día la reconociera algún hombre de buena voluntad. Quince días después, la arrebataron para siempre de los brazos de su madre. Su madre, víctima de las atrocidades de ese tiempo y poco después desaparecida, la llamó Victoria.
Miro, cuando ella descubre las formas nuevas de su cuerpo quitándose el abrigo, el vientre lleno de vida. La voz es pequeña y trémula. Casi el quejido de un animal que ha sido herido hace mucho tiempo. Lleva en ese vientre el futuro. En tres meses parirá a su hija y, en cierto modo, hará abuela a su madre desaparecida, Cori, la muchacha que a los veintidós años, en cuanto supo que jamás volvería a verla, cosió una hebra azulada en el lóbulo de su oreja. Victoria posa la palma de la mano en el vientre, busca la tibieza de un latido, ríe. La llamará Trilce, como el poemario de César Vallejo. "Triste y dulce", dice con voz queda.
Victoria es hija de María Hilda Pérez y José María Donda, integrantes de la agrupación Montoneros y ambos desaparecidos en 1977. El hermano de su padre biológico, teniente de navío Adolfo Miguel Donda, jefe de operaciones de un grupo de tareas en la Escuela Mecánica de la Armada, la arrebató del regazo de su madre y la entregó al ex prefecto Juan Antonio Azic. La llamaron Analía.
Unos días antes de ser detenidos, conscientes de los enfrentamientos que se avecinaban, María Hilda y José María habían entregado a su hija más pequeña, Eva, al cuidado de la abuela Leontina. En esos años, Leontina fundó junto a otras mujeres desesperadas la agrupación Madres de Plaza de Mayo. El teniente de navío Donda inició acciones legales para conseguir la custodia de Eva, su sobrina; la consiguió, beneficiándose de la buena disposición que, ante un pedido de los sectores armados, exhibieron los jueces de la época. La hizo hija suya. La llamó Daniela.
Analía creció en Quilmes, al cuidado de Azic y su mujer. El matrimonio tenía una hija que fue su hermana de crianza. La llamaron Carla. Muchos años después, Analía supo que era Victoria y Carla supo que era Laura, ambas hijas de padres desaparecidos y apropiadas por el ex prefecto Azic. Son las nietas recuperadas número 78 y 90.
"Era brava", dice cuando recuerda su niñez en los extramuros de Berazategui y Quilmes
Victoria Donda es una mujer atractiva. Tiene la sonrisa soleada de quienes fueron bendecidos con una infancia feliz. "Era brava", dice cuando recuerda su niñez en los extramuros de Berazategui y Quilmes. Esa bravura se forjó en la áspera cultura del conurbano, en ciertas rusticidades aprendidas en un mundo de varones, en la seducción arrojada de la muchacha arrancacorazones, en las primeras revueltas adolescentes y estudiantiles. El coraje y la vehemencia moldearon también su militancia temprana, cuando tenía 17 años y aún era Analía. En esos ardores juveniles templó su carácter impetuoso hasta la insolencia. No es así ahora. "Estoy más tranquila", dice, y la boca se ríe y se ríen también los ojos y los dientes.
–La llamarás Trilce, entonces.
–Sí, estoy feliz . Quería una nena. Me daba alguna culpa, pero quería que fuese nena.
–¿Por qué?
–Para compartir más su mundo.
–Pero están, también, las zonas de conflicto entre madre e hija.
–Ésa es una idea construida por la sociedad. Debemos desarmarla para edificar otra. Las mujeres no debemos competir entre nosotras. Existe una larga construcción social que nos lleva a eso. Y, además, muchas veces ese enfrentamiento no ocurre. En el vínculo entre mujeres hay una larga tradición de solidaridad. Socialmente está presente el otro mito, pero las mujeres siempre tejieron lazos solidarios entre ellas para poder afrontar una extensa lista de obligaciones. Hay cosas que no podrían haber hecho si no contaban con la solidaridad de otras mujeres.
–¿En qué estás pensando?
–En mi mamá pariéndome en la ESMA, ayudada por una compañera. En la mujer que se va a trabajar y le pide a la vecina que cuide a sus hijos. En la amiga a la que le das sostén cuando se separa. Hasta que le decís bueno, nena, basta, hay otros chabones… [Ríe con su broma, que trae el lenguaje de la barriada y el suburbio. Es, en ese destello, la adolescente que ardía en el pogo de Los Caballeros de la Quema y la que meneaba el cuerpo firme sobre los parlantes de las discos para hacer aullar a la monada.]
Mi hija va a saber lo que ocurrió con su madre y, también, lo que antes ocurrió con su abuela.
–¿Cómo fue la relación con tu mamá de crianza, Graciela?
–Muy linda. Fue una mujer muy humilde, que me cuidó mucho. Modista. Educada en una escuela de monjas. La extraño mucho. Ella no estaba al tanto de lo ocurrido. Entró en un mundo que desconocía, sin herramientas para pensarlo. Para ella, los papás eran quienes te criaban y nosotras, sus hijas del corazón.
–¿Y con tu padre de crianza?
–No hablamos ahora de lo que pasó. Esa charla la tuvimos hace mucho tiempo.
–En Mi nombre es Victoria, tu biografía, sorprende el respeto con que recibió tus decisiones.
–Él fue muy respetuoso con mis elecciones en la vida, aunque siempre supimos que teníamos visiones muy distintas del mundo.
–¿Un gesto amoroso?
–No había pensado en eso. Yo tenía 17 años, me iba a las marchas. Cuando le conté que militaba, me preguntó si estaba segura de esa decisión. Pero jamás fue hostil. Sólo tuvo respeto por mis ideas.
–¿Aún lo visitás en la cárcel?
–Sí, claro. En el pabellón hospital de Ezeiza. Él tuvo un intento de suicidio hace muchos años, cuando su nombre fue expuesto a la luz, y nunca se recuperó de esa depresión. Sufre, además, las enfermedades que traen los años y el encierro.
–¿Y cómo son esos encuentros?
–Llego al penal como una ciudadana más, a las 9 de la mañana. Espero dos horas para atravesar la primera puerta junto a un centenar de visitas, en muchos casos mujeres con sus niños. Después empieza un procedimiento administrativo (sellado de documento, requisa) que se lleva la mañana. Es humillante. Pura hipocresía. Los presos se fugan en connivencia con agentes del servicio penitenciario, nunca con las visitas.
–¿Él te pidió perdón?
–Sí. Yo lo perdoné por lo que me hizo a mí. Del resto deben encargarse la sociedad y la Justicia, que ya emitió su fallo.
–¿Cuáles de esos vínculos tan complejos le darás a tu hija?
–Mi hija va a saber lo que ocurrió con su madre y, también, lo que antes ocurrió con su abuela. Construirá las relaciones que ella quiera. ¿Qué vínculos voy a habilitarle? Todos los que tengo. ¿Si vamos a visitar a mi padre de crianza en la cárcel? Sí, y Trilce va a venir conmigo. Porque Juan tiene que estar en la cárcel, aunque yo lo quiera. En cuanto a mi hija, es sano que se críe sabiendo que lo que uno hace en la vida tiene consecuencias. Si cometiste actos reñidos con la humanidad, tenés que estar en la cárcel.
–Pero esa atrocidad no cancela el amor.
–No. El amor no puede cancelarse de manera forzada. Para mi sería mucho más fácil, no tendría contradicciones. Pero, ¿qué ser humano no tiene contradicciones?
–Quería preguntarte por Carla, tu hermana de crianza.
–No, yo jamás la menciono. A ella no le gusta, quiero respetar esa decisión. Es una personas esencial para mí. Aprendimos que las diferencias que tenemos no deben ser un obstáculo para el amor que nos tenemos.
–Creciste rodeada de afectos con los que tenías diferencias. ¿Siempre procuraste comprender al otro?
–No sé, hay cosas que no puede comprender. Sí, entiendo que la razón va por un lugar y el afecto, por otro. Públicamente, a Juan [Azic] lo llamo mi apropiador, pero lo quiero.
–En tu biografía, a tu hermana Laura la llamaste Clara y Juan Antonio, Raúl. Una decisión extraña en alguien que luchó tanto por conocer su identidad.
–Primero la publicó una editorial francesa, en 2008. La escribí para sacar afuera cosas que todavía no podía decir en mi país. No pude poner el cuerpo, como sí ocurre ahora. Hoy no modificaría esos nombres.
En cuanto a mi hija, es sano que se críe sabiendo que lo que uno hace en la vida tiene consecuencias. Si cometiste actos reñidos con la humanidad, tenés que estar en la cárcel.
–Con tu hermana Eva Daniela, ¿pudiste sostener una relación?
–No pudimos construir ese vínculo.
–¿No sería reparador? No sólo para ustedes, cada una, a su modo, víctima de la gran tragedia argentina.
–Sí. Ella es, también, una víctima. Pero por ahora no pudimos acercarnos. Quizá ocurra en otro momento.
–En El primer hombre, la novela de Albert Camus, su protagonista, Jacques Cormery, siente una "piedad conmovida" cuando, frente a la tumba de su padre, descubre que es más viejo que él.
–Es muy loco. Lo supe apenas tuve conciencia de que era hija de desaparecidos. Mi madre tenía 22 años cuando desapareció; mi padre, 19. Hace mucho tiempo que soy más grande que ellos.
–¿Estás viviendo el sueño de tu madre?
–Con la militancia, quizá.
–¿Se extraña la militancia?
–La melancolía no termina. Pero la tarea legislativa tiene su épica. Ser representante del pueblo tiene su cuota de romanticismo.
–Durante esa adolescencia de la vida política que es la militancia, uno suele observar la política formal con mucho escepticismo. ¿Qué encontraste ahí?
–A muchos hijos de puta que se llenan los bolsillos, y a muchos otros que no lo hacen. La política no es más que una caja de resonancia de la vida social. Hay mucha gente honesta. Y hay otra muy distinta de mí, a la que no estaba dispuesta a saludar apenas ingresé en la Cámara, pero que me demostró otras cosas y fue venciendo mis prejuicios. Yo sigo siendo soñadora, creo que debe de haber un modo en que el mundo se parezca a mi sueño. Y eso está en la política real.Cuando trabajás en la villa, sabés que vas a cambiar relativamente las cosas. Es una tarea indispensable. Pero las condiciones materiales las cambiás desde el poder real. Cuando empecé a militar, a los 17, quería estar en el barrio y darle clases a los pibes, porque esos pibes necesitaban alfabetización y un comedor donde alimentarse. No había condiciones reales para que vivieran mejor. Pero sabía que tenían que comer en sus casas y aprender en la escuela.
–Es curioso, aun embarazada, no abandonaste la idea de adoptar. ¿Por qué?
–Es otra forma de dar vida. Me gustaría pasar por esa experiencia. Es un tema pendiente en lo político, también. Algunas personas no quieren que nada cambie, porque en nuestro país existe el tráfico de niños, los niños son mercancía. Adoptar de modo ilegal es apropiarse de un niño, más allá de que quien adopte sea movido por los sentimientos más nobles. La ley genera el caldo de cultivo para que eso suceda. Una persona que necesita vivir esa experiencia se deja llevar por ese deseo y comete un delito. Pero socialmente no es percibido como tal. Lo que debemos entender es que no importa que después lo críe con amor. Es un delito.
–En los días de mayor dolor, ¿pensaste alguna vez en Dios?
–Soy creyente. Pero vivo la fe de un modo particular. Uno se aferra a esas cosas en momentos de gran angustia. La Iglesia, como institución, es muchas veces cuestionable. No me pregunto sobre la existencia de Dios. Sé que existió Jesús como personaje histórico, que peleó por la libertad de su pueblo y por el triunfo de la paz y la igualdad.
–Fe, militancia y política.
–La Teología de la Liberación, el padre Carlos Mugica y los curas villeros. Ésa es la tradición que reivindico.
–Nunca un Diosito, por favor, ayudame.
–Diosito, te pido que aprueben la legalización... No, ésa no soy yo.
La política no es más que una caja de resonancia de la vida social. Hay mucha gente honesta
–¿Despenalizar el consumo personal de marihuana es un tema central?
–Sí, porque creo que hay que tener una política de Estado contra el narcotráfico. Cuando hablo de despenalización, pido respeto por las decisiones individuales y fortalecer los sistemas educativos y de salud pública. No creo que el problema de las adicciones se resuelva con el Código Penal en la mano.
–¿La belleza te abrió puertas o, quizá, diluyó tus planteos ideológicos?
–En algún caso, sirvió para diluirlos. Pero me permitió abrir discusiones que, de otro modo, no hubieran tenido lugar. Soporté que La Cámpora mi gritara trola en el Congreso, pero el episodio puso en debate cuestiones de género. ¿Por qué, cuando una mujer usa un escote, es tildada de puta? ¿De dónde surge que una chica en minifalda quiere que la apoyen en el subte? Una de las imágenes más violentas es la que muestra a Tinelli cortándole la pollera a una chica que va a bailar. Es violento aunque ella permita que eso suceda. Pero está naturalizado. Ser mujer no siempre significa tener perspectiva de género. ¿Cómo hacemos para que ese estereotipo no sea opresivo para todas las mujeres? Porque la mujer que se deja cortar la pollera está en un sistema que la oprime.
–Aunque ella no lo sabe.
–Probablemente no lo sepa. Cuando se es víctima, es difícil reconocerse en ese lugar.
–En Toronto conociste a tu abuela Leontina, fundadora de Madres de Plaza de Mayo. ¿Cómo fue el encuentro?
–Hermoso. Vivía sola en un departamento para personas mayores. Tenía 82 años. Coqueta, no quería usar bastón. Apenas nos encontramos me dijo abrigate, me hizo sopa. Tenía mi misma piel. Sos igual a Corita, me dijo. Me mostró recortes de diarios con fotos de mi mamá, me contó cómo era mi papá. [La voz se apaga en medio de esa niebla. Después, el cobijo de la risa.] Quiso saber qué había hecho de mi vida. Cuando empecé a darle detalles, se tomó la cabeza entre las manos. Ay, otra zurdita, se lamentó.
–En medio del dolor, ¿pudiste cuestionar la experiencia política de la generación de tus padres, más allá de su condición de víctimas del terrorismo de Estado?
–No. Para hacer alguna clase de revisión crítica hay que tener una objetividad que aún no tengo. Sigo atravesando un proceso personal de mucho sufrimiento, que no me permite tomar distancia de lo sucedido. Hay otras personas que tienen mayor autoridad moral y distancia crítica. Quizá pueda hacerlo en otro momento.
Bio
Profesión: Legisladora
Edad: 37 años
Nació en la ESMA, en algún momento de 1977. Sus padres permanecen desaparecidos. Es la nieta recuperada núme-ro 78. En 2011, renovó su banca como diputada nacional por el Frente Amplio Progresista (FAP), por la provincia de Buenos Aires
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