Viaje de fin de curso a las Islas Malvinas: la emotiva elección de un grupo de jóvenes
Alumnos de 6to año del Colegio Don Bosco de Ensenada viajaron a las islas junto con tres ex combatientes
Diecisiete alumnos de 6to año del Colegio Don Bosco de Ensenada querían pasar de la anécdota a la historia propia y de ser espectadores a protagonistas. Por eso, decidieron cerrar su ciclo de estudiantes con un viaje a las Islas Malvinas : “Recibimos la posta –dicen-, y ahora tenemos que pasarla a otros”.
Salieron el 13 de octubre de Aeroparque y regresaron el 22, vía Lan Chile, la única aerolínea que hace vuelos a las islas. El proyecto se llamó “Vamos desandando la historia, siendo artesanos de memoria”.
Todo comenzó hace tres años cuando, junto a su profesora de Construcción de Ciudadanía y coordinadora de la Pastoral del colegio, Karina Seibane, se reunieron con ex combatientes del CEMA (Casa del Ex-Soldado Combatiente de Malvinas) de La Plata. Los veteranos les abrieron su memoria, ajada por la distancia y por el dolor de los que no volvieron. Les contaron sus miedos, su necesidad de sobrevivir, la oscuridad, la incertidumbre. Los hicieron sentir en Malvinas. Y los chicos dijeron: “Queremos ir”.
Pero del deseo a la acción hubo un largo proceso. Tuvieron que reunir los 40 mil pesos por persona del costo. Festivales, guisos de lentejas, venta de pizzas, rifas, todo venía bien. El carisma salesiano del colegio estableció una economía compartida y puso todo lo recaudado en un pozo común: el viaje se pensó desde el “nosotros” .
Fueron con ellos la directora, Ana Yeco; la coordinadora Karina Seibane; tres veteranos de la guerra de 1982: Antonio Reda, Eduardo González y Claudio Guzmán; la hija de Reda, Agustina, de 23 años, quien ya viajó tres veces a las islas y Alejandra González, hermana de Néstor González, soldado caído en Malvinas.
“En esto de hacer memoria estamos nosotros, los jóvenes, construyendo algo para los que vienen después”, aseguraron a LA NACION antes de viajar los alumnos Micaela Fariuco, Merino Brian, Carolina Cáneva, Lautaro Reyes, Lucila Depentori, Juana Mosca, Mateo Eucaristimale, Franco Vietri.
Para los tres veteranos Antonio, Claudio y Eduardo, la travesía significó una mezcla de sensaciones.
Los diecisiete jóvenes que viajaron a las islas fueron para entender. Para sentir. Para meterse en la piel de los que quedaron allá y de los que volvieron. Y también, para comenzar a desandar, de a poco, el camino de los desencuentros: dialogar con jóvenes de su misma edad, habitantes de las islas, y buscar la unidad.
“Llevamos a los chicos a nuestras posiciones en la guerra –narró Claudio a LA NACION-. Les contamos allí qué función cumplió cada uno”. Y ellos lo entendieron: “No es lo mismo que la profesora venga y te cuente que hubo una guerra, a que alguien que lo vivió te transmita el sentimiento de miedo, de hambre, de no saber qué hacer porque de eso dependía tu vida o tu muerte. De salvar a tu compañero. Es un tema fuerte, y cuando te lo cuentan te pone la piel de gallina”, dicen los jóvenes.
Guzmán es hoy farmacéutico. En 1982 estuvo destinado en la compañía comando en el sector de Wirless Ridge, segunda sección del Grupo de Exploración con ametralladoras 12,7. “Lo más importante es que estos chicos fueron a cumplir misiones. Como ir a cada cruz, arreglarla, revisar; buscar a jóvenes isleños y procurar encontrarse, dialogar”, contó.
“Muchos piensan que todo es rivalidad, pero nosotros no somos rivales suyos; quisimos hacer puentes, mostrar que no fuimos a politizar sino que fuimos con paz, como amigos, todo tranqui”, aseguraron los chicos.
Resignificar la historia
"Descubrir el poder de la resiliencia. Cuestionarse, nutrirse de convicciones, elaborar opciones nuevas: esa es la síntesis de este proyecto”, dijo Seibanes. En Malvinas, rindieron homenaje a todos los caídos: a los argentinos en el Cementerio de Darwin, a los ingleses en el Cementerio de San Carlos, y a los únicos tres isleños, civiles, tres mujeres muertas en el conflicto, a causa de un bombardeo británico en San Carlos. Llevaron una ofrenda: una rosa hecha por el orfebre Pallarols con vainas de municiones, con los tres nombres tallados. Y se los entregaron a John Fowler, en cuya casa cayó la bomba.
Además recorrieron lugares de combate (montes Wirless Ridge, Longdon, Tumbledown, Two Sisters, Sapper Hill, Monte Kent); fueron a la zona Moody Brook (lugar donde los británicos tenían asentado el comando militar), caminaron por la ciudad de Puerto Argentino y visitaron una pingüinera.
“Las islas que vimos hoy se parecen más a las que vimos al llegar en abril del ’82 que a las que dejamos en junio –dijo Antonio Reda-. Aquellas del final eran grises, rodeadas de muerte, de humo y explosiones, de cosas tiradas, mucho dolor, hospitales, bombas, camiones, tanques”.
Para Reda, la paz es una cuestión personal. “Mi abuelo estuvo en la Primera Guerra Mundial. Y zafó. Mi viejo peleó en la Segunda, y zafó. Yo, en Malvinas, y zafé”, aseguró, y añadió: “Por eso quiero la paz”.
Hay verbos que definen este viaje, sostuvo Seibane: "Tender puentes, acortar distancias, diálogo, encuentro, soñar, reconstruir, sanar, honrar". Ahora, para los chicos, Malvinas es un horizonte posible. Tiene voces, paisajes, horizontes, mar, lejanías, cruces blancas, cielo amplio. Tiene las caras reales de los que pelearon allá hace 35 años y de los que viven hoy, y llevan también el peso de una historia. Malvinas es “una posta” que recibieron y quieren pasar a otros.
“Nada cura el dolor de la guerra –comentó Antonio Reda-. Pero sí repara. Hoy, repara un poco el alma saber que las cosas que parecen imposibles muchas veces son posibles por el camino de la paz”.
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