PUNTA DEL ESTE.- Para algunos chefs fue la primera vez en 25 años que no trabajaron un 31 de diciembre. Otros decidieron regalar un espumante y un pan dulce para que sus comensales bajaran a la playa al momento de la medianoche, dado que a esa hora los restaurantes están hoy obligados a cerrar. Y muchos incursionaron por primera vez en la modalidad take away.
En un balneario acostumbrado desde hace años a fiestas suntuosas y festejos multitudinarios, este año en Punta del Este se imponen unas vacaciones más íntimas, sin eventos y con pocas salidas. Las celebraciones de fin de año fueron en familia o con amigos en petit comité. Hubo algunas fiestas privadas (no autorizadas) para los más jóvenes. Los más grandes prefirieron no exponerse en burbujas desconocidas.
Si no fuera por la gran variedad gastronómica, el balneario tiene por momentos aires de otra época. Algunos recuerdan los años 70, cuando la organización guerrillera Tupamaros amenazó con acciones terroristas y ello desincentivó la llegada de turistas argentinos. Para quienes veranean aquí desde hace tiempo, aparece el sabor de la infancia esteña en los años 80. Otros evocan la crisis de 2001.
La gran mayoría de actividades culturales y sociales está suspendida al menos hasta el 10 de enero, cuando se espera que el gobierno uruguayo comunique si se prolonga o no el statu quo (cierre de fronteras y prohibición de aglomeraciones, entre otras medidas), dependiendo de la cantidad de casos diarios.
Los últimos argentinos que lograron cruzar llegaron a más tardar para las fiestas y se quedan, al menos, hasta fines de enero. No todos tienen en claro si volverán al país. Para quienes tienen hijos en edad escolar dependerá, en gran medida, de si los colegios argentinos reanudan o no las clases.
Otro ritmo
Eso modifica el estilo de las vacaciones, y también el ritmo. Ya no es necesario programar todas las actividades para antes de la primera quincena de enero dado que las estadías son más largas. Tampoco hay tantos amigos para la vida social. Son pocos quienes pudieron entrar, ya sea por tener una residencia en trámite o un permiso especial (el de reunificación familiar, por ejemplo, los autoriza a ingresar en el país por una única vez y un máximo de 45 días, y muchos aprovechan ese lapso para iniciar los trámites de residencia). El no poder volver esporádicamente a la Argentina empuja a muchos a trabajar desde el balneario.
"No lo vivo como vacaciones. Vine a encontrarme con mi familia, descansar entre reuniones, comer rico y caminar en la playa. Mis amigos no pudieron venir. Para mí va a ser una temporada de trabajo y de disfrute familiar y no tanto de salida y ruido. Iremos armando la temporada los que estemos acá. Estoy feliz porque el año fue muy intenso, con momentos de mucho estrés, así que agradecida de poder estar acá", cuenta Helga Yasci.
Su hermano llegó con mujer e hijos al poco tiempo de comenzada la cuarentena en Argentina. Sus padres, a mitad de año. Todos trabajan en la empresa familiar Essen, la fábrica de cacerolas fundada hace 40 años en Venado Tuerto y con 35 años en Uruguay. "Veraneo en Uruguay de toda la vida, y es la primera vez que no voy a hacer idas y vueltas a Buenos Aires porque el permiso es por una única vez. Hay una sensación parecida a cuando éramos chicos. Nuestros papás volvían a trabajar y te quedabas toda la temporada larga con tu mamá", agrega.
Para Carlos, 60 años prefiere no dar su apellido, estas vacaciones son distintas porque no son por un tiempo determinado. La define como "la extraña temporada", con caras de hace muchísimos años pero con una oferta gastronómica impresionante. "Cuando venís en busca de todo, no podés extender tus vacaciones por un año. Además, te cambia el presupuesto. Ahora manejo una empresa textil en Buenos Aires pero mi idea es buscar trabajo acá, hacer una inversión, y quedarme. Mis hijas ya están anotadas en el colegio".
Después de cinco meses de mails, trámites y esperas, Carlos dejó el barrio de Bajo Belgrano y desembarcó en Uruguay, con toda su familia, a fines de septiembre. Lo hizo para asegurar la escolarización de sus hijas y porque aquí, a diferencia de Montevideo o Madrid, tiene casa propia (una chacra a dos kilómetros de José Ignacio). Además, para cuando llegaron, el país tenía muy pocos casos de Covid-19 en comparación con el resto del mundo.
"No aguanté más"
"Soy muy sensible. No aguanté más de escuchar las incoherencias de los gobernantes argentinos. Los de siempre son políticos. Los de ahora son perversos, malintencionados y corruptos. Tenemos una vicepresidenta que trabaja para no ir presa, y no para el pueblo", descarga Carlos. "Uruguay tiene una oportunidad maravillosa de que venga gente que vale la pena a trabajar e invertir".
Para Constanza, que tampoco quiere indentificarse, veraneante habitué de José Ignacio en febrero, lo más interesante es la no temporada. "Siempre venimos en febrero, porque hay menos gente, pero este año llegamos para las fiestas y nos quedaremos un mes y medio. Hay una sensación de no temporada, de poder disfrutar de todo lo bueno sin lo malo".
Según Roberto, un argentino que se quedó en Punta del Este durante todo el año con su familia y no quiere dar su apellido, hay pocos argentinos porque son pocos los que pudieron venir. "Casi exclusivamente están los que ya estaban. Y durante todo el 2020 hubo muchos más de los que había antes. Se trata en su mayoría de argentinos de la tercera edad que trabajan relativamente poco y, con la pandemia, se quedaron de este lado. Venían como turistas, el lugar les resulta familiar y ya tienen una propiedad. Si bien es más caro, el gasto total no aumenta tanto porque acá tienen una sola casa, mientras que en Buenos Aires tienen dos (en Capital y en el country o chacra), sumado a que el tipo de vida aquí es más simple", analiza.
Cambio de hábitos
Además de hoteles y posadas, donde la pandemia golpeó durísimo y quedaron casi sin reservas para este verano, los restaurantes sienten de lleno el cambio de hábitos de la clientela, que prioriza la salida al mediodía. A raíz de las medidas impuestas por la pandemia, desapareció el típico paisaje de la noche esteña con mesas grandes de 10 o 12 personas y salidas nocturnas hasta la madrugada.
Un dato clave: esta temporada, un banco logró hacer convenio con 56 restaurantes esteños que proponen descuentos de 15% en semana y 25% los fines de semana para quienes paguen con sus tarjetas. En esa lista figuran algunos grandes como Bodega Garzón, Bahía Vik (y su parador La Susana), Fasano, Bungalow Suizo y hasta La Huella.
"Está muy, muy tranquilo, más de lo que esperábamos. Estamos un 60% abajo para nuestros volúmenes. No nos viene mal la calma, pero es complicado gestionarla", confiesa Martín Pittaluga, uno de los fundadores de La Huella.
El restaurante de José Ignacio trasladó la mitad del salón a la arena. Viento y apertura que dan tranquilidad a los comensales. Dice que hay mucha gente asustada que no sale, y otros que, de a poco, se animan. El servicio de delivery y take away se amplió y tiene demanda. Adentro quedan pocas mesas, muy espaciadas.
"Estamos trabajando como en la temporada 2001, cuando abrimos y nadie nos conocía. Y el pueblo está como hace 30 años. Esa es la parte buena. Los pocos que veranean están disfrutando de un gran verano. Hay lugar en todas partes, nadie te empuja", agrega.
Buen ritmo
Si bien hoy es poca la cantidad de gente que se ve en el balneario, la pandemia permitió que durante el año muchos trabajaran a un ritmo notoriamente más fuerte que lo conocido hasta ahora, o que experimentaran nuevas modalidades. Es el caso del Mostrador Santa Teresita, que por primera vez en ocho años abrió en octubre y durante los fines de semana recibió a quienes venían de Montevideo y a los argentinos ya instalados. Hoy ya está abierto todos los días, salvo los lunes, con 15 personas trabajando en vez de 40 como el año pasado. Hay pedidos de take away, nada de eventos, y entre los proyectos está la idea de organizar cenas alrededor de conversaciones sobre el arte y eventos privados para 10/15 personas en los que Fernando Trocca propone un menú de cinco pasos.
"Es un verano totalmente diferente para mi. Suelo venir en diciembre, enero y febrero, así que llegar en octubre fue una experiencia nueva. Jamás hubiéramos imaginado abrir en octubre y trabajar. Va a ser una temporada más larga. Si no perdemos plata, estamos contentos. Sigo pensando si hoy habrá un lugar en el mundo mejor que este para estar", confiesa Trocca, quien sigue compartiendo recetas en Instagram desde José Ignacio. El chef argentino logró entrar junto con un núcleo familiar reducido gracias a un permiso.
Al país le interesa que venga gente a trabajar y dar trabajo. Y él llegó para quedarse. Mientras las obras de Sucre Londres y Sucre Dubái se inician en enero (la barra estará a cargo de Tato Giovannoni), Trocca y su equipo ya están buscando un lugar en Montevideo (no sería en Carrasco) para instalar un nuevo Mostrador. Este mismo proyecto, también previsto en Vicente López, al borde del Río de La Plata (con otro nombre, en sociedad con los dueños de La Parolaccia), estuvo congelado por la pandemia pero revivió en las últimas semanas.
"No vuelvo a la Argentina. Volveré a ver a amigos, y por proyectos puntuales. Pero no me gusta lo que está pasando allá. Me faltaba un poquito para que la Argentina me terminara de empujar, y sucedió", cuenta.
En el caso de Cuatro Mares, la tradicional esquina vidriada de la península, su chef Gastón Yelicich redujo su equipo a cinco personas, decidió no sumarse a los descuentos, abrir sólo al mediodía con platos más económicos y, una vez por semana (viernes o sábado), ofrecer un menú nocturno fijo a 2300 pesos uruguayos (54 dólares) para solo 25 cubiertos y con mesas muy separadas. En enero del 2020 su facturación había sido de 263.000 pesos uruguayos (6200 dólares). En enero de 2021, la cifra se redujo a 29.900. "Es un tsunami, una catástrofe comercial, un mega desastre. Es lo más raro que me ha pasado desde diciembre de 1997, cuando empecé a hacer temporada. Y es la primera vez en 25 años que no trabajo un 31 de diciembre. Estamos todos igual", asegura.
Las propuestas culturales se suspendieron para más adelante o se reinventan, como sucedió durante todo el año. La feria Este Arte que suele ser alrededor del 6 de enero se reconvirtió en ESTE Journal, una plataforma periodística online de la feria. Los eventos presenciales de grupos de 30 personas se pospusieron. El festival artístico Campo Artfest, organizado siempre el 28 de diciembre en el pueblo de Garzón, será puramente virtual a fines de enero. El festival de cine de José Ignacio se pospuso al 16/18 enero y la idea es quizá correrlo al 23, en formato autocine. Todo dependerá de las medidas que se anuncien el 10. La galería Xippas festeja sus 30 años con una exposición, Back to the Future, que reúne a 40 artistas que marcaron su historia y que irá rotando. El vernissage en el galpón de Manantiales se extendió durante dos días (2 y 3 de enero) para respetar el protocolo. "Este año lo único que puedo predecir es que la agonía del tiempo se paró. Nadie más viene por 15 días, porque ya no podés hacerlo. Esa ola que venía a pasar las fiestas cambió, y con ello la percepción del tiempo y la forma de viajar", reflexiona la directora de la sede uruguaya, Sofía Silva.
Frente a un panorama incierto, lo que sorprende es la gran cantidad de lugares nuevos que abrieron, posiblemente inversiones ya planeadas que decidieron continuar, que se suman a los que estuvieron abiertos todo el año y a los ya clásicos que proponen nuevas opciones. En la playa mansa hay un nuevo parador en la 5 y otro en la 3 al lado del Club de Pescadores, además de I’marangatú, muy codiciado por su vista de atardeceres. En la Punta se mantienen Papirosen Café, el clásico Andrés y la pizzería Atrevida que siempre está llena. El parador Mia Bistrot sigue en la 20 de la Brava. En La Barra, café El Tesoro, café Zinc y Borneo Coffee. Marismo ahora abre también al mediodía y ofrece un menú con bebida y vino por 1000 pesos (24 dólares). Mistura, que hacía 200 cubiertos por noche, ahora está haciendo 30, por las medidas de distanciamiento y la imposibilidad de hacer dos turnos. En La Juanita, además de La Juana y la panadería de la rotonda, se suman la librería/restaurante Rizoma y la pastelería Calma. En José Ignacio, a los ya conocidos se agregan la nueva posada Ayana (inversión de una familia de austríacos), el parador Sylveira y el restaurante de Posada Paradiso, que cambió de dueños (ahora gestionada por la familia argentina dueña de Pire-Hue), y se mantienen Casa Yagüe, Cruz del Sur y La Excusa. Pasando José Ignacio, además del chiringuito Anastasio se suma el de Francis Mallmann, como parte del proyecto inmobiliario Costa Garzón.
Son las propuestas de una temporada distinta, donde las fiestas y las muchedumbres fueron reemplazadas por el aire intimista de una Punta del Este retro.
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