Verano. Renovado, reabrió un parque acuático en la costa que suma diversión a la playa
Estuvo cerrado en los últimos cuatro años; creado en los 80, es un ícono en Mar del Plata; hay juegos para todas las edades y para quienes quieren probar su coraje
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MAR DEL PLATA.- El hombre, en un automóvil Volvo muy moderno para la época, había llegado a fines de la década del 80 hasta Mar del Plata para comprar una primera tanda de bloques de cemento destinados a levantar pared que cerraría un enorme predio junto a la Ruta 2. Ese cliente era Miguel Viva y, junto a un socio uruguayo, daba su primer paso para un ambicioso parque acuático. Quien lo atendió en ese corralón de materiales era Carlos Carpaneto, que casi cuatro décadas después se dejó llevar por los buenos momentos que pasó en familia entre esas piscinas, juegos y máquina de olas y se decidió a invertir en la reapertura de este monumental parque acuático que permanecía cerrado desde hace cuatro años.
Los gritos, mezcla de emoción y adrenalina, se repiten y aturden con ese eco que potencian los tubos de decenas de metros por los que viajan a velocidad desde niños hasta bien mayores, lanzados desde las alturas para caer sobre distintos espejos de agua.
Acostados de brazos cruzados al pecho. De panza, sobre alfombras de goma. Sentados inflables individuales, de parejas y hasta de a cuatro. El vértigo tiene sus mil formas en esta propuesta que fue un símbolo entre las atracciones de la ciudad que complementan la oferta de playa y que, tras un período de relativo abandono y posterior inactividad, vuelve a ver correr millones de litros de agua para recreación de marplatenses y turistas.
“Me da más miedo verlo que tirarme”, dice una madre al pie del “Kamikaze”, una aventura que ofrece viajar por un carril de menos de un metro de ancho desde una altura de casi 15 metros. Del puente al chapuzón, a pura velocidad y en pendiente pronunciada, en menos de cinco segundos.
“Todo se desarmó, se revisó y se fiscalizó porque había materiales que podían estar estropeados por falta de uso”, confirma Carpaneto a LA NACION, minutos después de un acto de apertura oficial que hizo casi un mes después de abrir un complejo en el que solo para dar puerta al público demandó la incorporación de más de 250 empleados.
Es un empresario que siguió desde aquellos tiempos vinculado con la construcción y el transporte, pero también se volcó a la recreación y el turismo con Costa Corvina, el parador de playa más moderno de Santa Clara del Mar.
Esta aventura a la que se animó con Aquasol tiene el impulso de sus hijos varones, Carlos y Nicolás, que allá por enero de 2020 volvieron a ese parque que tanto habían ido siendo chicos y adolescentes y lo encontraron desatendido, con pastos altos y frío en servicios. “¿Y qué quieren hacer?”, les preguntó. “Hablar con el dueño”, le dijeron a su padre. Y así fueron por Viva y su socio, Guillermo Pérez Lavagnini. “A ellos les costaba desprenderse porque no era que no lo quisieran, sino que no lo podían continuar pero tampoco dejarlo así”, contó a LA NACION.
Tanto que uno de esos propietarios originales sigue por el parque y está presente en la ceremonia junto a Carpaneto, que se dejó llevar por el empuje de los más jóvenes de la familia y ve, desde diciembre, cómo miles de personas disfrutan del parque cada día. “Lo dejé en buenas manos, mejores imposible”, dice Viva a LA NACION y asegura que le entregó un lugar listo. “Había que pasarle el plumero”, ironiza sobre un mantenimiento integral que se ejecutó a lo largo de casi dos años. Atrás habían quedado la pandemia y pospandemia, que trabaron cualquier intento con mayor apuro.
El formato actual de Aquasol es de un ecoparque que ocupa casi 24 hectáreas y que al conjunto de la oferta de juegos de agua, los heredados y algunos nuevos que se incorporaron este verano, se suma una laguna donde se pueden practicar deportes náuticos y también fauna autóctona, desde nutrias y cisnes hasta pavos reales que se mueven entre la gente.
La apuesta es doblemente valiosa porque, tras el período de inactividad, este parque acuático sale a disputar un mercado que durante estos años había captado Aquópolis, otro producto de similares características que funciona en la zona sur. “No me asustaba porque a mí la competencia me gusta, me hace progresar”, confirma Carpaneto, que pisó el acelerador del proyecto sin mirar mucho más allá de lo que había dentro de los límites de este complejo. “Si se hace bien, el sol sale para todos”, asegura.
Aquasol tiene sus instalaciones a la altura del kilómetro 386 de Ruta 2. Ya en medio de pandemia se avanzó con la idea, tanto el proyecto económico como la recuperación de la infraestructura de servicios y juegos. Y con un valor agregado adicional: Aquasol es una marca instalada y, por sobre todo, identificada con la ciudad. “Es un ícono de Mar del Plata”, ratifica Carpaneto.
Nostalgias de la infancia
“Venía de chico con mis viejos, en las primeras vacaciones con amigos un día por lo menos veníamos y ahora traigo a mis hijos, a que disfruten y sientan esas cosquillitas en la panza”, detalla Miguel Balbuena, de Capital Federal, que anda con cinco chicos entre propios y sobrinos y los espera al pie del “Black Hole”, al que caen en parejas, sentados en inflables.
El parque tiene una capacidad estimada en unas 5.000 personas. Viva, que lo vio en funcionamiento durante más de tres décadas, aclara que el número debe tener relación con la cantidad de juegos, que fue creciendo hasta esta actual oferta. “Si no, la gente se lo pasa haciendo fila para tirarse por un tobogán, y no es la idea”, dijo a LA NACION. El acceso general tiene un valor de $12.000 ($11.000 menores y jubilados) y es un pase libre a todos los juegos. Adentro se pueden alquilar lockers, flotadores y camastros.
Las propuestas que tienen punto de partida en altura reclaman un bonus desde lo físico: hay que subir hasta cinco niveles por escaleras. Pero para los más chicos no es problema: se tiran y vuelven a desandar casi un centenar de escalones cuesta arriba. En algunos casos cargando con el inflable sobre el que volverán a bajar, entre zigzagueos y velocidad.
Como de costumbre, los casi 30 juegos del parque tienen piscinas que se abastecen de surgentes de agua de la zona y abundancia de toboganes, de distinta extensión y formatos, con tres niveles de intensidad para unos, riesgo para otros: bajo, medio y extremo, según diseño. Los primeros son para casi toda la familia, los otros son los más concurridos y a los picantes que combinan altura y casi caída libre se le animan solo los valientes. “Es tremendo lo que se siente primero cuando te abren el piso y luego cuando te hace subir y caer, en rulo y casi a oscuras”, cuenta Matías, de 16 años, agitado todavía por las sensaciones del “Loop”, que se inicia encerrado en una cápsula. Para muchos, el más “picante” de todos los juegos.
Conserva además otra de las propuestas que, allá por el cierre de la década del 90, era inédito para estas propuestas en el país: la piscina con olas. Tabla para barrenar o anillo inflable para ir y venir, en un movido bamboleo al ritmo de las corrientes artificiales de agua.
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