Verano porteño. Balnearios populares con acceso al río y piletas públicas en plazas, buenos viejos tiempos en la ciudad
Desde la “Bristol porteña” en la Costanera Sur hasta natatorios en parques y plazas, a mitad del siglo XX muchos vecinos podían enfrentar el calor sin tener que trasladarse a otros destinos de la costa atlántica
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Con un verano de altas temperaturas, que incluyeron ya un récord de 41,5°C en la primera quincena de este mes y se convirtió en la segunda mayor temperatura de la historia de la Ciudad de Buenos Aires, es inevitable pensar en los espacios naturales porteños para refugiarse del calor y recordar con nostalgia al río de la Plata, en cuyas costaneras hubo un tiempo pasado en donde había balnearios y la gente podía meterse al agua. Un escenario tan paradisíaco como utópico en la actualidad que escondió por décadas una delicada problemática: la contaminación.
Hasta mitades del siglo XX, brilló a la altura de la actual Reserva Ecológica lo que funcionó como la “Bristol porteña”, un balneario público cuyos registros en blanco y negro impactan: miles de niños, jóvenes y adultos sin acceso a la costa atlántica pasaban sus veranos en la Costanera Sur. A diferencia de lo que ocurre hoy, las escalinatas de cemento del llamado “Espigón Plus Ultra” daban acceso al agua, que se complementaba con paseos arbolados sobre la rambla y hasta contaba con vestuarios. Había desde carnavales hasta colonias. Pero esa postal romántica cayó en desgracia con el avance de los criterios ambientales. Toda actividad recreativa en un curso de agua afectado por residuos industriales y cloacales es un peligro para la salud de la ciudadanía.
El historiador Eduardo Lazzari, presidente de la Junta de Estudios Históricos del Buen Ayre (Jehba), explica que la tendencia creciente de la concientización ecologista que hubo a nivel internacional terminó por alcanzar al Río de la Plata, principal damnificado por su proximidad con la Cuenca Matanza-Riachuelo y el Río Reconquista, históricamente atestados de desechos. “A partir de las décadas del 50 y 60, las autoridades dispusieron más prohibiciones y clausuras sobre los balnearios rioplatenses, que lentamente dejaron de ser una opción. La contaminación es una de las grandes causas por la cual la Ciudad de Buenos Aires con los años le fue dando la espalda al río”.
Ocaso en los 70
El paisaje turístico que ofrecía la costa rioplatense acabó a mitades de los 70, cuando los balnearios dejaron de brindar acceso público al agua de forma definitiva, algo que se extendió por todo el suelo porteño y alcanzó al bonaerense. El ocaso, reconstruye Lazzari, también fue motorizado por el crecimiento de la oferta privada. “Los clubes deportivos”, “los natatorios arancelados” y “los campos de recreación sindicales” pasaron a dominar el catálogo. “Los servicios públicos antes no solo lograban satisfacer las necesidades, sino que además llegaron a ser de muy alta calidad. La paradoja es que su deterioro en el tiempo fue dado por una mayor presencia del Estado en la vida social y económica”, opina y subraya que esa mirada “no es en términos ideológicos, sino prácticos”.
Los períodos siguientes, con la construcción de autopistas y nuevos accesos en la zona, respuesta al exponencial crecimiento demográfico de la Ciudad, la “Bristol porteña” pasó a ser un depósito de escombros, una decisión urbanística con el objetivo de ganarle terreno al río. Los cambios de criterios y la sucesión de mandos (con dictaduras y crisis económicas entre medio), sin embargo, colapsaron diversos proyectos y la zona quedó abandonada hasta la inauguración en 1986 de la Reserva Ecológica. Más tarde, en los 90, llegaría la conformación de Puerto Madero como barrio top, por un lado, y la instalación de asentamientos, por el otro, como la Villa Rodrigo Bueno, donde viven actualmente más de 2600 personas. Lo único que quedó fue el Espigón Plus Ultra, restaurado en 2014 pero enrejado y lejos de sus años de popularidad.
El fin de las piletas públicas en parques municipales
La desaparición de los balnearios no fue la única actividad acuática de acceso gratuito que con los años se erosionaron en la Ciudad de Buenos Aires. Si bien en la actualidad el gobierno porteño mantiene un convenio con 12 polideportivos para brindar piletas a “precios económicos”, hubo diversos natatorios municipales a lo largo de la historia que marcaron época o resultan impensados para estos tiempos. Algunos pasaron a manos de privados, mientras que otros simplemente desaparecieron. En esta última categoría, entran las piletas que desde principios de siglo XX se construyeron en espacios públicos verdes. Por ejemplo, la que estuvo en pleno Retiro a finales de los años 30, sobre el territorio que actualmente ocupa la Plaza Canadá .
“Estaba ubicada en todo un conjunto de plazoletas que era como la prolongación de la Plaza San Martín hacia el Puerto Nuevo. Esta pileta fue una experiencia bastante fugaz y fue un intento de imponer ciertas costumbres de países socialistas y más fríos. Piletas abiertas con ciertos grados de climatización, algo usual en la vieja Unión Soviética, pero que en la Argentina no tuvo éxito. Cuando avanzó la urbanización, se optó más por una estrategia directamente de espacios verdes”, detalla Lazzari, que marca diferencia con otros casos que si marcaron tendencia como el “antiguo natatorio del Parque Chacabuco o del Parque Avellaneda”. El primero aún sigue en pie, mientras que el segundo cerró en los 70.
Otro ícono, destaca el revisionista, fue el del Parque Norte, en Núñez, próximo a Costanera Norte. Este complejo de 34 hectáreas “fue un balneario popular con acceso a piletas públicas que derivó en una privatización”. En 1997, el entonces presidente Carlos Menem, que primero lo había concesionado, acordó su venta al Sindicato de Empleados de Comercio de Capital Federal, una medida cargada de polémica por tratarse de un espacio municipal que negoció el Estado Nacional (además, del bajo precio de la transacción) e incluyó una causa penal de la que el exmandatario acabaría sobreseído. Hoy, sus instalaciones (entre ellas, cinco natatorios) son libres para sus trabajadores afiliados, pero arancelados para el resto de la comunidad.
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