Un grupo de vecinos decidió volver a sacar las mesas y las sillas a sus veredas, como hacían los porteños en décadas pasadas. Sucede en Villa Devoto, en una zona en la que la ciudad empieza a confundirse con el conurbano. Calles con poco tránsito, veredas anchas, pasajes silenciosos y árboles centenarios. Pero eso no es todo, los vecinos que se juntan en la intersección de Nazarre y Marcos Paz, decidieron formar Veredas Vivas, una comunidad que llenó la zona de plantas nativas y comestibles.
Pablo Pistocchi, uno de los impulsores del grupo, cuenta a LA NACIÓN que todo empezó hace unos cuatro años, cuando puso unas enredaderas en la puerta de su casa. "Empezaron a pasar vecinos preguntando o elogiando las plantas -explica-. Y así se fue formando la red. Siempre pensé que contra la inseguridad es mejor salir a la vereda y no estar escondido detrás de una ventana con rejas o filmado por las cámaras de la Cuidad".
Se reúnen todos los fines de semana al atardecer. Hay mate cebado de una pava, como en los viejos tiempos, y pan casero y budines aportados por los integrantes de Veredas Vivas. Hay historias de vecinas jubiladas que "vuelven a vivir" gracias al proyecto. Es el caso de una jubilada de 86 años con problemas de audición, que volvió a salir a la calle para regar los canteros de Veredas Vivas que están frente a su casa. Forman la comunidad también una profesora de yoga que sumó alumnos entre la comunidad y un plomero y gasista cubano, Carlos Márques, que se encarga de los arreglos de los canteros.
Facundo Romano, otro vecino de Devoto, explica: "Las ciudades como Buenos Aires se ubicaron en las mejores tierras. Tienen humedad y están cerca del río, pero tapamos todo con cemento y las plantas no pueden crecer".
Huerta al paso
El primer pilar de Veredas Vivas era ofrecer plantas comestibles a la comunidad. "La idea es que las personas en vez de revolver el contenedor, puedan arrancar un zapallo o alguna fruta de un árbol", se entusiasma Pistocchi. Veredas Vivas, con permiso de cada vecino, usó varios canteros vacíos para plantar zapallo, repollo, tomate cherry y ajíes en esta primera etapa. "Igual a cada vecino que tiene un cantero en la puerta lo impulsamos a cuidar las plantas, regarlas y avisarnos si hay algún problema", explica Romano.
"Tenemos que volver a la época en la que los porteños lográbamos abastecernos con huertas, árboles frutales y hasta animales sin pasar por los supermercados", explica Romano. Y Pistocchi es un buen ejemplo, ya que tiene gallinas en el fondo de su casa que lo proveen de huevos.
En una recorrida de apenas 400 metros (una vuelta a la manzana), Los vecinos de Veredas Vivas pueden obtener paltas, limones, oregano, menta, nueces de pecan de un nogal de casi 100 años, zapallos y ajíes picantes.
Colibríes y mariposas
Antes de que se extendiera la Buenos Aires de cemento, ya estaban en esta zona las plantas nativas, que a su vez generaban todo un ecosistema de insectos propios de esta zona de la región pampeana. Beatriz Freire es especialista en plantas nativas y colabora con el grupo de Devoto. "La idea es que podamos volver a contar con ese tipo de vegetación propia de la zona –explica la mujer-. Eso hace que vuelvan las mariposas o colibríes tan comunes antes".
Para el proyecto, Veredas Vivas cuenta con el apoyo técnico de las ONG "El Renacer de la Laguna", que funciona en el predio de Agronomía, y la Red de Viveros de Plantas Nativas. "Nuestra idea es sumar un granito de arena a mejorar la biodiversidad de la ciudad –relata Pistocchi-. Lo ideal es que existan en cada manzana o barrio grupo de vecinos que hagan una actividad parecida a la de Veredas Vivas".
Por ejemplo, en una de las veredas crece un "sen del campo" que tiene unas flores amarillas. "La mariposa limoncito se alimenta cuando es oruga de esa planta con exclusividad. Por lo tanto, no puede existiría sin esa planta", cuenta Freire.
Según el último censo en las veredas porteñas hay 370.916 árboles. Lideran el ranking tres especies exóticas: el fresno americano, el plátano y el ficus. "Cuando se diseñó la ciudad la idea era parecerse a París, por eso se introdujeron ese tipo de vegetación –comenta Pistocchi-. Sería bueno reemplazarlos en lo posible por especies autóctonas como el timbó, el clásico ombú o la anacahuita".
"A veces parecemos ´medio locos´, porque cuando vemos una oruga en una hoja, una mariposa o un abejorro que se acerca en una planta, en vez de asustarnos o matarlo, nos ponemos contentos –sostiene Pistocchi-. Tampoco usamos químicos para cuidar a las plantas. Lo hacemos con sustancias naturales que sirven para cuidarlas".
Junto a un frío poste de la luz crece una planta trepadora, La Pasionaria. En el verano suele tener flores grandes que todavía pueden verse en este otoño caluroso. Sus frutos de color naranja atraen insectos y colibríes. "Cuando vimos los primeros pajaritos de color verde que se acercaban a las flores aleteando fue como una gran emoción –recuerda Pistocchi-. Hace muchos años que no se veían colibríes en Buenos Aires".