En el litoral marino del sur de la Argentina existen caminos que llevan a playas solitarias donde la belleza y el silencio se hallan en estado de pureza
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Argentina tiene casi 7000 kilómetros cuadrados de litoral marino. El dato alentador para los que buscan lugares vírgenes es que menos de la mitad está explotado, y de esa mitad, un porcentaje menor son destinos turísticos tradicionales y allí es donde se produce el mayor movimiento comercial y de personas. Pero, ¿dónde van aquellos que necesitan alejarse de todo este ruido? Existen caminos que llevan a playas desérticas, donde la belleza y el silencio se hallan en estado de pureza.
El viajero evolucionó y necesita transitar por territorio inexplorado. La Patagonia continúa siendo esa tierra incógnita que hechizó a los navegantes y exploradores en tiempos remotos. Alejadas de los radares del turismo masivo y exiliadas en caminos olvidados, su costa esconde playas secretas, las condiciones para disfrutarlas es abandonar la señal telefónica, la comodidad urbana y acercarnos a nuestra versión analógica, amigarnos con nuestros pensamientos y consagrarnos a lo inesperado.
En estos paraísos perdidos, la naturaleza, manda y la aventura está asegurada.
Conchillas
El caribe patagónico comprende las playas de la Península Villarino, en San Antonio Este, Río Negro, un pequeño pueblo de 180 habitantes que vive al ritmo de su puerto de aguas profundas por donde sale toda la producción frutihortícola del Alto Valle, pero también de sus bodegones marinos, como El puerto de José y Moni.
No es mito lo del agua cálida. El Golfo San Matías tiene el comportamiento de un mar interno. Conchillas es la primera playa de la ruta de este trópico patagónico, es la única en mar abierto y la más extensa. Son 12 kilómetros de playas vírgenes con una particularidad: no tienen arena sino conchillas blancas, impolutas, alisadas por la sal y el viento. El contraste con el azul profundo del mar es impactante. La temperatura del agua suele variar entre 20 y 22 grados. La ruta provincial 1 rionegrina sigue la costa, por lo tanto, la playa. Existen dos paradores frente al mar y un pequeño pueblo de menos de 50 habitantes que viven hermanado a este paraíso, Saco Viejo.
Aquí hay hospedajes, y una despensa, El Tío, donde se consiguen verduras, carnes, bebidas frías y todo lo necesario para vivir. Es de la familia Herrera, pioneros, quienes fueron los primeros en construir una casa en este sueño de pueblo marítimo. Ellos conocen los datos de los vecinos que alquilan casas a turistas.
La playa, muy extensa, es usada por viajeros en motorhomes y los pescadores. Quienes la frecuentan dicen que es la más linda de todo el país. Dentro de la Bahía San Antonio, hacia al final de la ruta 1, están las playas Villarino, y Punta Perdices, consagrada como la deseada perla de este Caribe Patagónico.
Punta Mejillón
“Todos los argentinos deberían conocer este paraíso”, dice Sergio Méndez, el único habitante de esta playa de Río Negro donde sus pisadas son las únicas humanas en una línea de costa de más de 60 kilómetros en donde no tiene a ningún vecino, ni tampoco localidad. Cuando la marea baja, quedan más de 500 metros de playa, la suave pendiente que sigue y el poco oleaje, hacen de Punta Mejillón una increíble pileta de agua salada.
Está al sur de la Caleta de los Loros. No hay agua potable. Un puesto de guardafaunas en el camino y la que tiene Sergio son las únicas chances de conseguirla, así que se recomienda llevar. “Necesité compartir esta visión”, dice Méndez. Nacido en Rosario, dejó la ciudad y se construyó una casa frente al mar; es un ermitaño voluntario. Levantó la planta alta e hizo habitaciones para aquellos que quieren salir de este mundo para caminar por uno donde la paz y la calma, son protagonistas. El hospedaje es sencillo. No hace falta mucho: una cama, una mesa y una ventana con vista directa a corazón del mar.
Un dato: Sergio tiene electricidad por pantalla solar y generador, también la única conexión a internet a varios kilómetros a la redonda. Otro dato: a partir de diciembre el sol se retira recién alrededor de las 22 horas. Por la noche, y sin contaminación lumínica, el cielo se enciende. Estrellas fugaces y satélites y algunas luces de inexplicable origen animan el manto celeste, único y desbordante.
Una zona de la playa tiene restinga, al bajar a marea quedan peces, cangrejos, pulpos, mejillones y lapas: es la base de la alimentación en esta playa donde el lenguaje aún no ha creado un adjetivo para resumir todos los colores del mar, la brillantez que el sol refleja en la arena fina, el recorte de los acantilados y la asumida sensación de estar en otro planeta. Es la Patagonia pura.
Puerto Lobos
Es la primera playa de Chubut dejando Río Negro. No hay servicios y la belleza aquí enmudece. Hubo un pueblo en esta costa dilatada que se fundó en 1910, cuando llegó el telégrafo. Había escuela, hotel, una estación de servicio del Automóvil Club Argentino y 50 habitantes que vivían una vida sencilla sobre el paralelo 42 sur. Aún no se había construido la ruta 3 y por aquí pasaba la ruta 1 que unía San Antonio Oeste con Puerto Madryn. Cuando se asfaltó aquella ruta, que pasa a 20 kilómetros estepa adentro, el éxodo fue total.
De todo aquello solo quedan las ruinas del hotel y un cementerio con una tumba olvidada. La buena señal es que muy pocos llegan a esta playa de canto rodado que tiene un encanto: sus piedras multicolores. Una escollera natural sirve de contención al oleaje que llega calmo y aplomado a la orilla. El Golfo San Matías aún bendice estas aguas de una temperatura elevada. La cristalinidad es extraordinaria y la ausencia de humanidad establece un nivel de felicidad alto e íntimo.
En épocas de ballenas, algunas eligen la tranquilidad y la profundidad de la Bahía de Puerto Lobos para descansar. Las ruinas del hotel sirven como refugio para aquellos que eligen acampar. Una buena noticia: tres ex habitantes tienen un parador en el cruce de la ruta 3 y la ruta 60, de ripio que conduce al mar. “El Empalme”, se llama y es un auténtico almacén de ramos generales patagónico. Nunca falta un plato de sopa, guiso y bifes, tienen piezas para pasar la noche y ellos cuentan la historia del pueblo que desapareció frente a un mar perfecto. El parador es un oasis en la cruda y árida estepa.
Rocas Coloradas
Desérticas y poco conocidas, estas playas de Chubut son solo caminadas por solitarios pescadores patagónicos y los viajeros que buscan experiencias fuertes. Forman parte del Área Natural Rocas Coloradas, ubicada a 20 kilómetros al norte de Caleta Cordova, un pequeño pueblo de pescadores donde se hace una feria en la que ellos venden pescados y frutos de mar. También hay pequeños puestos callejeros de comida donde se ofrecen pulpitos, camarones y langostinos, frescos y sabrosos, cocinados a la vista.
Las playas de Rocas Coloradas es uno de los portales de proyecto Patagonia Azul de la Fundación Rewilding, su límite norte es Puerto Visser, en tierra la ruta 3 y sobre el mar, hasta los 80 metros de profundidad de la plataforma continental argentina. En la entrada al portal existe un puesto con información. El Pico Salamanca es un cerro de 576 metros de altura, una pirámide natural. La ruta provincial 1 cruza por un territorio salvaje y deshabitado (no hay seres humanos a la vista) de lagunas secas y tierra agrietada, con cerros y bardas de color rojizo como es el caso del Valle de Marte y el Monte de los Meteoritos.
Un dato de oro: existe un bosque petrificado cuya ubicación se da en el ingreso. La secuencia de la felicidad es contratar un guía o buscar por intuición una de las tantas playas que tienen precarios refugios de pescadores para poder cocinar y pasar el día en esta costa. La visita a este edén inexplorado, es con una condición: dejar todo tal cual como estaba. Es necesario llevar agua, alimentos, y la ruta 1 al norte de Rocas Coloradas se corta. El área protegida suma 60.000 hectáreas de tierra y 352 km² de mar, un paisaje estepario y de costa que quedó sin contaminación humana, es un paraíso intacto. Sus playas, exiliadas del mundo moderno.
Cabo Curioso
Para los que vienen desde el norte es la playa más austral del país, y para los que viven en Santa Cruz, es la más cercana, pero también la más secreta: es el balneario del local que disfruta de un oasis en la costa del fin del mundo. Está a 12 kilómetros de Puerto San Julián, no tiene señal telefónica ni internet, tampoco guardavidas ni servicios, sin embargo, es un ejemplo de espejismo a la inversa (poderosa metáfora del periodista Mario Markic): donde parece no haber nada, encontrás de todo.
El color del mar es soñado, sus tonalidades van desde el esmeralda a un azul cielo, hasta un turquesa pictórico. La playa es salvaje y remota, su soledad es melancólica. En lo alto de un promontorio se ve el Faro Cabo Curioso (inactivo), fue una de las últimas luces humanas en el Finisterre meridional. De canto rodado y arena, la extensa bahía es moldeada por el viento.
Deseada por los amantes de la soledad, forma parte del Parque Marino Makenke, uno de los pocos en el país que protege la biodiversidad del Mar Argentino, conserva una superficie de más de 72.000 hectáreas, en los acantilados anida el cormorán gris y es una ruta migratoria del pingüino de Magallanes. Este navegante y Darwin estuvieron por aquí, la riqueza paleontológica del cabo es inmensa, hace millones de años que nada ni nadie perturba este lugar. Un camping básico permite el pernocte. La temperatura en el día suele ser alta, a veces llega a 30 grados y el baño en las frías aguas es un bálsamo. La playa recibe locales y viajeros que vienen a explorar y conocer esta paradisíaca postal de belleza y soledad extremas.
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