Una vida signada por la experimentación artística y la tragedia
Para el movimiento cultural emergente de la Buenos Aires de los años 80 y 90, el performer Omar Chabán fue una figura fundacional. Durante esos años, fue el creador de tres espacios emblemáticos -el Café Einstein, Cemento y Die Schule-, que marcaron a fuego el pulso de la época. En 2004, se convirtió en el gerenciador de República Cromagnon, espacio situado en pleno barrio de Once. La tragedia ocurrida la noche del 30 de diciembre de 2004, durante un show de Callejeros, cambió para siempre la historia de Chabán y la de las familias de las víctimas.
Una bengala convirtió el lugar en una hoguera que consumió la vida de 194 personas, en la que es la mayor tragedia en el mundo del entretenimiento ocurrida en nuestro país. El episodio le costó la jefatura del gobierno porteño a Aníbal Ibarra y modificó sustancialmente los criterios de habilitación de los lugares destinados a la realización de shows en Buenos Aires.
A finales del año pasado, tras ocho años de espera, la Justicia condenó a Chabán a diez años y nueve meses de prisión por estrago culposo. Días antes de la lectura del dictamen, le dijo a LA NACION: "Yo era una persona éticamente buena. Nunca tuve una denuncia de discriminación. Era bueno en el sentido más tradicional, con una actitud de amor y ética con respecto al trabajo. Yo tenía 52 años, no estaba en un ámbito delictivo, era la pulcritud máxima. Nunca usé una bengala ni un arma, no me drogué.[...] ¿A vos te parece que alguien que coordina un lugar va a querer que pase algo como lo que pasó en Cromagnon?".
Chabán decía que se sentía al borde del abismo. Era una imagen que en nada se correspondía con la que tenía en 2004, antes de la apertura del fatídico local, en otro encuentro con este diario. Esa vez, con esa personalidad desbordante que lo caracterizaba, afirmó: "Todo lo que hice entre los 24 y los 27 años es lo que se está viendo ahora". Tenía razón: tuvo un ojo exquisito para detectar talentos y ofrecerles el ámbito en el que expresarse.
Su historia está ligada a los espacios que creó, que dieron cuenta de su singular universo creativo. El primero,abierto en 1982, fue el Café Einstein. Era un lugar pequeño que tenía una planta baja, un patio y habitaciones decoradas con muebles comprados en un cotolengo. Las primeras bandas estables del lugar fueron Sumo y Los Twist, por entonces casi desconocidas. Los martes al mediodía Chabán hacía ollas populares. A la noche, tocaba Soda Stereo en medio de un clima de performance y de cruces artísticos, en el que convivían Viví Tellas, Sandro Pujía y Federico Peralta Ramos.
En 1985 creó Cemento con dinero de la actriz Katja Alemann, su pareja de entonces. En este galpón enorme, futuro templo del rock, abrió sus actividades con una performance de la coreógrafa Teresa Duggan. Con el correr del tiempo, entre esas paredes grises tocaron Los Redondos, La Renga, Sumo, Rata Blanca y Los Violadores, y se presentó La Organización Negra. Allí actuaron Batato Barea, El Descueve y la Mona Jiménez junto con Fito Páez. "Era un lugar anárquico, pero con alguien que sabías que era tu padrino, tu mecenas, tu tutor", dijo alguna vez Divina Gloria.
A los 18 años, empezó a cursar Filosofía. Un año después pasó a Artes Plásticas mientras estudiaba teatro. Tomó cursos de escenografía con Saulo Benavente, estudió para clown con Guillermo Angelelli y danza con Ana Itelman, pero siempre se consideró un actor frustrado.
En los años 90 abrió Die Schule, pequeño espacio de corte experimental, en Congreso. En ese ámbito, Roberto Pettinato, junto con Guillermo Piccolini, formó Pachuco Cadáver. Zeta Bosio recordaba de este modo su ambiente: "Veíamos de cerca a Carca, Tía Newton, Juana La Loca, Babasónicos".
El cuarto espacio creado por Chabán fue Cromagnon, el escenario de la futura tragedia.
Ante su muerte, su vida parece reducirse brutalmente a las fotos de aquella noche trágica. Pero el álbum fotográfico de Omar Chabán tuvo muchas otras páginas. La mayoría de ellas dan cuenta de su rol como hombre clave en el desarrollo de la cultura experimental de la Buenos Aires de los años 80 y 90.
Entre una foto y la otra se abre un abanico perturbador, de una gama de violentos matices. En ese contrapunto reside la verdadera dimensión de la tragedia.
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