Cada vez más argentinos se mudan a una casa rodante en plena ciudad
El último censo reveló que las viviendas móviles son una opción en alza para alcanzar el techo propio; tres testimonios donde la crisis fue el motor del cambio
Mónica, Víctor, Andrés y Rubén forman parte de un amplio conjunto de argentinos que se animó a superar los prejuicios y cambiar las comodidades de una casa tradicional por una vida sobre ruedas. Hoy aseguran a LA NACION haber aprendido a mirar la realidad con los ojos de un verdadero trotamundos, pero en plena ciudad. Están separados geográficamente, pero los une y acerca una convicción: mudarse a una vivienda móvil les permitió reencauzar una rutina que ya no funcionaba, condicionada por una fuerte necesidad económica, además de personal.
Como ellos, son cada vez más quienes eligen residir en este tipo de soluciones habitacionales en el país. Según se desprende del último censo, la cantidad de casas rodantes aumentó un 21,45 por ciento; se pasó de contabilizar 3855, en 2001, a 4682 unidades, en 2010.
Buenos Aires es el distrito con mayor cantidad de viviendas, con unos 1376 vehículos. Entre ambos censos la situación se mantuvo más o menos estable. Algo similar ocurrió en Capital Federal, cuyas estadísticas oscilaron entre 74 (en 2001) y 97 unidades (en 2010), respectivamente.
Durante ese mismo período, las provincias que más crecieron en número fueron Corrientes (de 73 a 230, con una variación de 215,1%) y Formosa (de 41 a 109, con una variación de 165,9%). Por el contrario, las que menos vehículos registraron fueron Mendoza (de 219 a 94, con una variación de -57,1%) y Tucumán (de 151 a 103, con una variación de -31,8%).
Las razones de la mudanza
A la hora de alejarse de lo usual, los motivos que suelen inclinar la balanza son bastante diversos, pero muchos encuentran como denominador común situaciones críticas que instan al cambio.
Andrés, de 57 años, reside desde hace ocho años en una casa rodante emplazada sobre Costa Rica y Medrano. Esa decisión -ayudada por los vecinos- le permitió superar una profunda depresión.
La mitad de su vida la pasó en la calle, "deambulando de plaza en plaza", hasta que llegó a Palermo y decidió echar raíces. Cuenta que, de alguna manera, "la buena vibra del lugar" le hizo ver que las cosas iban a ser distintas esta vez y afirma no haberse equivocado.
Su pequeño hogar está rodeado de un aura especial y sobresale en la interminable fila de autos estacionados. Una pizarra negra con un mensaje escrito en tiza bendice y brinda la bienvenida. Sin protocolos, Andrés invita a LA NACION a recorrerlo y la charla se desarrolla en un diminuto comedor, el corazón de su morada, cuya ventana da hacia ese colorido jardín que tiene delante.
El panel solar, montado en el techo para obtener energía eléctrica, y los estantes apilados en el interior del vehículo con libros, fotos, herramientas y utensilios de cocina brindan indicios del pasado de un hombre que supo acomodarse. Andrés divide sus jornadas entre la lectura de la Biblia, que comparte los jueves con los usuarios del subte, y la refacción de objetos rotos que la comunidad le acerca a cambio de alimentos o ropa, nunca de dinero porque una promesa religiosa que hizo le impide aceptarlo.
Fueron esos mismos vecinos quienes años atrás evitaron que la remodelación de la plaza se llevara consigo a este hombre, cuando todavía vivía en la calle. Entre todos, compraron el rodante, convertido ahora en su casa y también en el punto de reuniones de varias noches de primavera y verano.
Datos curiosos.
Sacrificio y nuevos hábitos
La historia de Mónica y Víctor también refleja deseos de superación. Este matrimonio decidió, junto a sus tres hijos, de 15, 12 y 10 años, instalarse en Costanera Norte, donde venden carnada desde hace más de diez años. Son conocidos en la zona y eso, aseguran, facilitó la adaptación.
Los dos explican a LA NACION que así encontraron la manera de ahorrar el dinero del alquiler para poder comprarse un terreno y concretar el sueño de tener una vivienda propia. "Alquilar es vivir para otro. Ahora, logramos guardar unos 1500 pesos por mes. No nos prohibimos nada y podemos estar tranquilos", comenta Víctor mientras le vende mercadería a un grupo de pescadores que se acerca a su puesto.
Pocos metros más adelante se divisa el rodante de esta pareja, con capacidad para seis personas. "Tenemos un bañito y un tanque. La gente del Abanico [una parrilla cercana] nos provee el agua. Cocinamos como si vos cocinaras en tu casa. No hay mucha diferencia", describe Mónica. Luego confiesa: "El invierno es un poco duro, pero igual se pasa. Nosotros trabajamos aquí las 24 horas".
Comunidad virtual.
A 500 kilómetros de distancia, en la ciudad de Lucas González (Entre Ríos) se encuentra Rubén, un médico veterinario de 57 años que también adoptó las viviendas móviles con el fin de mejorar su ingreso y disfrutar del "espíritu errático" que le proporcionan las escapadas que realiza con su familia.
"Me da autonomía y la posibilidad de estar en diferentes lugares. De tener una vida más libre", dice a LA NACION este profesional que reside en una vivienda móvil, de lunes a viernes, y regresa al confort de su hogar, ubicado a 70 kilómetros de distancia, los fines de semana. Su consultorio está estratégicamente ubicado frente al rodante, donde además come y duerme junto a Mora, su pastora inglesa.
En un futuro, planea incorporarle al vehículo un quirófano móvil para realizar tareas ambulantes con perros callejeros en diferentes provincias. Mientras lo logra, lo tiene como una manera de reducir los gastos diarios y como una alternativa para aislarse "del mundo" al alcance de su mano.
UN SINTOMA DEL DEFICIT HABITACIONAL
Dan Adaszko, sociólogo e investigador del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, explicó que optar por este tipo de viviendas representa uno de "los tantos síntomas del déficit habitacional" que existen actualmente en la Argentina.
El especialista detalló a LA NACION que quienes deciden mudarse a una vivienda móvil lo hacen "como consecuencia de la imposibilidad de acceder a una vivienda propia", aunque también están aquellos que adoptan este estilo de vida porque lo conciben como algo "funcional a la actividad económica que realizan".
En ese contexto, Adaszko subrayó que la alternativa de las casas rodantes cobra fuerza hoy porque hay familias y hogares que no pueden entrar en el mercado formal del alquiler y prefieren evitar los préstamos de terceros. Por eso, se inclinan por abrazar esta modalidad, que los salva de situaciones de vulnerabilidad y hasta de ilegalidad.
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Equipo LN Data
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