Chiara Páez tenía catorce años recién cumplidos cuando su novio la mató a golpes y la enterró en el patio trasero de la casa de su abuelo. El 11 de mayo de 2015 el país entero seguía en las redes su intensa búsqueda en Rufino cuando el femicida se entregó después de comer un asado con su familia a pocos metros de donde había enterrado el cuerpo, como si una nena muerta en el jardín fuera un hecho de la naturaleza. Su femicidio fue una bisagra social para una sociedad que asistía impotente a una seguidilla de crímenes de género que se habían vuelto cotidianos: mujeres y chicas descuartizadas, torturadas, empaladas, rotas. Sus vidas rotas y sus cuerpos descartados como si fueran cosas, como si sus vidas no hubieran valido nada desde el comienzo. La violencia machista en toda su crudeza se mostraba como nunca antes en tiempo real: era viralizada por primera vez a la velocidad de Twitter. Pero la red habilitaba a la vez una herramienta transformadora: la de convertir el hartazgo y la indignación colectivos en acciones concretas. Podíamos unirnos para decir basta.
A ese hartazgo que era el de tantas y a esa unión capaz de transformarse en activismo apelaba aquel tuit de la periodista Marcela Ojeda que llevó a la primera marcha de #NiUnaMenos contra la violencia machista en 2015: "Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales… mujeres, todas, bah… ¿No vamos a levantar la voz? NOS ESTÁN MATANDO". Su mensaje nos interpeló como mujeres: lo singular de la respuesta social al #NiUnaMenos fue que las mujeres reaccionamos masivamente como sujeto colectivo.
Actrices, políticas, artistas, empresarias, referentes sociales ... mujeres, todas, bah.. no vamos a levantar la voz? NOS ESTAN MATANDO&— Ma?r?c?e?la? Oje?d?a? (@Marcelitaojeda) May 11, 2015
Ahora nos ven, es cierto. Pero primero teníamos que vernos nosotras y entender cabalmente la fuerza enorme de nuestra unión. Saber que no estábamos solas. Nuestra voz tomó entonces la forma de un reclamo concreto a todos los poderes de Estado y a toda la sociedad: la cadena de violencia machista detrás de las muertes de todas esas mujeres tenía que parar, y eso exigía políticas públicas, pero también repensar nuestras propias prácticas. Hacía falta promover un cambio cultural.
Lo que cambió las cosas para miles de mujeres en todo el mundo y generó un movimiento sin precedentes, masivo e irreversible fue esa conciencia de que estábamos juntas, el saber que nos tenemos
El cambio llegó y fue vertiginoso: el feminismo se convirtió, en los últimos años, en la gran revolución de nuestro tiempo. La cuestión de género, reducida antes a lugares marginales, se volvió un tema de agenda social, mediática y política, presente por acción u omisión en el cine, en la literatura, en el arte, en las redacciones, en el deporte, en los gobiernos y las corporaciones. Pero lo que cambió las cosas para miles de mujeres en todo el mundo y generó un movimiento sin precedentes, masivo e irreversible fue esa conciencia de que estábamos juntas, el saber que nos tenemos. Las mujeres nos aliamos para promover ese cambio y logramos que muchas cosas por fin fueran distintas en las calles y en los discursos manifestándonos masivamente en contra del machismo.
La fuerza de la unión
Las marchas de #NiUnaMenos en la Argentina y en todo el mundo, la #WomensMarch en reacción a las declaraciones misóginas de Trump en 2017, las denuncias del #MeToo en Hollywood, el #BalanceTonPorc en Francia, el #MiráCómoNosPonemos en la Argentina, el #8M y el debate por el #AbortoLegal fueron una demostración concreta del empoderamiento que genera la unión en tiempos de redes sociales. Los hashtags volvieron virales a las discusiones de los feminismos. Rompieron el molde porque las redes permitieron que el mensaje saltara el círculo violeta de la academia y de las que habían estado en la trinchera feminista desde siempre. El discurso se simplificó y llegó con un alcance y una velocidad nunca antes vista a las casas de miles de mujeres que convivían con la violencia a diario.
Entonces, las redes también fueron el espacio en el que compartir las experiencias que habíamos callado durante años, un lugar en donde mujeres que no encontraban contención en la Justicia ni en la sociedad para contar sus historias entendieron que sus vivencias no eran aisladas. Pasó con #NiUnamenos, con el #MeToo y con el reclamo para sacar del closet a los abortos clandestinos: esa angustia que en tantos casos se vivía en silencio o era naturalizada encontró la potencia del grito colectivo porque era compartida. El abrazo social también nos hizo fuertes para instalar las causas. Pasó en Hollywood cuando, ante la revelación de la experiencia compartida, muchas mujeres hasta entonces desamparadas por un sistema que naturalizaba situaciones en las que el poder las había obligado a tolerar el acoso y el abuso sexual, comenzaron a contar sus historias en las redes sociales.Enseguida surgió un hashtag para contenerlas: #MeToo.
Decir "Yo también, a mí también", era -es- un abrazo contenedor para las que se animaban a hablar, ya no sólo en Hollywood, sino en todo el mundo, temiendo las represalias de los poderosos por los que habían callado. Y era el reconocimiento de que, en mayor o menor medida, todas sabíamos de qué hablaban. Si tantas mujeres se animan a hablar ahora, después de años, es porque sienten el respaldo colectivo del "nosotras". Creerles es lo primero y lo más básico que podemos hacer por ellas.
Por eso, la primera reacción frente al #MeToo, o su réplica francesa, #BalanceTonPorc (Exponé a tu cerdo), fue otra vez de enorme alivio colectivo. De repente, se dio vuelta la tortilla: los Weinsteins del mundo ahora nos tenían miedo a nosotras. Miles y miles de mujeres en todo Occidente compartieron en las redes sociales sus historias de abuso y acoso sexual y señalaron a los abusadores. Y obtuvieron una respuesta frente a la falta de justicia: la condena social.
Ahora que estamos juntas y que nos ven, ahora que nos vimos, también aparecen las diferencias, y a veces las redes también son un territorio donde se exponen. Descubrimos que no hay una sola forma de ser feminista, sino muchas, igual que no hay una sola forma de ser mujer. Pero si algo nos enseñaron estos años de revolución es que sólo podemos avanzar de verdad desde la construcción colectiva. La agenda de género todavía tiene demasiadas cuestiones urgentes que vuelven a probar una y otra vez la potencia de nuestra unión.
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