Una obra impar
Aunque murió en su ley tras navegar por uno de sus paisajes favoritos, nos deja acongojados.
Encarnó un modelo de filántropo tan necesario como escaso. No solo fundó ONGs como Foundation for Deep Ecology (1990) y The Conservation Land Trust, CLT (1992) sino que se dedicó a comprar tierras y donarlas sabiendo que es la forma más concreta y eficiente de conservar la naturaleza.
Así, gracias a su generosidad y la de su esposa, Kristine McDivitt, se crearon nuevos parques nacionales, como Corcovado (85.000 ha) en Chile y Monte León (66.000 ha) en la Argentina. También compró y donó tierras (15.000 ha) para ampliar el Parque Nacional Perito Moreno. Más recientemente "Yendegaia" en Tierra del Fuego (38.778 ha) para darle a Chile otro parque nacional. Dejó pendiente uno de sus grandes anhelos: crear otro en los Esteros del Iberá.
También apoyó protagónicamente la creación de otros parques nacionales, como Patagonia (Santa Cruz) y El Impenetrable (Chaco). Como si fuera poco, desde CLT logró devolverle a la Provincia de Corrientes dos especies extintas de su territorio: el oso hormiguero y el guacamayo rojo. Y en estos momentos trabajaba para reintroducir el yaguareté y los pecaríes de collar, que no dudo volverán a recorrer los paisajes correntinos como él lo soñó.
Sus propiedades fueron una extensión coherente de su forma de pensar: las prácticas más amigables con la naturaleza, con prolijidad, buen gusto y una austeridad desconcertante para quien lo supiera millonario. Fue un paisano en el sentido más lindo de la palabra: al decir de Atahualpa Yupanqui, quien lleva el país adentro. Todo esto era tangible: cada vez que uno ingresaba a uno de sus campos la fauna asomaba en una diversidad y abundancia incomparables con la de su entorno. Ciervos de los pantanos, zorros, ñandúes y carpinchos parecía formar parte de la familia en la Estancia "El Socorro" de Corrientes.
Su desaparición nos obliga a reflexionar rápida y oportunamente ante el inminente cambio de autoridades del Gobierno argentino. Sucede que él hizo lo que el Estado debió hacer y donó lo que muchos argentinos no pudimos, supimos o quisimos donar. Tompkins se suma a ese pequeño panteón de generosos donantes que –junto con el Perito Francisco P. Moreno, la empresa Ledesma, el matrimonio Tröels y Nina Pedersen y la Fundación Vida Silvestre Argentina- nos legaron miles de hectáreas de nuestros paisajes más fabulosos.
Por eso, sería esperanzador que su ejemplo inspire no solo a las nuevas autoridades, sino también a las ONGs y a los argentinos en condiciones de ser filántropos. Nuestro patrimonio natural y cultural hoy requiere de ese mismo compromiso. Tenemos que reforzar nuestro sistema nacional de áreas protegidas, restaurar los ambientes degradados, reintroducir especies extintas, cumplir la ley, sumar materiales educativos a los docentes...
Lo vamos a extrañar y mucho. Pero queda Kristine y no está sola, porque los amigos, colegas y personas de bien necesitamos sostener y multiplicar su ejemplo.
*El autor es naturalista y museólogo