Una nueva escuela para igualar oportunidades
Llegó la hora de mejorar la educación y con urgencia aquella orientada a los sectores más humildes. El retroceso fue prolongado. La mejor evidencia son los resultados de Aprender 2016. Nuestra escuela dejó de integrar socialmente porque año a año se acentúan las diferencias en el aprendizaje asociadas con el nivel socioeconómico de las familias. Por eso se fueron del primer grado primario estatal uno de cada cinco alumnos entre 2003 y 2015. Esta nueva evaluación confirma la tendencia que agudiza la desigualdad.
Tenemos, de hecho, el calendario escolar para los chicos de las escuelas estatales más corto del mundo, recortado por feriados, huelgas y ausentismo docente y estudiantil. Un alumno chileno, colombiano o cubano que terminó cuarto grado y está empezando quinto ya tuvo más horas de clase que un chico argentino que termina el ciclo primario.
Apenas 13 de cada 100 estudiantes de escuelas estatales gozan de los beneficios de la jornada escolar extendida. En el conurbano, donde se concentra la marginalidad excluyente, apenas cinco de cada 100 chicos asisten a estas escuelas. Incumplimos las leyes educativas, ya que la de financiamiento de 2005 disponía: "Hacia 2010 el 30% de los alumnos primarios tenía que estar en escuelas de jornada escolar extendida". ¿Es un problema de recursos financieros? No, es uno de prioridades mal planteadas. De lo contrario, ¿cómo es posible que Chile que no es más rico que la Argentina beneficia con este tipo de escolaridad a la casi totalidad de sus alumnos y nosotros apenas a 13?
En la prueba PISA de 2012 participaron 65 países, el país ocupó el lugar 65 en ausentismo de los estudiantes secundarios. Esta prueba se concentró en matemática (alumnos de 15 años). En China, no sabía esta materia el 4% de los alumnos; en Corea, el 9%, y en Japón, el 11%. El promedio mundial era de 23%, pero en la Argentina esta ignorancia trepaba a nada menos que 66%. Es decir, dos de cada tres alumnos. En el nivel primario, el país ocupó el segundo lugar en América latina en 1997, según las evaluaciones de la Unesco, pero en la última prueba (2013) alcanzó ya el noveno lugar. ¿Qué futuro nos espera?
Ha llegado la hora de cambiar esta realidad y construir entre todos una nueva escuela para el siglo XXI, socialmente inclusiva y de calidad para todos. Es decir, que asegure no sólo el crecimiento económico, sino también la igualdad de oportunidades.
El autor es miembro de la Academia Nacional de Educación
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