Una isla de fantasía a un salto del microcentro
Es Santa Mónica, un country náutico situado en el Delta, a 18 km de Puerto Madero; casas en un lugar de ensueño
ISLA SANTA MONICA, Buenos Aires.- Algunos dicen que todo nació de uno de los tantos naufragios que se guardó el ancho río. Que hace unas cuantas décadas, un barco, en cuya popa se leía el nombre de Santa Mónica, terminó para siempre su derrotero en el lecho de barro y que a su alrededor y sobre su cubierta se siguieron sumando sedimentos, juncales, plantas y algún que otro árbol isleño.
Del parto del naufragio o del de la naturaleza en movimiento, en la cartografía náutica figuró una más de las islas del Delta con el nombre de Santa Mónica.
Hoy, aquí, frente a la gran ciudad, en donde nace el ancho Río de la Plata, a tan sólo 18 kilómetros del claramente visible Puerto Madero, crecen las rosas del río, se colorean las damas de noche y, entre palmeras, casuarinas, álamos, ceibos y aromos, se levantan espléndidas casas dentro de un entorno abrazado por el sol y cercado por los ríos.
De aquellas viejas tierras inundables sólo quedan unos antiguos sauces criollos que siguen insistiendo en tratar de tocar el agua con sus largas ramas. El resto fue transformado casi en una isla de fantasía.
Hace 15 años, un argentino nieto de ingleses y escoceses, Juan Taylor, regresó de Tahití pensando en transformar un pedazo del Delta en una isla polinésica. Constructor de barcos y campeón mundial de off shore en 1978, bien sabía lo que era la vida en el río. Compró la isla, armó su propia draga y volcó más de 70.000 camiones de tierra al semihundido terreno para agrandarlo y levantar su cota bastante más arriba del máximo índice de inundación registrado en nuestras riberas.
"Con mi hermano Denis nacimos metidos en el agua, y antes de cumplir la mayoría de edad ya habíamos construido nuestra propia lancha de madera a motor. En 1995 terminamos el relleno, con lo que agregamos 150 hectáreas a las 55 originales y destinamos 36 a lo que hoy es el complejo Santa Mónica", cuenta Taylor mientras camina por la pareja y verde gramilla de esta suerte de country en el agua.
"La idea -recuerda- era la de un club privado de seis hectáreas, pero la cosa fue creciendo y progresando. Al principio construimos la edificación para la maestranza y tres bungalows. Después instalamos nuestro grupo electrógeno y la planta potabilizadora de agua. Así, la cosa fue ampliando su espectro y se hizo todo más abierto."
Hoy, Santa Mónica incluye a otros propietarios que compraron 83 terrenos, en los cuales ya se levantaron 17 casas, y en donde aún quedan 27 lotes disponibles. Algunos tienen sus propios muelles y otros utilizan un amarradero con capacidad para 56 embarcaciones.
En el centro de todo existe una proveeduría, piletas, un quincho, un espacio deportivo, un helipuerto y un imponente club house con mesas de juego, centro de convenciones y un restaurante que los fines de semana ofrece deliciosos platos, como la ensalada del barco, el lenguado gran capitán o la parrillada del Delta.
Los lotes se cotizan desde 130 hasta 170 dólares por metro cuadrado, según la ubicación. Existe una parte más boscosa y otra algo menos forestada, todo unido por senderos en donde circulan pequeños vehículos eléctricos, motos impulsadas por la misma energía o bicicletas dispuestas por el consorcio, con lo que se logró que en la isla no haya ruidos de motores y la gente tenga como fondo el sonido del río o el trino de los pájaros.
Taylor dice que se busca otra cosa distinta a la de los clásicos countries: "Aquí, todas las personas son amantes de la navegación. Como en otros lados lo pueden ser de los caballos o del golf. Es como a quien le gusta la montaña o el mar. Esta es gente del agua. Yo nací en el agua".
Habla de otras bondades logradas en la última isla del sur del Delta: "No sólo logramos evitar el tema de los ruidos, sino también a un insecto que aunque no le parezca es muy temido por alguna gente cuando habla del Delta: los mosquitos. Aquí ya no hay barro y, al no estar encerrada, sopla el viento, dos aspectos fundamentales para no tener que sufrirlos".
Los fines de semana, a sólo tres kilómetros, en el puerto de San Isidro o si no, en San Fernando, se enciende el motor de una lancha que en breve amarrará en Santa Mónica: la única isla del Delta del Paraná en donde se puede observar desde el silencio la vista de la gran ciudad como si se estuviera embarcado.
Será por eso que algunos hombres dejan en el agua quieta sus naves y el trajinar de marinero para seguir viviendo el río desde sus confortables livings. Todo en una isla, casi de fantasía, situada, increíblemente, a un salto del microcentro.
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