Una herramienta importante para la autonomía escolar
Un déficit relevante en la sociedad argentina es la carencia de una extendida cultura de la evaluación. Políticas públicas, empresas, individuos, organizaciones de la sociedad suelen tomar decisiones sin recurrir a un procedimiento riguroso que permita sopesar lo hecho, otorgarle valor y analizar los pasos futuros construyendo escenarios posibles que sean consistentes respecto de lo actuado. Los procedimientos de evaluación ponen en evidencia fortalezas y debilidades y permiten establecer prioridades a lo largo del tiempo, lo que es contrario a las lógicas individualistas, cortoplacistas y rentistas.
En oposición a esta tendencia, en las escuelas argentinas la evaluación no es un elemento extraño, sino que forma parte de la cotidianidad de las instituciones y es una herramienta de trabajo constante de los docentes: está en pruebas, exámenes, corrección de cuadernos y carpetas, boletines y un sinnúmero de actividades que son el núcleo pedagógico de las instituciones. A veces su función es meramente burocrática y a veces punitiva o correctiva, pero en la mayoría de las ocasiones los docentes mantenemos una actitud constructiva frente a la evaluación como instrumento que permite mejorar nuestra práctica y la de nuestros alumnos y constituye una fuente inagotable de información para la enseñanza y el aprendizaje.
Sin embargo, las políticas educativas no han conseguido instalar procesos de evaluación globales de las escuelas. Las pruebas Aprender (antes denominadas Operativos Nacionales de Educación) existen desde hace 25 años y fueron aplicadas en 15 oportunidades y, a pesar de esa alta presencia, en la última versión, de 2015, fue muy bajo el porcentaje de escuelas y de alumnos que realizaron las pruebas.
Independientemente de la oposición sindical y de los problemas técnicos y de gestión en la aplicación de las pruebas, es visible la resistencia en muchos docentes, alumnos y familias que no alcanzan a percibir los aspectos positivos de la evaluación de las escuelas aun siendo una parte central del día a día escolar.
La desconfianza hacia una mirada externa, suspicacias sobre el uso político de los datos; entredichos diversos y generalizados sobre el rol de la evaluación; críticas a los procedimientos estandarizados y sospechas de falta de comprensión de la realidad de las aulas suelen enumerarse como los argumentos que explican la oposición en diversos ámbitos educacionales. Muchos educadores argumentan, no sin razón, que los resultados de las evaluaciones no ayudan si los docentes tienen poco margen de maniobra para decidir sobre la educación en sus propias escuelas.
Frente a esta situación, el desafío consiste en mostrar las ventajas de la evaluación de las escuelas como una herramienta más para mejorar los procesos pedagógicos a partir de evidencia sólida que permite decidir a futuro. Esta concientización no se va a lograr sin una sostenida estrategia de trabajo en cada escuela, brindando en forma permanente información acerca de los procesos evaluativos y ampliando la autonomía pedagógica y organizacional de las escuelas para que colectivos docentes reflexivos e innovadores puedan usar los resultados de las pruebas como insumos para la construcción de proyectos escolares que den respuestas concretas a las demandas cada vez más acuciantes de la población escolarizada.
Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella