Una función que conmovió a todos
Hay que admitirlo sin vergüenza: la función de anoche en el Teatro Colón para los mandatarios del G-20 fue emocionante, conmovedora hasta las lágrimas. Incluidas las mías.
¿Exceso de sensibilidad? ¿La consecuencia lógica del cansancio de un día que arrancó temprano en la Redacción de LA NACION? Nada de eso. La explicación está más a mano: hubo una suma de razones. Un crescendo que fue ganando temperatura con el correr de los 45 minutos que duró la función. Que arrancó con aplausos tibios cuando los primeros bailarines, chicos que no tendrían más de 10 años, salieron a escena con impecables imágenes de fondo de la Argentina profunda y una música que fue envolviéndonos en cierta ensoñación.
Así fueron desfilando los repuestos yaguaretés de los Esteros del Iberá, ballenas en aguas de la Península Valdés, gauchos alzando sus rebenques en algún lugar de la pampa húmeda, las incontenibles Cataratas del Iguazú. De repente, Mora Godoy salió a bailar un tango con ritmo de rock y nada menos que Julio Bocca reapareció con sus piruetas luego de ¡11 años fuera de los escenarios!
Ahí, las defensas de una platea diplomática, elegante y expectante de lo que hacían los presidentes, dijo basta. Estallaron los aplausos y más de uno miró de reojo cómo reaccionaba el de al lado. Muchos bajaron la vista. Gestos contenidos que no alcanzaban a disimular las mejillas brillantes.
Las emociones siguieron. Volvió sobre las tablas la ingenua dulzura de esos chicos, mientras la pantalla nos hacía serpentear la cuesta de Lipan, en la Puna. Y la música: una melodía irresistible. Había que estar ahí para sentirlo, me dije. El espectáculo entraba por la piel.
Breve, pero suficiente. Se prendieron las luces y todos miramos hacia el palco en el que el presidente Macri -conmovido hasta casi el llanto-; la primera dama, Juliana Awada ; Angela Merkel , y metros más allá Donald y Melania Trump , y Emmanuel Macron batían sus palmas sin cesar. Este último incluso se llevaba el puño contra el pecho en señal de agradecimiento, deleitado por las muestras de afecto con las que lo sorprendieron los argentinos durante sus recorridas a pie por la Plaza de Mayo o la visita a la librería El Ateneo.
Salí del Colón moqueando. En terreno de tan alta política y empresarios de primer nivel, qué andar desparramando sentimientos. Hasta que en los pasillos de salida escuché una voz gruesa: "¡Cómo me emocioné!". "Yo también", dijo otro. Así, uno tras otro. Sentimos, señal de que estamos vivos. No todo está perdido.
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