Una foto y un reencuentro, a 25 años del ataque a la Embajada de Israel
Lea Kovensky sobrevivió al atentado y volvió a comunicarse con el marine que la rescató
La imagen habla por sí misma. Lea Kovensky tiene 36 años y emerge de una nube de polvo, cargada por los brazos de un marine norteamericano que la rescató de los escombros en la esquina de Arroyo y Suipacha. Parece una foto eterna, inmortal, casi cinematográfica. El tiempo está detenido y ellos avanzan, dejando atrás un mar de destrucción. ¿Están a salvo? La escena fue captada por la lente de Oscar Mosteirín, de la revista Gente, que falleció hace casi tres años y que fue el primer fotógrafo que llegó al lugar después de que, un día como hoy, hace 25 años, la embajada de Israel en Argentina volara por el aire.
Pasó un cuarto de siglo y todavía Lea, como todos los demás sobrevivientes y familiares de las víctimas esperan que llegue lo que nunca llegó: Justicia. Ni un sólo detenido. Ninguna explicación certera de quién colaboró dentro del país para que el primer ataque terrorista fuera posible en la Argentina. Es por eso que para ella, volver a ver esa imagen y otras de aquellos primeros instantes que siguieron después de la explosión siguen haciéndole sentir que el suelo cruje bajo sus pies. Es como volver la historia a esos primeros momentos después de la explosión, porque ahora, igual que entonces, todavía no logran entender qué y por qué pasó.
Hace pocos días, una pieza de esa historia, de ese rompecabezas que a Lea tanto tiempo le llevó volver a armar, reapareció: Bruce Willison Jr, ese marine que apareció mágicamente y la rescató hace 25 años, el lunes último la llamó por teléfono. Quería saber cómo estaba, cómo había salido adelante, 25 años después.
La historia de esta imagen, que fue la tapa de la revista hace 25 años y otras tomadas en los momentos después de la explosión de la bomba que se cobró la vida de 29 personas, y que dejó más de 200 heridos, forma parte del especial, “Ataque a la Embajada”, que el canal History pondrá en pantalla hoy, a las 22 y repite mañana a las 19. El trabajo cuenta con el aval de la Embajada de Israel en Argentina, y toma como punto de partida la idea y producción del publicista Javier Basevich, junto con el productor Leonardo Lonkowski. El especial de History se suma a la campaña de conmemoración que realiza para este aniversario la comunidad judía en la argentina, llamada “Paz sin terror ”, una pieza de Basevich.
La historia de Lea y el reencuentro con la primera persona que la ayudó tras la explosión hacen que aquella foto de Mosteirín, que hace 25 años fue la tapa de la revista Gente, vuelva a tomar actualidad.
“Esa era una mañana calurosa. Con unas amigas habíamos planificado irnos un fin de semana a un hotel, con aire y con pileta. Llegué como todos los días al trabajo, pero esa mañana tuve una sensación extraña cuando entré a la embajada. Estaban haciendo remodelaciones y yo sentí, no sé por qué, que algo malo iba a pasar”, cuenta Lea, a LA NACION.
En marzo de 1992, ella trabajaba como secretaria del agregado militar de la embajada. Tenía planes para la tarde, cuando saliera del trabajo. Se iba a encontrar con su hermana. Eran los años 90, se vivía un boom de los sistemas de venta directa y ellas se iban a encontrar para armar un emprendimiento. Estaban llenas de proyectos. De ganas de hacer cosas. Pero como su oficina era una de las áreas que quedaban dentro de las reformas, estaba trabajando en la planta baja. Cerca de las 14.40, se acercó a la mesa del conmutador telefónico. Allí estaban Mirtha, la telefonista y su esposo, Enrique, que acababa de volver de hacer un trámite. Lea se sirvió un café y prendió un cigarrillo, porque en aquellos años todavía se podía fumar dentro de los edificios y se quedó allí, conversando con ellos.
A esa misma hora, a unas cuatro cuadras, Bruce Willison Jr, se sentó en un bar, e hizo exactamente lo mismo que en ese momento estaba haciendo Lea. Tomó un café. Unos 300 metros más allá, en la plaza frente a la Cancillería, Oscar Mosteirin, junto a la periodista María José Grillo, había empezado con las fotos que debía sacarle a un militar al que el Ejército acababa de exonerar por ser presidir una agrupación de militares a favor de la democracia. Cinco minutos después, sentirían el estruendo que marcaría sus vidas.
Lea estaba en una silla que había en el viejo conmutador telefónico y quedó detrás de la alzada en la que se enchufaban y desenchufaban los cables para pasar las comunicaciones, en la planta baja. Entonces sintió el estallido. “Fue como un golpe. Seco. Y después, quedamos en una nube de polvo blanco. No veía nada. La onda me tiró para atrás. Los vidrios que volaron se me engancharon en la cabeza. Empecé a gritar, . En ese momento yo creí que había recibido una descarga eléctrica del conmutador y que sólo me había pasado a mí”, cuenta.
Unos segundos después, cuando bajó la nube de polvo, comprendió que era otra cosa, que había hecho colapsar el edificio y que había que salir. Mirtha y Enrique, que estaban de frente a la puerta de entrada habían recibido de lleno la onda expansiva y resultaron con heridas mayores. A ella, la había protegido la alzada del conmutador. Corrió, como todos, en busca de una salida. Subió hasta el segundo piso. Había gente por todos lados, cuerpos lastimada, figuras fantasmales, con las caras pintadas de blanco, tratando de escapar. Finalmente alguien encontró un hueco, un escape que daba hacia la esquina de Arroyo y Suipacha y empezaron a salir. Lea estaba shockeada. Le dolía todo. Tenía la cara pintada de sangre, pero no se detuvo hasta llegar a la calle. Y ahí, cayó en cuenta de que no podía seguir. En la explosión, o en la corrida había perdido sus zapatos. Un mar de vidrios rotos cubría la vereda. Se quedó un segundo pensando cómo cruzar descalza por allí.
Bruce Willison Jr, tenía 24 años se había enrolado en la marina norteamericana y estaba realizando una rotación en distintos países de América latina. En marzo le tocó Argentina. Estaba sentado tomado su café, en una calma mañana porteña, cuando vio cómo se curvaban los vidrios del bar, sin llegar a estallar. Entonces comprendió que una bomba muy potente acababa de estallar. Salió a la calle y empezó a correr en dirección al lugar sobre el que se veía la columna de humo negro que siguió a la explosión.
Oscar Mosteirin tuvo la misma reacción. Estaba retratando al militar que figuraba en el pedido de fotos que le pasaron esa mañana, una nota de último momento para cubrir una doble página vacante en la edición que cerraba ese día. Entonces sintió el estruendo. Giró sobre sus pies, buscando una explicación. Tenía 53 años y una vasta trayectoria como reportero gráfico en medios como Gente, El Gráfico, Corsa y LA NACION. A sus espaldas se levantaba el hongo de la bomba. Lo primero que atinó a hacer fue levantar la cámara y disparar. Después, salió corriendo, en esa misma dirección.
El destino hizo que las trayectorias de Lea, de Bruce y de Oscar se sincronizaran y que los tres coincidieran en el mismo momento en la esquina de Arroyo y Suipacha. Ella, aturdida y paralizada, sin saber cómo hacer para escapar; el marine, con sus botas y sus brazos fuertes, que al verla así de frágil, no dudó. La alzó y la hizo cruzar sobre ese mar de cristales. La llevó así, hasta Suipacha al 800, donde empezaban a juntarse los heridos y donde llegaron las primeras ambulancias. Después, volvió y estuvo toda la tarde asistiendo gente. Con los manteles de un restaurante de la cuadra, hizo torniquetes y organizó las primeras tareas de rescate hasta que la Policía Federal y Defensa Civil se hicieron cargo del caótico operativo.
Mosteirín llegó justo en el momento en que el marine rescataba a Lea. Entonces disparó esa foto que hoy, a 25 años, es recuerdo y es presente de una herida que todavía sigue abierta.