Una familia argentina que hizo historia
El libro de Nicolás Cassese, "Los Di Tella. Una familia, un país", una descripción casi pormenorizada de lo que fue la historia industrial, política y económica de nuestro país
Nicolás Cassese puso un título muy acertado a su libro sobre la historia de la familia Di Tella en la Argentina. Su recorrido es una descripción casi pormenorizada de lo que fue la historia industrial, política y económica de nuestro país, desde que llega Torcuato di Tella a la Argentina hasta nuestros días.
El autor tiene una buena formación en Comunicación y pasó por medios como La Nación en su sección Política, y actualmente es Secretario de Redacción de la revista Brando.
El libro muestra un ejemplo de esa suerte de ínter actuación de nuestros tycoons industriales con el Estado, para lograr crecimientos extraordinarios de sus empresas, pero que siempre esconden los pies de barro que significa perder el favor oficial en un determinado momento.
Todo comienza cuando el primer Torcuato funda a sus 18 años la empresa Siam para producir amasadoras de pan, aprovechando una ordenanza municipal de Buenos Aires, que prohibía el amasado a mano. Esto fue haciendo que con el correr de los años se sumaran las heladeras, las bombas de agua, ventiladores, autos, motonetas, caños para la industria petrolera.
De todo esto, Cassese concluye ese largo y riquísimo recorrido destacando que sobrevive el Centro de Investigaciones y la Universidad Torcuato Di Tella.
Aquella Argentina del tranvía. Esos primeros años de Torcuato en la Argentina tuvieron una dureza suficiente como para que fuera al trabajo caminando así se ahorraba los centavos del tranvía. Años en que rinde libre el secundario en el Colegio Nacional Mariano Moreno, y cambia el "di" por el "Di" Tella, para rendir exámen antes y no perder tiempo esperando que la mesa lo llamara.
Siam se funda en aquellos años en que los Bemberg ven multiplicada por 8 la venta de cerveza en 1913. Años en que Benito Noel descubre que puede publicitar sus dulces y mermeladas en los tranvías; y aparece la primer marca registrada en el país, "Hesperidina"(hoy recuperada gracias al grupo que integra Fernando Freixas), de la mano de Melville Sewel Bagley.
Aquella Argentina que duplicó los salarios obreros en el período 1920/27, y que hizo que entre 1922 y 1930 se pasara de una existencia de 134 líneas telefónicas a 281.000, fue la que aprovechó Torcuato Di Tella para conseguir la concesión municipal e instalar en Buenos Aires los primeros surtidores de combustible. Esta línea de negocios se vería ampliada cuando pasó a ser proveedor de la flamante YPF.
Así sigue en 1931 con las heladeras, aprovechando que los porteños comenzaron a demandar este producto. Como el diseño no terminaba de agradarle, hace un acuerdo con Kelvinator en 1937, que finalmente reemplaza por otro con Westinghouse en 1940, año en que sus industrias ya emplean a 3000 personas, entre las que se contaban todos los parientes que necesitaran de un trabajo.
A la vanguardia. Di Tella comienza a sentir la necesidad de asociar su crecimiento económico al crecimiento social, y así envía a sus hijos Torcuato y Guido a estudiar en la Escuela Argentina Modelo, de donde también egresó el que lustros más tarde sería el brazo derecho de Guido en la Cancillería durante sus 9 años de gestión: Andrés Cisneros. También se asoció al exclusivo Jockey Club, del que no aceptaría formar parte Torcuato hijo, cuando su padre lo quiso asociar al llegar a sus 18 años. Otro elemento social y económico fue comenzar a comprar estancias, de la cual su favorita es la que se encuentra en Navarro, afecto que compartió con su hijo Guido.
Hombre de armas tomar, denuncia al fascismo italiano presente en la Argentina y no duda en señalar como representantes de tales a empresas como Fiat y Olivetti, y organizaciones como el Círculo Italiano.
Un día descubre la inversión en arte, y en aquellos años ´40 destina US$ 200.000 –que eran una fortuna- en comenzar una pinacoteca que reuniría firmas de pintores como Picasso, Cézanne, Manet, Renoir, Rubens o Degas.
El período 1945/48 encuentra a la Argentina recibiendo el shock distributivo producido por el primer gobierno de Juan Perón. Esto hace que multiplique por 11 su producción de heladeras. Es en esos años de los gobiernos peronistas que aparece a su lado, a cargo del lobby familiar, Torcuato Sozio, sobrino de él, y a quien Cassese identifica con el personaje de Isidoro Cañones por su comportamiento social.
La constante expansión lo obliga a formar un trío con el que comparte la gestión empresaria: Gotardo Shibli, Antonio Sudiero y Guido Clutterbuck.
El 22 de marzo de 1946 llega Agostino Rocca a la Argentina y ese mismo día es contactado por Di Tella para asociarse en la producción de caños para la industria petrolera.
Curiosamente, el más político de sus hijos, Guido, siente en aquellos años cierta aversión por el peronismo, mientras que Torcuato comienza a ejercitar lo que sería en su vida una suerte de "doctorado en nubes".
En 1960 el conglomerado empresario es el mayor de América latina con 16.000 empleados. A las ya existentes, se suman empresas que producen la motoneta Siambretta, cuyo principal promotor sería el propio Perón; las hay de servicios financieros y hasta de publicidad.
Para llegar a esto, tuvieron que pasar por el baño de fuego que fue la interdicción en 1955 de la Junta de Recuperación Patrimonial, que veía en todo empresario exitoso a un cómplice del derrocado gobierno peronista. Recién en marzo de 1958 se levanta la interdicción.
En 1954 se casa en la India Torcuato hijo con Kamala; mientras que Guido lo haría en 1955 con Nelly Ruvira, quien curiosamente marca el autor que no deseó colaborar en esta investigación, como lo hiciera buena parte del resto de la familia y sus amigos.
Guido, un capítulo aparte. De los hijos de Torcuato, sin duda que el que más admiración despierta en mí es Guido, al que lamentablemente no veo que el libro de Cassese refleje con mayor y merecido detenimiento su obra como el argentino que ocupó por más tiempo el sillón de Canciller en la historia de nuestro país. En este aspecto, pareciera que el bien informado Cassese terminó más atrapado por las boutades y fiorituras del histrionismo exterior de Guido que por la profundidad e importancia de sus logros en política exterior, reconocidos hasta por sus adversarios más enconados.
Guido fue el que soñó y ejecutó el Instituto Di Tella, cuya sede de la calle Florida, fue una tormenta de aire creativo que dividió en dos la historia del arte en nuestro país. Empezó por convocar en 1959 a Jorge Romero Brest, que siendo director del Museo Nacional de Bellas Artes, debió escuchar la propuesta de trabajo de un joven Guido de 28 años. Aquel Instituto que lanzara a Nacha Guevara y a Les Luthiers, por el que pasara un jovencísimo Luis Alberto Spinetta, y donde surgiera Marta Minujin con su "Menesunda". Personalmente me recuerdo también jovencísimo, reporteando a Romero Brest, y pidiéndole de manera insolente que me explicara el arte contenido en un colchón colgado de una pared, que se exhibía en una de sus salas. Deben haber pocos artistas de más de 55 años que no sean tributarios de aquel Di Tella, que detestó el Gral. Onganía hasta lograr cerrarlo en el ´70 durante su gobierno.
Fue Guido el que sumó hectáreas de campo al patrimonio familiar, llegando a administrar más de 60.000.
Interesado por la política, se va encontrando por la vida con infinidad de personalidades relevantes. En la Universidad de Columbia con Javier Villanueva. Luego aparecería Roberto Cortés Conde. En la Democracia Cristiana militaría junto a Alieto Guadagni. Contrataría para su empresa a Leonardo Anidjar. Y llegaría al peronismo de la mano de Antonio Cafiero, donde iría escalando posiciones participando de todos los hitos históricos de ese movimiento, incluso de la fundación de la Renovación con Carlos Menem y Carlos Grosso.
La dictadura del ´76 lo envía al barco "33 Orientales" con tantos otros dirigentes, de donde es rescatado por José Alfredo Martínez de Hoz. Parte a Oxford exiliado con su familia y ejerce el profesorado, de donde vuelve para participar activamente de la vida política que se reanudó con la democracia.
Fue Guido que arriesgó el patrimonio familiar para mantener vivo el Centro de Estudios que sigue siendo orgullo para nuestro país, mientras luchaba por hacer sobrevivir lo que quedaba del imperio industrial que había heredado de su padre junto con Torcuato.
Cassese recuerda que lo conoce a Guido en la Sea Lions Island de las Malvinas, donde nació la idea de hacer este libro, y que le llamó la atención la emoción que sentía por estar pisando esa lejana tierra argentina. Pasión que palpé personalmente, en una charla un tiempo antes de que falleciera, donde comparábamos su experiencia en las islas con la mía, y hablamos de personajes conocidos por ambos.
Guido Di Tella fue un hombre de decir imprudencias, pero de un hacer ingenioso en materia de relaciones exteriores. Contó con un apoyo incondicional del entonces Presidente de la Nación, y no dudó en rodearse de una élite intelectual que le aportara realidad a los pasos que él soñaba diera nuestro país para volver a ocupar un lugar destacado en el mundo.
El libro, con su buena pluma, encierra un ‘volver a vivir’ en variedad de temas para los que nos interesamos con el quehacer empresario y político de nuestro país, con sus profundas contradicciones. Esta lectura amena, informada y pormenorizada, deja pendiente un recuerdo que creo resume muchas cosas: mientras en la gestión de Rafael Bielsa como Canciller de Néstor Kichner se borraban de la página web del Ministerio a su cargo, los discursos de Guido, Torcuato se iba echado de la Secretaría de Cultura del mismo gobierno después de haber dicho: "a este Gobierno le importa un pito la cultura, y a mí tampoco…". Toda una definición.