Una escuela de música, opción de enseñanza y de prevención de riesgos
Tres veces por semana los niños y jóvenes que llegan a la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la villa 21-24, en Barracas, no van a catecismo ni al secundario ni al grupo de exploradores. Van a aprender música.
Desde hace cinco años funciona allí una escuela que, según el anhelo de uno de los sacerdotes, podría convertirse en un establecimiento con títulos oficiales.
"Propuse a los sacerdotes, en 2007, armar una infraestructura que permitiera enseñar música, porque cuando yo iba a ayudar con apoyo escolar en una de las capillas veía el interés de los chicos", dijo Santiago Pusso, director de coro y uno de los fundadores de Basta de Demoler, organización de la que ahora es vicepresidente.
Pusso dirige la Escuela de Música Caacupé, que tiene cuatro cargos rentados y cuatro voluntarios y se financia con donaciones de empresas y particulares. Tiene cincuenta alumnos de 4 a 24 años que asisten a clases de guitarra, canto, teclado, acordeón, ensamble instrumental y vocal o, para los más chiquitos, iniciación musical.
"Nuestro objetivo es desarrollar y potenciar los saberes tradicionales, fortalecer la cultura de los que vienen a Buenos Aires de otras provincias o países y ofrecer un ámbito de participación que permita la apertura hacia nuevos horizontes", afirmó Pusso. De ahí que se focalice en la música popular.
"La escuela se ha convertido en otra puerta de entrada a la vida de la parroquia. Hemos visto que cerca de la mitad de los chicos que empezaron a venir a estudiar música se insertaron en otros grupos", sostuvo Juan Isasmendi, uno de los sacerdotes de la parroquia de la villa 21-24, de Barracas, que analiza la posibilidad de convertir la iniciativa en una escuela oficial.
Isasmendi destacó que la música es "otra de las formas de prevención [de la violencia y de las adicciones] que se ofrece a los niños y jóvenes".
Con el puntapié inicial de una donación de 20.000 pesos de Cáritas Nacional, la escuela de música pudo empezar a funcionar en 2007. Hoy se mantiene con donaciones y el trabajo de voluntarios.
"Con algunos compañeros del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) quisimos ir a dar un concierto a la villa porque pensamos que esa gente no tenía acceso al mismo tipo de música o instrumentos que nosotros, pero nos llevamos la sorpresa de que sí conocían y sabían música", explicó Rodrigo Martínez, alumno de cuarto año de licenciatura en piano y que también es docente voluntario de la escuelita de Caacupé.
"Soy de Jujuy y nunca había ido a una villa; me decían que era peligroso y demás, pero desde la primera vez que fui me asombró que los chicos son más respetuosos y educados que los que tuve como alumnos en colegios privados de la Capital", manifestó Martínez.
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