La isla, de 800 hectáreas, está ubicada en el departamento de Rocha, cerca del límite con Brasil; desde 2021 es reserva nacional
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Las coordenadas -33.182563, -53.693576 en mapa indican que allí existe una isla de abundante biodiversidad que se conecta al corredor biológico subtropical Mata Atlántica de Brasil. Se trata de la isla del Padre, el Amazonas uruguayo, una zona única, donde se encuentran especies aún sin clasificar y otras que se creían extintas o en riesgo de extinción, como orquídeas, tarumán sin espinas, Bromelia sp., yacaré, zorro de monte y lobitos de río. También es un hábitat donde se cría la tortuga morrocoyo y de aves raras o escasas como el cuervo cabeza amarilla o el gavilán langostero.
LA NACION viajó hacia allí junto a Rodrigo García, director de Ambiente y Cambio Climático del departamento de Rocha, Uruguay. Una experiencia de tres días que permitió contemplar cómo es y qué provoca la naturaleza en estado prístino.
La isla deltaica es de origen aluvial, ya que era parte de un antiguo estuario que se rellenó con aportes sedimentarios. Abarca un área de 800 hectáreas y se ubica a seis kilómetros aproximadamente de la desembocadura del río Cebollatí y La Laguna Merín en el departamento de Rocha, Uruguay. Desde el 19 de octubre del año 2021 se constituye como Reserva Nacional Departamental en Rocha.
El Amazonas uruguayo fue hogar de indígenas, probablemente los Arachanes, que dejaron su huella con los cerritos de indios que datan de más de 5000 años. Luego fue irrumpida en el siglo XIX por carboneros que extraían leña del monte como sustituto energético del petróleo.
En 1964, un productor privado, el Dr. Valiño y Sueiro donó la isla a la intendencia de Rocha con el objetivo de que se protegiera su biodiversidad. Pero la intendencia de aquel entonces no se encargó de ello y la isla continuó amenazada por pescadores y cazadores furtivos, además de la extracción de leña y arena que se hacían de ella. Hace solo siete años atrás, un ciudadano uruguayo, Gastón Beroy, construyó allí una cabaña, un vivero y un invernadero. Cuidó y protegió la isla hasta que cedió el derecho correspondiente a la intendencia de Rocha. Hoy, la isla constituye un aporte al patrimonio natural rochense tal como su donante lo soñó.
La isla del Padre es un Sitio Ramsar desde 1986, de gran importancia internacional por sus humedales y forma parte de la Reserva Biosfera Bañados del Este RBBE (UNESCO, MaB, 1974). Y fue la primera reserva natural creada por resolución del Gobierno de Rocha en el departamento, desde el año 2021, con guardaparques instalados para la ejecución del plan de manejo que incluye la restauración y el control ambiental. “Estos lugares son relictos de ecosistemas que hemos perdido, de grandes felinos y ciervos desaparecidos, de historias humanas hasta míticas, llenos de esperanza son grandes sumideros de carbono que contribuyen a disminuir el calentamiento global”, asegura García.
Por tierra y por agua
Son las 8 de la mañana. La temperatura marca 33 grados y apenas sopla el viento. Comienza el viaje desde el balneario La Pedrera, ubicado a 230 km de Montevideo, en el departamento de Rocha. En ruta, Rodrigo García muestra las palmeras que se repiten. Se ven en la localidad de Castillos (ruta 16), en Palmares de la Coronilla (ruta 19) y en el Parque San Miguel. Los palmares tienen aproximadamente 300 años y llegan hasta el Mato Grosso.
Representan vestigios de un ecosistema en extinción y único en el mundo en relación íntima con los pobladores indígenas de antaño quienes los aprovecharon como corredor y como fuente de alimento por sus frutos y derivados.
Actualmente están amenazados por las reses de los campos ganaderos que comen los retoños de las nuevas palmeras y por la agricultura del arroz extensiva. Por ello, los nuevos retoños de palmares solo se pueden ver a los lados del camino.
En La Charqueada, departamento de Treinta y Tres, ya se puede contemplar el bosque ribereño tupido, al margen del río Cebollatí y el canal de agua abierto con sus costas arcillosas. Se siente la calma reinante de la naturaleza. De aquí en más, el recorrido es en lancha. Son unos 14 km hasta la isla del Padre.
El sistema fluvial costero que forma parte el río Cebollatí se remonta a la última regresión marina de 5000 años atrás y es una cuenca de captación de 14.085 km², que desemboca en el Lago Merín. El ecosistema está en riesgo ya que se encuentra bajo la presión de las arroceras.
La isla
Se llama Isla del Padre porque dicen que allí vivió un cura emparejado con una indígena. El muelle se emplaza en el bosque húmedo de la zona elevada de la isla. A un costado se ve una palmera pequeña, ejemplar solitario que anticipa al palmar que se extiende en un territorio de siete hectáreas ubicada en el borde sudeste.
Unos pasos más adelante, antes de llegar a la cabaña, se lee una placa rústica de madera que dice: “Portal del Paraíso.” Anticipa la riqueza conformada por una diversidad de más de 170 especies de vegetales monitoreados. Humedales, cañaverales, caraquatales, pajonales, lagunas y pantanos escondidos y que dan hábitat a más de 15 especies de mamíferos, 320 tipos de aves detectadas, 17 reptiles, 16 anfibios y 67 especies de peces. Las especies animales se monitorean con cámaras trampa en lugares claves.
A la sombra de un ceibo de flor blanca, Gastón Beroy cuenta que cuando era niño, a sus ocho años, pescaba con su padre en el río y soñaban construir en ella un horno de barro, un fogón y un aparejo. Al preguntarle cuáles serán sus próximos pasos con respecto a las acciones ecológicas llevadas a cabo de manera filantrópica dice que el río y el monte necesitan acciones radicales y por eso está creando la Fundación Corredor biológico del Río Cebollatí con el objetivo de reconstruir y repoblar con especies nativas como estaban hace 40 o 50 años atrás.
Se escuchan los primeros acordes de una guitarra. Es el cantautor uruguayo Javier González que, junto a Gastón Beroy, cantan su sentir con música y letra propia. “El sol se va escondiendo en el perfil del monte y el horizonte dibuja una hermosa postal, eso pasa una sola vez y para siempre. No se repite jamás. Calla la chicharra, el chingolo, la sabía, el cardenal, afinan sus notas los guillos y las ranas para comenzar su canto…”.
Explorando la isla
Es sábado, 6 de la mañana. Los peces se asoman fuera del agua y dibujan ondas en el río quieto. El agua refleja las nubes de cúmulos blancos. En el cielo vuelan las aves. Al frente se ven las formas y colores de los islotes de color marrones arcillados. El césped está húmedo por el rocío de la mañana y se ven las gotas que caen brillantes desde el extremo de las hojas. El entorno transforma: se aquieta la mente y se vive un instante de presencia absoluta.
Son las 14 y es la hora en que los guardaparques realizan la recorrida para custodiar que no haya pescadores y cazadores furtivos. El objetivo es bordear la isla y llegar a la laguna escondida. Para lograrlo, se ingresa por un brazo ciego del río denominado “furaos” para los habitantes locales, pero la superficie se encuentra cubierta de camalotes de gran porte.
Sobre la costa de un islote se ve emprender vuelo a dos cisnes blancos escoltados por 24 patos criollos. Este es uno de los pocos territorios donde se encuentran los patos criollos y comparten el hábitat con otras especies como el carpintero enano, pajonalera pico recto y capuchino pecho blanco. También se puede ver a la cigüeña cabeza pelada, espátula rosada, garzas.
Sobre las barrancas altas de los márgenes de la isla quedan expuestas las raíces de los grandes árboles debido al efecto de arrastre del agua en las crecidas de los ríos. Algo llama la atención: es un hilo de pesca con una red bajo el agua. Cuenta García que la pesca furtiva es una amenaza constante ya que va reduciendo la ictiofauna, en particular el bagre sapo, el bagre amarillo, el bagadú, pejerreyes y tapires. Solo van quedando tarariras y peces eléctricos.
De regreso a la isla, la puesta de sol tiñe de fuego el río y el cielo. Ahora la exploración se desarrolla por el sendero a pie de la laguna escondida. Es un túnel de vegetación epífita donde se entremezclan arbustos, tarumán sin espinas, blanquillo, curupí, guayabo blanco, palo cruz, canelón y enormes claveles del aire, orquídeas únicas y enredaderas que se posan sobre los árboles como serpentinas. Mariposas blancas. Lianas que caen del túnel verde. Unas gotas de lluvia comienzan a caer. Suenan las chicharras.
Se hace de noche. El cielo se viste de estrellas y la luna ambienta la isla.
El Amazonas Uruguayo
Último día en la isla. El sendero de la Pava de Monte es uno de los recorridos establecidos para el ecoturismo. La indicación es no salir del camino ya que es posible encontrarse con jabalíes –son plaga en este momento– o toparse con víboras cruceras (Bothrops alternatus) que pueden alcanzar los 150 cm de longitud y que si se sienten amenazadas pueden utilizar su cuerpo como resorte y saltar para morder.
El sendero se ve más angosto que el primero, los alguaciles sobrevuelan el espacio del bosque en una mañana húmeda y calurosa. La vegetación embriaga: hay epífitas muy llamativas con hermosas flores naranjas (bromelácea) y Oncidium pumilum, orquideáceas que tienen diminutas y vistosas flores amarillas.
Más adentro del bosque se observan enviras, pitangas y naranjillos entre los árboles. También especies alóctonas como el eucalipto, el fresno y el naranjo. Las ramas de los árboles se cruzan por el sendero hasta que la intensa maleza lo cubre todo. El camino desaparece y es imposible continuar el paso. Es fácil perder el rumbo y muy difícil volver a encontrarlo. Y enseguida se recuerda que hay jabalíes y víboras.
Otros mamíferos que se pueden encontrar son carpinchos, pacas o algún yaguareté. La ubicación del sol es lo único que puede ayudar para recordar dónde estaba el río. Entre matorrales y espacios reducidos se ve su barranca. Luego de tres horas, se vuelve al punto de partida.
En los últimos 150 años el desarrollo productivo generó cambios en estos ecosistemas naturales y han sufrido dicho proceso. Es por ello que desde la Dirección General Forestal del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca se trabaja sobre acciones que tienen como objetivo velar la conservación, el restablecimiento y el uso sostenible de los bosques nativos y sus servicios ambientales como sí la articulación con otras entidades civiles y privados.
Rodrigo García dice que el sueño máximo para él sería recuperar especies como el yaguareté y el ciervo de los pantanos, pero que para ello se debe conseguir antes la integridad ecológica del lugar. “Esto se logra mediante el restablecimiento del equilibrio natural que permita, por ejemplo, a un yaguareté como a un ciervo alimentarse en la isla sin verse obligados a salir a buscar comida a otras zonas como los campos donde corren peligro de ser cazados. Estamos planificando la reintroducción de especies como el pecarí, un mamífero que estaba extinto en Uruguay y que se está reintroduciendo desde su cría en cautiverio”, dice.