Un titán con bow tie en la mesa de Google
Quizás a todas (y a todos) les dijera lo mismo. ¿A quién podía importarle? Recibir un correo de Brascó era ese placer que hacía la diferencia entre tantos mensajes para el delete. Bocados de humor y refinamiento de una prosa inconfundible que desplegaba hasta para proponer cosas simples, como un encuentro "mañana a las 21, pünktlich. Es que en mi refrigerador sólo quedan dos güevos ateridos".
El mejor banquete espiritual que recuerdo en compañía de Brascó comenzó así: "Este es el Brascó saludando a sus predilectos , tu marido incluido. Estado biológico bajo control; la situación recíproca es vivamente deseada. No estoy escuchando demasiado acerca de tus actualidades. ¿Todo bien? Un encuentro próximo contigo sería de especial disfrute para el remitente". Así proponía la celebración que mejor sabía conducir: una comida con amigos. Llegaba siempre con un dibujo, y algo escrito. Aunque su cara más conocida haya sido la del crítico gastronómico, Brascó también dibujaba y escribía como los dioses.
La noche aquella en la que comimos en casa preguntó si las "jovatas copetudas de la zona ameritan una bow tie", y una vez en la mesa se comió los tallarines con estofado que había amasado mi suegra. Luchó con sus audífonos para no perderse una palabra y se fue contento porque "se me confundieron muy pocas, por cierto", poco convencido de que el mayor regalo para los comensales había sido escucharlo hablar sobre viajes, literatura y vinos; sobre su amistad con Cortázar, Rodolfo Walsh y Xul Solar. Brascó, que iba de restaurante en restaurante, pero que amaba los encuentros en las casas, "a la yesterday". Esa noche, Sebastián, el hijo mayor de mi marido, avisó: "Este tipo es un titán. Me lo llevo a comer al laburo". Pasaron dos días y el gran Brascó almorzaba en las oficinas de Google, rodeado de jóvenes que celebraban fascinados las historias del hombre del moñito que en diez segundos se metía el mundo en el bolsillo.
Clásico y moderno, ácido y genial, divertía cuando hablaba de los críticos de ocasión, de las modas gastronómicas y de la inutilidad de la sofisticación extrema en la cocina. Lo más delicioso de un banquete a lo Brascó es que podía comenzar en un barrio "copetudo" y terminar en la sobremesa de un encuentro con chicos que lo habían googleado mil veces. Guardo su último correo: "¡Es todo-todo tan fugaz! Besos, a domani, Miguel", dice. A domani, profesor. Vamos a extrañarte.
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