En San Antonio Este, se ubica El Puerto de José y Moni, un local que ofrece platos de mariscos; hay colas de hasta dos cuadras para entrar
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SAN ANTONIO ESTE, Río Negro.- “Pudimos cumplir un sueño en el paraíso”, confiesa Mónica Stornini, en un alto en el servicio del mediodía en el bodegón que tiene con su familia en el puerto de esta localidad. Dejaron la ciudad de Buenos Aires para abrirlo en 2015 y desde entonces se ha vuelto un lugar de culto para aquellos que quieren comer mariscos y pescados, frescos y del día, extraídos a metros en las cristalinas aguas del Golfo San Matías. En temporada alta llega a formarse una fila de dos cuadras. “Tenemos las mejores playas del país, nuestro propio Caribe”, dice en referencia a los balnearios del puerto.
La zona gana fama entre los viajeros que prefieren descubrir destinos alternativos y alejarse de las multitudes. Punta Perdices y Conchillas son las más conocidas, aunque la primera produce un efecto hipnótico. Con aguas que llegan a los 24°C, no tienen arena, sino un colchón de conchas y caracoles de colores. Cuando baja la marea, se calientan por el sol, y cuando sube, entibian el agua, hipercristalinas. “A veces nos arrepentimos de haber dicho que eran tan lindas”, señala Mónica.
Eran las playas para lo locales, pero el boca en boca y la imagen de un Caribe en el sur, desataron la devoción hacia ellas. “Ahora tenemos una playa nueva que nadie conoce”, confiesa. No da el nombre ni la ubicación. Aunque da un dato: está cerca.
Estas playas están en la Península Villarino, donde se encuentra el puerto de San Antonio Este, que es de aguas profundas y desde aquí sale toda la producción del Alto Valle. Estados Unidos, Europa y Asia son los principales mercados que compran manzanas, peras y duraznos.
A un costado, se presenta el pequeño pueblo, con 180 habitantes. En una calle están las marisquerías. La historia del matrimonio comienza en la ciudad de Buenos Aires, allí vivían, él –José Luis Giménez- trabajaba en un restaurante en Almagro y ella era periodista. La familia de Mónica es de General Conesa, en Río Negro, a 80 kilómetros del puerto. “Mi padre nos traía todos los veranos a ‘marisquear’ y ‘pulpear’ a Las Grutas”, dice. Entonces, el balneario, hoy masivo, tenía la intimidad de pocas casas y caminos de tierra. “Lo que el mar daba, comíamos”, dice Mónica. Sencillo e inolvidable.
El origen
En 1998, ella consiguió un trabajo en Conesa y se puso de novia con José Luis. Ese verano llegaron a Las Grutas, para él fue una epifanía: “Acá podemos hacer algo”. El entusiasmo contagió a Mónica. “Empezamos a construir nuestro sueño de tener algún día una marisquería”, cuenta. Trabajaron en gastronomía en Las Grutas, su jefe les ofreció abrir una sucursal en el puerto, hacia allí fueron. Corría 2001, entonces la actividad era frenética, sus clientes eran marineros rusos, ucranianos y filipinos. El turismo solo se fijaba en Las Grutas y las playas “del Caribe” solo eran frecuentadas por locales, aunque comenzaban a entrar los primeros viajeros al puerto. “Nos dijo es momento que vuelen solos”, recuerda Mónica que les dijo su jefe y se independizaron.
“Dejé el periodismo para servir paellas”, señala. En 2014 compraron un terreno y construyeron su sueño, también tuvieron cuatro hijos. Así nació la marisquería “El Puerto de José y Moni”, y una propuesta que se centra mucho en la familia, todos trabajan en ella. “Son las recetas de mi abuela y de mi padre”, cuenta. En aquel año las playas del puerto comenzaron a ser receptivas de viajeros de todo el país, y en simultáneo el puerto solo tuvo actividad frutícola, las factorías de pescados se trasladaron a San Antonio Oeste, solo quedó una en el Este, aunque los pescadores artesanales continuaron con su trabajo. La marisquería es uno de los ejes de la sociedad portuaria.
“El mar gobierna nuestras vidas”, describe Mónica. Los mariscos y pescados están presentes a diario, el menú se nutre de los pescadores del puerto y a los mariscos los buscan en San Antonio Oeste, el Golfo San Matías es una pescadería a cielo abierto. “Sin dudas, todos vienen a buscar la degustación de diez pasos”, cuenta. No cabe en una mesa y es consecuente con el mensaje que quieren dar: “Acá todos los platos son abundantes”, explica Mónica, la bondadosa condición del golfo se traslada a la mesa y la fiesta de sabores es celebrado por los cientos de turistas que llegan los fines de semana. “Sabemos que vivimos en el paraíso y eso lo demostramos en la mesa”, confiesa.
El menú
Los pasos de este Eliseo gastronómico: langostinos al roquefort y al oliva, almejas gratinadas, cholgas al ajillo, pulpitos fritos, al oliva y al escabeche, vieiras a la mostaza, mejillones a la provenzal, rabas y cornalitos. Para los puristas, llega una cazuela de mariscos y la paella, que se presenta en la mesa en la propia paellera. “Todos vienen a desconectarse del mundo moderno y disfrutar de los sabores del mar”, dice Mónica.
“Este es el lado desconocido de Las Grutas”, cuenta Federico Berra, nacido en Santa Clara del Mar y está viajando con su familia en plan aventurero. “Conocimos cuatro provincias, y ahora nos toca la famoso costa del Caribe patagónico”, afirma. Nacido frente al mar, no le son extraños los sabores que se sienten en la marisquería. “No se encuentra en la costa bonaerense un lugar así”, acuerda Berra. Sentado delante de una paella, su sonrisa es contagiosa.
“Somos un pueblo muy viejo que recién está naciendo”, cuenta Mónica. San Antonio Este fue el lugar elegido por los pioneros para asentarse en 1898, aunque la falta de agua y los caminos malos, los obligaron a trasladarse enfrente, a donde hoy está la localidad San Antonio Oeste, fundada en 1910. Desde entonces toda la actividad pasa por allí. Sesenta kilómetros separan a ambos pueblos. Sin embargo, San Antonio Este quedó postergado a su puerto, el pueblo aún está germinando. No tienen farmacia, ni bancos, ni escuela secundaria ni agua potable, esta llega a través de un canal a cielo abierto desde Pomona (Río Negro), a 200 kilómetros. Se cuida como si fuera oro.
El pueblo
El pueblo está dentro de una reserva natural, por lo tanto no puede crecer más allá de los médanos costeros, que están protegidos. “Muchos que vienen a comer quedan enamorados y preguntan por casas a la venta para venirse a vivir”, cuenta Mónica. Hay pocas chances, aunque a diez kilómetros y frente al mar en la playa Conchillas se están loteando terrenos. Dos ómnibus conectan el pueblo con su vecino San Antonio Oeste, uno sale a las 8 y otro regresa a las 20. “Pedimos que por lo menos sumen otro más al mediodía”, reclama Mónica.
Solo existe una empresa que procesa pescado y que da empleo. Filetean merluza, salmón o mero, lo que el mar provea ese día, las demás están en San Antonio Oeste. Los fileteadores son casi todos correntinos. Los pescadores artesanales salen del puerto o de la costa y recorren todo el día el golfo, se embarcan al amanecer y regresan con las últimas horas del día. En verano, hasta cerca de las 22 hay luz crepuscular.
“Nos gusta que nos visiten”, confiesa Mónica. Los vecinos del pueblo se mezclan con los turistas y cuando estos se van, el ritmo de la vida vuelve a su natural sosiego. “Acá dormimos con las puertas abiertas, los chicos pueden jugar en la calle, vivimos muy tranquilos”, reconoce. Una de las salidas es ir al cine a Viedma, está a 160 kilómetros. “Ese día tenemos que hacer más de 300 kilómetros para ver una película”, comenta. Sin embargo, no se arrepiente de haber cambiado de vida para estar cerca del mar y reafirma: “Vivimos en el Caribe, pero en nuestra Patagonia”.
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