Día del Padre: un domingo especial y una pregunta siempre vigente en torno de este rol indelegable
LA NACION consultó a distintas personas de diversos ámbitos qué aprendieron de sus papás: mucho más que actos concretos
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¿Qué enseña un padre? ¿Qué es lo que recordarán sus hijos de él cuando vuelvan a pasar la película de la vida y lo piensen desde la óptica de alguien que mira al mundo adulto para arriba, desde su metro y veinte de altura. ¿Qué olores volverán al pensar esa escena? O, al revés, qué aromas nos arrastrarán involuntariamente hasta esos años. Un hombre de barba espumosa que infla las mejillas y se afeita frente al espejo del baño mientras su hija de cinco lo contempla embelesada. La voz de alguien que no vemos, pero desde atrás de la bicicleta nos empuja, agitado, gritando, “dale, dale, dale, vos podés, seguí pedaleando, mirá para adelante, ya estás andando solo”. Una mano tibia que en el camino al colegio nos explica por qué nos sale vapor de la boca. El crujir de las maderas del cajón de manzanas que van alimentando ese fuego incipiente que en unas horas se convertirá en asado. El olor a torta recién salida del horno, hecha por el hombre que tiene la mejor receta del mundo. ¿Y cuál es el secreto? ¿Cómo se alimentan esos recuerdos? ¿Por qué algunas de esas escenas se recordarán y otras se archivarán? Esa mezcla de olores, sensaciones y recuerdos alimentan un oleaje de emociones, positivas y negativas, que llegan hasta nuestra vida adulta y nos hacen saber de forma intuitiva cuál es el legado del padre que tuvimos.
¿Qué aprendiste de tu papá? Esa fue la pregunta que les hicimos a distintas personas de distintos ámbitos en la previa al Día del Padre, que se celebra hoy. Fue suficiente para que se despertaran los recuerdos y cobraran vida miles de anécdotas y momentos compartidos. Algunos fueron aprendizajes concretos, como a hacer la cama, a afeitarse, a pintar una pared, cómo subirse a un caballo o cómo hacer el mejor mate. Otros, más filosóficos, de esos que sirven para la vida, como a elegir libremente, a abrazar lo que te apasiona, a no negociar la vocación. En todos, lo que trascendía era la labor de ese hombre que estuvo y está ahí, disponible para enseñar esas cosas que nadie nos enseña.
“En estos tiempos, en que también la paternidad se está deconstruyendo, existe un rol que sigue siendo indelegable: el de paternar. Ser padre y tener un hijo no es lo mismo. Así como alguien no es futbolista porque tiene una pelota, no se es padre por tener un hijo, sino por trabajar de padre”, dice Eva Rottenberg, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina y directora de la Escuela para Padres. “El padre, no el hombre sino el que cumple la función paterna, representa la seguridad, el sostén social, el modelo y el acompañante en la crianza. Es esa persona que acompaña al hijo, lo toma de la mano y le dice, vení, te muestro, ésta es la vida”, explica.
Eso que pasa mientras hacés un asado
Uno de los primeros recuerdos que tiene María Sol Osswald, de 44 años, es el de Julio César, su papá haciendo un asado en un bosque. Puede ser Córdoba, o en algún lugar de vacaciones. Ese aroma a leña, ese ritual de prender el fuego temprano, disfrutando unos mates, con todo el tiempo del mundo. Ahí, al lado de la parrilla aprendió que el que mejor come es el que le hace “el aguante” al parrillero. Desde chiquita ese era su momento para hacerse un lugar exclusivo, entre sus cuatro hermanos, con su papá. Por eso, para ella el asado tiene ese significado tan especial. Por eso, mañana cuando represente a la ciudad de Buenos Aires en el Quinto Campeonato Federal del Asado, organizado por el gobierno porteño, que se disputará frente al Obelisco, su carne va a saber a mucho más que a asado. “Si nuestra parrilla hablara...”, dice María Sol, mientras se toma el tiempo para practicar junto a su papá para la competencia, en el que se enfrentará a otros 23 participantes, uno de cada provincia.
María Sol trabaja para una empresa de medicina prepaga, es madre de cuatro hijos, vive en Villa Luro y llegó al concurso, después de postularse alentada por sus amigos. “Para mí el asado es parte de mi historia. Y de mi relación con mi papá. Está entre mis primeros recuerdos y también es ese olor que busco cuando quiero un momento para mí. Soy capaz de prender la parrilla para mí sola. O de invitar a todos mis amigos. Y no hay como ese momento en el que se van y te dicen, gracias, todos tus asados son buenos, pero hoy te superaste”, cuenta.
El primer asado que hizo María Sol fue en una quinta que habían alquilado para las vacaciones: “mi papá quería hacer una bola de lomo entera a la miel. Y me ofrecí para pintarla cada 20 minutos. Tenía mostaza, miel, cerveza negra. Yo tenía unos 12 años y me acuerdo la sensación linda cuando todos me aplaudieron. Desde entonces nunca dejé de asar”, cuenta. En realidad, hubo una etapa en la que el fuego se apagó. “Me casé y llegaron los hijos, el mandato decía que el asado lo tenía que hacer el hombre. Entonces me fueron haciendo a un lado. Cuando me separé, lo primero que hice fue volver a prender la parrilla. Ahora estoy recuperando el tiempo. De mi papá aprendí todo. No sólo la técnica. También la paciencia, darse el tiempo para que las cosas ocurran, saberlas esperar con hambre, acompañarlas. Y cuando llega el momento indicado, cortar y servir. La vida misma es como ese asado al que están invitados los que uno más quiere”, asegura.
Para mañana, la competencia le espera grandes rivales de todo el país. Su papá es el fan número uno. Y aunque no puede estar de asistente, a sus 76 años, no escatima en consejos. “Esos no los pongas en la nota, que ese es su fortaleza”, dice. María Sol tiene una valija roja, como la que usan las maquilladoras, pero con chimichurri y las salsitas picantes que ella misma prepara para adobar la carne. Tiene sus propia huerta de picantes en su casa y dice que ahí está la clave de su sabor. Para la competencia eligió el corte ojo de bife. Tendrá apenas una hora para asar, emplatar y servir. “Me tengo fe, aprendí del mejor”, dice. “Te va a ir bárbaro”, confía Julio, que es docente universitario y especialista en Seguridad Alimentaria
Aprender a hacer helado
Hasta el día de hoy, cada vez que Maximiliano Maccarrone, de 50 años entre a la fábrica donde se cocina el helado que se sirve en sus heladerías y siente ese olor a chocolate en el fuego, o a sambayón justo a punto de llegar a la concentración que necesita, tiene un viaje sin escalas hasta sus diez años, cuando Francisco, su papá era el dueño de la heladería, en Pinamar, y se levantaba bien temprano para preparar el helado. Y los aromas llegaban hasta el departamento del piso de arriba, en el que él y sus hermanas pasaban las vacaciones. Hoy, las vueltas de la vida los encuentra a los dos, padre e hijo, cada uno al frente de su propia heladería y a la vez como presidente (el hijo) y vicepresidente (el padre) de la Asociación de Fabricante Artesanales de Helado y Afines (Afadhya). La asimetría de la relación se invirtió, pero el vínculo padre e hijo sigue vigente.
“De mi papá aprendí muchas cosas. Siempre me dio lugar, y me dejó equivocarme. Así pude hacer mi propio camino y tener un nombre propio en el mundo de los helados. Pero si tengo que rescatar lo más importante, diría dos cosas: una, el no negociar la calidad de la materia prima. Cualquier cosa antes que eso, como buen italiano. Si querés un buen helado tenés que comprar la mejor fruta, tener el mejor dulce de leche, el mejor chocolate. No bajes nunca la calidad”, cuenta Maximiliano. Es por eso, que aún hoy, sigue yendo a las 4 de la mañana al Mercado Central para elegir los mejores ananás, o el limón con la acidez perfecta, o las mejores frutillas. Hay que estar, hay que ver, hay que oler y elegir. “Lo segundo más importante, creo, es que la lista de sabores de la heladería nunca está cerrada. Siempre tenemos que vivir buscando, porque la gente cambia, los paladares cambian y siempre tenemos que ir en busca de un sabor superador”, dice Maximiliano.
“Claro, nunca está cerrada. Los italianos antes te decían que no diversificaras, porque el helado se tenía que vender en pocos días. Pero hoy el público es distinto. Por eso hay que seguir inventando. Y Maxi heredó ese gen innovador. Como presidente, lo respeto mucho, y eso que soy el vice. Hace pocos días trajimos la Copa de Oro del Helado a Córdoba, fue un gran evento que ayuda a mejorar la calidad del helado, que es para el bien de todos”, dice Francisco, que ya cumplió los 75 años.
Aprender a elegir y a esperar
Si tuviera que destacar algo de todo lo que aprendió de Hugo, su papá, cuenta Florencia Bauzá, 42 años, diseñadora gráfica, una de las dueñas de la tienda de diseño Enamorada del Muro, es que le enseñó a elegir libremente, por vocación y no por mandato. “Nosotras somos seis hermanas. Y cada una eligió un camino distinto. Nunca sentimos que teníamos que continuar su legado, ni ocupar un rol como mujeres dentro del hogar, nada que ver. Probablemente, por su propia experiencia. El estudió Letras, en una época (hoy tiene 80 años) en la que esa no era una profesión muy promisoria para un hombre. En su casa esperaban que fuera abogado, que continuara con el legado del padre. Él, en cambio hizo su camino y demostró que podía ser exitoso si amaba lo que así. Y así fue. Logró tener dos doctorados, uno en la Argentina y otro en la Sorbonne. Hoy, sigue siendo convocado por universidades y academias para dar conferencias. Y nosotras seis elegimos cada una un camino distinto y nos fue bien. Por eso valoro tanto ese legado”, cuenta Florencia.
Si tiene que destacar algo de su papá, Ana Luz Spinozzi, de 31 años, docente y madre de Juan Martín, de 10 meses, es la paciencia y el método. Cuando era chica, una vez le pidió que le enseñara a pintar una pared. Daniel, su papá, que se dedicaba a la plomería, se tomó el tiempo para enseñarle. “Siento que me dio una herramienta fundamental. No sólo me enseñó a pintar”, dice. También le enseñó a esperar. “Primero a preparar la pared, después a respetar los tiempos. Que cada cosa tiene su tiempo. El tiempo de secado de la primera capa es sagrado. Esperá, no te apures. Dejalo. Todo llega”, cuenta Ana, que le repetía su papá. Una enseñanza que le sirvió para muchas cosas en la vida.
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