Un oasis en un alicaído verano. Acantilados, mar y calma, pero también mucho after: así es el destino que no para de crecer
El sector turístico de Chapadmalal está ilusionado con la ocupación y con el movimiento de consumo; las construcciones se expanden y cada vez hay más residentes fijos; un lugar en el que convive lo agreste con el ruido de los paradores
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MAR DEL PLATA.- Es mar y acantilados. Del otro lado de la ruta 11, aparecen las primeras y pocas pinceladas de asfalto, perdidas entre consolidados de granza y tierra con huellones que serpentean entre construcciones modernas de un sector de la calle y del otro, el crudo paisaje agreste que despliegan amplios baldíos donde pastan varias vacas.
Modernidad y naturaleza. Historia viva de los inicios y el impulso de una nueva ola, compartida por nuevos residentes y miles de turistas, diseñan este renovado Chapadmalal que, a menos de media hora de la Playa Bristol, primero sumó vecinos fijos en busca de lotes de oportunidad; luego, inversores que vieron en esas tierras un negocio floresciente y hoy, una oferta de servicios de alojamiento y de gastronomía con identidad propia y clientela de buen poder adquisitivo y en crecimiento. Un producto redondo y exitoso, un oasis en estas horas de crisis.
“Estamos muy bien de ocupación en Chapadmalal, al 90% o 95% para enero y con muy buen nivel de movimiento de consumo, en especial a partir de los jueves”, afirmó Mauricio Durá, al frente de La Hostería, un servicio de alojamiento y de parador gastronómico que hace unos cuántos años fue el punto cero de esta novedad turística que no para de crecer.
Se nota pronto que hay muchos veraneantes por aquí, donde la historia de este fenómeno arrancó precisamente con aquellos que hacía varias décadas llegaban con unas pocas valijas y una tabla de surf para buscar descanso, con las olas bien cerca y lo suficientemente lejos del ruido del conglomerado estival marplatense.
“Somos de Vicente López y de los que veníamos acá a pasar vacaciones hasta que compramos un lotecito, mi papá quiso probar y aquí nos quedamos”, cuenta Pablo Martín Ristevich, hoy al frente de La Herrería, donde hace trabajos entre chapas y soldaduras, desde mobiliarios hasta esculturas como las que hacía su padre, un pionero de la zona. “Tanto que hoy esta calle que da frente al taller lleva su nombre”, recuerda sobre Roberto Ristevich.
Transformación
En casi 30 años en la zona es testigo privilegiado de una transformación fantástica que tuvo este extremo sur del distrito de General Pueyrredon, un poco antes del complejo turístico de Chapadmalal, algo más allá de la serie de barrios que están más allá del faro de Punta Mogotes.
Eran tiempos en que allí, a 300 metros de la ruta, a menos de 500 del acantilado más cercano, alrededor era todo campo. A unos pasos, el Club Chapadmalal y, de cara al mar, la estafeta postal, que se convirtió en hostería y mojón fundacional de la metamorfosis de este paraje que hoy abunda en autos de alta gama, viviendas cada vez más glamorosas y alojamiento que siempre busca un plus más de calidad y atractivo.
Ristevich destaca la sorpresa de los argentinos que eran frecuentes de Pinamar, o de playas más agrestes de la costa esteña de Uruguay, y aquí encontraron verde, tranquilidad, mar y surf, otro de los grandes imanes que tiene la zona. En especial, y aquí coinciden varios que se instalaron por la zona, a partir de la pandemia.
El destino aseguraba distancia, aire puro y, sin necesidad de ir a comprar productos a Mar del Plata. “Pateamos el tablero y cambiamos la vida”, detalla a LA NACION sobre la decisión de su padre. La suya, ahora, fue subdividir la vivienda original: donde había cocina y dormitorio ahora hay dos locales. “Tengo el primer shopping de acá”, dice y festeja sonriente este crecimiento, por goteo pero sostenido.
Juan Martín Conte, al frente del café Bai Bai, lleva tres temporadas en la primera línea comercial y hace nueve que tiene el hostel que está sobre los fondos del lote, con un perfil de huéspedes que delata la cantidad de tablas con quillas a la vista que descansan sobre el lateral de una galería. “La pospandemia fue la explosión y nos ayudó no solo a tener más turismo, sino también más gente que se vino a instalar en la zona”, indica.
“Conocíamos el Chapadmalal casi original, previo a este crecimiento, y veníamos mucho por el surf porque es zona de buenas olas”, explica Nazarena, que empezó a venir por su novio y terminó convertida en vecina de tiempo completo. “Es un lugar donde está todo bien, donde no hay tanto parador y ojalá se logre mantener mucho tiempo esta esencia”, detalló.
Con ella está Candelaria, que es de Palermo y está en plan de paseo, acompañando a su novio. Dice que en Chapadmalal “hay un ambiente más chill, con otras vistas y una posibilidad directa de disfrutar de la naturaleza”.
Costos
Alojarse en Chapadmalal tiene costos desde 80 dólares la noche para dos personas. Lo eligen familias, pero sobre todo jóvenes, que por volumen y ritmo poco a poco sacuden el espíritu de calma plena que proponía este destino. Así aparecen nuevos balnearios con servicios, con sus after con música y tragos de fin de tarde. Oleadas de gente llega hasta allí cada jornada, a disfrutar del mar, pero también en búsqueda de diversión. El pico se advierte cada fin de semana.
Otros tramos de playas son obra del avance del mar, que socavó acantilados y conformó una sucesión de bahías. Son los remansos elegidos para los que solo buscan calma y silencio.
“Hay un frente hacia la ruta que se puso más movido, con más gente, y un Chapadmalal todavía original en el que se disfrutan sus hondonadas verdes y paisajes tan característicos”, describe Guadalupe Vázquez, que hace más de una década compró un lote sobre un sector alto, rodeado de verdes, vacas y todavía con una mayoría de vecinos a más de 100 metros. Con su pareja, Pablo Piserchia, siguen en etapa de construcción. “Es un lugar de paz, un refugio único que esperamos se conserve”, dice a LA NACION.
Jorge González Montes, que es arquitecto, es de los que invirtió en unos lotes a unos 500 metros de la ruta 11 y fue por más. Ya tiene dos domos listos y en uso con los que inauguró Aiken Chapa y otros dos que intentará inaugurar en las próximas semanas. “Es un derivado de las cúpulas geodésicas de Buckminster Fuller”, destaca de estas unidades casi esféricas que se arman como un mecano, con estructuras y placas triangulares de madera, y comodidades para dos y hasta tres personas, equipadas con baño, cocina y electrodomésticos. “Además es alojamiento sostenible, con energía solar”, detalla González Montes.
Fuentes del municipio de General Pueyrredon aportan a LA NACION estadísticas de obras ejecutadas o en marcha en la zona. El informe corresponde a desarrollos emprendidos al sur del faro y confirma que se construyeron más de 62.000 m² en los últimos tres años, tanto casas particulares como complejos de cabañas y otras variantes de alojamiento para alquileres temporarios. Todo indica que la mayor parte de esa nueva superficie cubierta es en Chapadmalal. Si se tiene en cuenta la pausa obligada por restricciones derivadas de la presencia de coronavirus, esa expansión fue un shock del último año y medio.
“Creció rápido todo esto, no se nos tiene que ir de las manos”, advierte Durá, que ve también en temporada baja el movimiento de camiones, obreros y los pedidos al corralón de materiales para las nuevas construcciones.
Hoy el destino tiene cada vez más interesados en asegurarse un lugar por allí, sus tierras cotizan en alza pero se enfrenta a la difícil misión de atender ese desarrollo en curso sin perder identidad de un entorno puro. No hay red de agua potable, ni cloacas ni gas. “Por ahora”, aclaran especialista en urbanismo que ven el crecimiento cercano de barrios privados que avanzan y otros dos nuevos en línea de partida, que suman presión sobre este paraíso con inigualable balcón al mar.
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