Un nuevo mapa de valores
El impacto de muchos de los proyectos legislativos que pueden alterar los valores y creencias en la comunidad en relación con la visión de las instituciones religiosas tradicionales debe diferenciarse entre las que provienen del uso demagógico coyuntural, de las que promueven acciones reivindicativas reactivas y de las que reflejan cambios auténticos en el pensar, sentir y vivir de los ciudadanos.
En los primeros dos casos, se trata de acciones que no trascenderán a las circunstancias en las que se promuevan, ya que si, en definitiva, no responden a necesidades reales o cambios de visión de la sociedad, pueden ser luego rectificadas, moderadas o ajustadas a las realidades de quienes deben ser sus beneficiarios. Otras, en cambio, deberían ser observadas como indicadores de modificaciones que no sólo deben ser respetadas y atendidas por los mecanismos institucionales de la democracia republicana, y ajustadas a derecho, sino también derivar en una profunda reflexión de las iglesias para cuestionarse dos dimensiones del impacto en los cambios de valores y de usos y costumbres.
No son las iglesias, sino los formados por ellas quienes deben defender los valores tradicionales en el marco de las instituciones de la democracia prescindiendo de operar como grupos de influencia o presión sobre el Estado. La religión y el Estado deben separarse, pero la visión de la religión debe representarse en el Estado por intermedio de los órganos de gobierno que expresan la representación democrática de la ciudadanía. Por otro lado, las iglesias deberán leer el nuevo mapa de valores y concepciones así como también mantener sus principios fundantes, pero al mismo tiempo adaptarse y modificarse apropiadamente para estar tan cerca de lo que sostienen sus dogmas como de las necesidades vitales, existenciales y de visión del mundo que adoptan sus fieles.
Las tareas teológicas, pastorales y comunitarias de las iglesias deberán coexistir con las visiones de la política legislativa y de gestión manteniendo el común denominador de los valores que hacen que una sociedad viva en comunidad. El desafío espiritual para nuestra argentina es consolidar su unidad en su diversidad. Siempre será mucho más valioso celebrar nuestras diferencias y dirimirlas institucionalmente en el marco de la democracia participativa que imponer la razón de unos sobre otros.
El autor es rabino y legislador electo de la ciudad (Pro)