“Un laboratorio arqueológico a cielo abierto”: Herculano, la ciudad destruida por el Vesubio que aún oculta sus misterios
La mayor parte de la urbe sigue sin excavar; menos célebre y transitado que Pompeya, el yacimiento introduce nuevas visitas y promete hallazgos extraordinarios
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HERCULANO.- Durante siglos, los arqueólogos se enfrentaron a un misterio cuando excavaban las ruinas de Herculano, una de las ciudades destruidas por la catastrófica erupción del Vesubio en el año 79: ¿por qué no aparecían cadáveres? Nadie sabía dónde estaban los muertos que, sin embargo, en Pompeya fueron hallados desde el primer momento. Solo en los años ochenta del siglo pasado los investigadores los encontraron: unas 300 personas se habían refugiado en unos almacenes cerca del mar pero, mientras esperaban una ayuda que nunca llegó, fueron calcinadas por una ola de gas a 550 grados expulsada por el volcán. De hecho, se trata de la mayor concentración de esqueletos de la antigüedad que haya llegado hasta el presente. Sus cuerpos se convirtieron en vapor y, como mostraba una impresionante portada de National Geographic de mayo de 1984, solo sus joyas y objetos de metal aguantaron la letal sacudida tóxica. La mayoría de las víctimas de Pompeya, en cambio, perecieron sepultadas.
Las dos ciudades fueron destruidas por la misma catástrofe, pero de forma muy diferente: una fue enterrada bajo toneladas de material piroplástico; la otra arrasada por barro y gas abrasador. Eso ha hecho que las ruinas de Herculano —la primera urbe romana del golfo de Nápoles que fue encontrada por los arqueólogos borbónicos en el siglo XVIII— sean mucho más difíciles de excavar que las de Pompeya, porque ese barro se convirtió en piedra. Gran parte de la ciudad romana se encuentra, además, bajo la moderna Herculano, un bullicioso suburbio de Nápoles, situado mucho más cerca de la capital de Campania que Pompeya. Se trata de un inmenso cuadrado de unas dos hectáreas y, para acceder a las calles romanas, a los templos, gimnasios, palestras, casas o comercios, se han tenido que excavar 25 metros de roca endurecida por los siglos. Pero, a la vez, esto ha permitido que se conserven materiales, como la madera, prácticamente únicos en el mundo antiguo. Herculano es hoy, en palabras del director del yacimiento, Francesco Sirano, “un laboratorio arqueológico a cielo abierto”, que todavía puede ofrecer muchas sorpresas, como aquellos cadáveres de la playa.
El profesor de historia e investigador español Daniel García Varo ha publicado recientemente Herculano. La ciudad del Vesubio (Almuzara), la primera monografía en español sobre la urbe romana, una demostración más del creciente interés por el yacimiento. “Comparado con cualquier otra excavación romana alejada de la Bahía de Nápoles”, explica García Varo, “Herculano nos cuenta toda la vida cotidiana de sus ciudadanos, el comercio y los establecimientos. Aunque también, el arte, la cultura o la religión están muy presentes con todo tipo de indicios. Toda la vida de un romano está al alcance de los investigadores en un par de hectáreas gracias a la conservación que posibilitó la erupción”.
Estudios
Frente a Pompeya, que desde hace años ocupa constantemente titulares con cada nuevo descubrimiento, Herculano ocupa un discreto segundo plano: una parte importante de la información que ofrece esta ciudad no proviene solo de las excavaciones, sino de la investigación con las últimas tecnologías de aquello que se va encontrando. Aquí, hasta las heces han acabado por convertirse en una mina de datos: uno de los grandes expertos en la ciudad, el profesor jubilado de clásicas de la Universidad de Cambridge Andrew Wallace-Hadrill, que fue el director del Proyecto de Conservación de Herculano, analizó durante años los restos encontrados en una antigua fosa séptica y sacó información sobre la dieta o las enfermedades que padecieron los 4000 habitantes de la ciudad. El Proyecto de Conservación de Herculano es un consorcio público/privado que une el Packard Humanities Institute con el Estado italiano o la British School at Rome, entre otras instituciones, para impulsar el conocimiento del yacimiento. Sirano anuncia que, en breve, habrá noticias extraordinarias gracias a un trozo de madera encontrado en un saco de una de las personas que huían.
Una tarde de finales de mayo, Herculano se mostraba tranquila, con relativamente pocos turistas, sobre todo con respecto a su hermana mayor, tomada por los grupos de visitantes, en muchos casos provenientes de cruceros. Bastantes casas permanecían cerradas con carteles que anunciaban que se estaban llevando a cabo proyectos de restauración o de excavación. Daba la impresión de ser un yacimiento arqueológico vivo, en plena evolución. De hecho, después del verano, está previsto que se abra el acceso a lo que fue la antigua playa —ahora el mar se encuentra a unos cientos de metros— y se podrán contemplar de cerca las reproducciones de los esqueletos encontrados en los antiguos almacenes.
Mientras se camina sobre la piedra volcánica negra o sobre las losas romanas de las calles, impresionan especialmente los restos de madera en tiendas y casas: las vigas, los estantes en los que los comerciantes colocaban sus mercancías, las camas, las puertas… Una reciente exposición en el Museo de Herculano —situado a un kilómetro de la ciudad, en el Sito Reale di Portici— mostraba alguno de los muebles encontrados durante las excavaciones: cómodas, arcones, taburetes, herramientas, una barca, tablillas, una cama, una cuna, un pequeño altar con los lares, los dioses domésticos, hasta un monedero romano. Para Wallace-Hadrill, el último gran descubrimiento de Herculano, abierto al público desde hace poco, son los restos de madera pintada de la Casa del Bajorrelieve de Télefo, una de las favoritas también de Daniel García Varo.
Algo emocional
La madera, al ser un organismo vivo, provoca una extraña sensación de cercanía con las personas que, hace dos mil años, utilizaron todos esos objetos para su vida cotidiana. Además, no son muy diferentes de los que encontramos ahora mismo en nuestras propias casas. “El hecho de que se hayan conservado materiales orgánicos ha impulsado muchos avances científicos”, explica por correo electrónico Wallace-Hadrill, autor entre otros muchos ensayos de Herculaneum: Past and Future (Frances Lincoln, 2011). Su documental para la BBC Life and Death in Herculaneum (disponible en YouTube en inglés) es un clásico sobre la ciudad. Pero contemplar una cuna o un pequeño aparador, con un diseño perfectamente contemporáneo, va más allá de la ciencia: es algo emocional.
Se han analizado los huesos, la madera, el sarro de los dientes… “Los esqueletos de aquellos que no se salvaron de la tragedia han hecho posible un conocimiento muy profundo del mundo romano”, señala Francesco Sirano. “Conocemos incluso el régimen alimentario, las enfermedades que tuvieron. En la excavación de la fosa séptica se ha encontrado de todo, hasta un resto de queso con brucelosis, fruta, pan, bacterias estomacales, restos de peces que todavía se comen en la Bahía de Nápoles… Se trata de una información de 360 grados sobre el mundo antiguo”.
Sin embargo, lo que se ha encontrado es solo una parte ínfima de lo que puede aparecer. Herculano no es solo impresionante por lo que muestra, sino por lo que todavía oculta. “Dos tercios de la ciudad permanecen sin explorar”, señala Wallace-Hadrill. “Pero lo más importante es descubrir este recurso precioso, pero limitado, de forma muy gradual, aprovechando los últimos avances tecnológicos de la arqueología científica”, prosigue el investigador.
Uno de los primeros edificios excavados en Herculano fue la Villa de los Papiros, uno de los yacimientos más famosos de las ciudades destruidas por el Vesubio, porque se encontró una biblioteca entera que todavía se está investigando. Situada fuera del cuadrado del yacimiento principal, lleva años sin ser excavada por motivos de seguridad y solo se conoce una parte de lo que contiene. Al visitar las salas dedicadas a la villa en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, resulta difícil no pensar en lo que todavía se puede encontrar. Allí se conserva una de las primeras piezas que los arqueólogos del siglo XVIII hallaron en Herculano y que, de forma más contundente, muestra el abismo cultural que nos separa en algunos aspectos de la antigua Roma: se trata de una estatua del dios Pan copulando con una cabra.
Las nuevas salas dedicadas a Herculano del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles —ordenado recientemente por yacimientos y no solo por estilos—, por no hablar de los miles de objetos conservados en los depósitos, dan una idea de la inmensa belleza de lo que se ha encontrado. Y sugieren lo que podrá aparecer bajo toneladas de roca. “Es tan inmenso lo que puede quedar por descubrir en Herculano que abruma”, señala Daniel García Varo. “Solo se ha excavado una cuarta parte de la ciudad, lo que nos viene a decir que quedan el triple de viviendas, comercios, edificios públicos y villas repletas de todo tipo de lujos. Herculano tiene todavía mucho que decir y estoy seguro de que edificios religiosos y políticos (los más ausentes en el complejo arqueológico) nos esperan bajo 25 metros de flujo piroclástico petrificado”.
Por Guillermo Altares
©EL PAÍS, SL
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