El Palacio Otamendi Belgrano, construido a fines del 1800, está en plena restauración; su particular historia y el nuevo destino que tendrá
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El misterioso castillo en ruinas de San Fernando ya tiene otro aspecto. Es el Palacio Otamendi Belgrano, una joya neogótica del conurbano norte que, a pesar de haber sido hace tiempo el orgullo de los vecinos, sufrió incendios, saqueos, intrusiones y la desidia por parte de sucesivos gobiernos. Hoy, quien pase por la puerta de Sarmiento 1427 observará que la fachada de ladrillos rojos volvió a brillar. En el lugar avanza una puesta en valor integral del edifico construido a fines del 1800 con valiosos materiales traídos íntegramente de Europa por su primer propietario, el arquitecto Joaquín Belgrano, familiar del prócer.
“¡No lo puedo creer! Qué lindo lo que están haciendo, estoy feliz. El trabajo es excelente. El palacio cayó en debacle a partir de 1950 sin nadie que se hiciera cargo de recuperarlo hasta el día de hoy”, dijo a LA NACION Marcos Belgrano, descendiente de quien lo levantara al estilo de un castillo, con pizarras francesas negras, escaleras de mármol de Carrara, pisos venecianos, mosaicos holandeses, boiseries y vitrales.
Belgrano, quien es genealogista e historiador, reveló que cuando fue intrusado lamentablemente se robaron piezas muy valiosas del interior. Sin embargo, confía en el trabajo para replicarlas y en el resultado final del proyecto cuyo objetivo es transformar el sitio en un museo con salas de exposiciones y construir un nuevo teatro. El palacio estuvo clausurado durante los últimos 20 años, sin embargo comenzó a verse movimiento en el interior después de que en octubre del 2020 LA NACION informara que los Belgrano denunciaban el mal estado del inmueble.
Un año más tarde, el Municipio comenzó su puesta en valor, con la demolición del sector lateral perteneciente al asilo de niñas Estela Matilde Otamendi. Estiman concluir la totalidad de los trabajos para fines de este año. A su vez, el teatro, instalado en el jardín, estará listo a mediados del 2023. La empresa contratada es HIP Construcciones, también a cargo de las obras en la confitería Del Molino en la ciudad de Buenos Aires.
“Nos encontramos con una selva dentro del edificio: invasión de plantas que crecían por todos lados, los techos y la carpintería carbonizada, la pinotea podrida, los cerámicos rotos, un tramo de la escalera principal había desaparecido, faltaban vitrales en la capilla, bronces, herrajes etc.”, relata Delfina Perino de HIT, en una recorrida a través de las ocho plantas y 20 habitaciones de la residencia que contaba con huerta y caballeriza propia dado que ahí vivió el matrimonio con siete hijos y el personal de servicio. Hoy los descendientes de los primeros Belgrano ascienden a casi unas 400 personas.
El castillo está ubicado en una zona estratégica, a tan solo una cuadra de la plaza principal de San Fernando, la Plaza Bartolomé Mitre. En el área ya se ve algo de reactivación económica gracias a los grandes carteles donde anuncian la recuperación del emblema barrial: hay apertura de nuevos bares y confiterías alrededor del palacio que abarca una superficie de 4976 metros cuadrados, casi una manzana completa. Los jardines serán abiertos al público y continuarán poblados de sus árboles centenarios, prometió el Municipio.
Un total de 22 albañiles, entre ellos oficiales especializados en restauración, se abocaron primero a la limpieza del interior. Con el fuego se había caído la cubierta, se habían partido algunos de los 10 tipos de solados diferentes y se desprendieron cerámicos, especialmente los de hall principal, hecho íntegramente con unas 2000 piezas de este material. Son cerámicas de Delft, una alfarería del siglo XVI en esa ciudad de los Países Bajos. Esto remite al aspecto suntuoso que Belgrano, formado en la École des Beaux Arts de París, deseaba otorgarle al sitio por donde ingresaban al palacio.
“Era una actitud típica de una familia rica de aquel entonces donde hasta instalaron un cuadro de cerámicas con una postal de Holanda”, afirma la arquitecta. Como la mujer de Belgrano, Josefina Rawson, extrañaba ese país, entonces él decidió crear para ella un cuadro de los canales en su propia casa. El palacio fue levantado entre 1879 y 1882, y durante 20 años vivió ahí la familia a pesar de que no existe una placa con el nombre de su autor, quien siempre eligió el bajo perfil.
“Recopilamos y pegamos los cerámicos existentes en buen estado. Algunos se perdieron, especialmente los de la parte inferior, los hexagonales. Mandamos a hacer copias para completar los paños”, explican los profesionales de HIT, quienes se basaron en fotos antiguas para una fiel reconstrucción.
Descubrieron además que faltaban varios vitrales de la capilla con el logo de la familia. A los pocos días, una vecina les acercó tres paños de vitrales: dado el abandono del edificio, ella se los había llevado a su casa con el fin de conservarlos. “Le pedimos a la gente que, si tiene elementos del edificio, o fotos antiguas, nos los hagan llegar para poder continuar mejor nuestra tarea”, afirma Perino.
Según precisan desde la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, el estilo del palacio es único: un eclecticismo historicista finisecular, con elementos del neorenacimiento y del neogótico. Esto se observa en las fachadas de ladrillos ingleses que lucen como entonces aunque falta completar las tareas en dos de ellas. A su vez se eliminaron las intervenciones posteriores, una loza exterior, y un anexo, el asilo de la calle 25 de mayo donde se observan máquinas excavadoras iniciando tareas para instalar el teatro.
Un teatro y salas para exposiciones
El edificio es Patrimonio Cultural y Arquitectónico. Su propietario es la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE), pero San Fernando tiene la custodia provisoria. Además el Congreso de la Nación dio recientemente media sanción al proyecto para transferir el título de propiedad a San Fernando.
Cuando Joaquín Belgrano murió, su mujer le vendió la casa a los Otamendi quienes luego la donaron a la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, y la Congregación de los Santos Ángeles Custodios de Bilbao se hizo cargo. En 1950 pasó al Estado y se convirtió en un asilo perteneciente al Consejo Nacional del Menor y la Familia. En el 2000 se transfirió a la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. A medida que pasaron los años se iba deteriorando la estructura, sin ningún tipo de mantenimiento. Fue intrusada y, en el 2017, sufrió un incendio intencional.
Néstor Torchia, Director General de Cultura y Turismo de San Fernando, informó que la intención es que pase a ser un lugar de uso cultural para todos los vecinos: “En la casa va a funcionar la Secretaría de Cultura ubicada en la quinta El Ombú: tendrá salas para muestras y talleres”. En el parque se creará una zona vinculada a la literatura, con un ingreso abierto.
El teatro tendrá 500 butacas, y será moderno, contará con lo último en tecnología, adelantaron. La entrada principal estará sobre Sarmiento, en la esquina de Belgrano. “Deseamos que sea parte de la movida cultural de San Fernando”, dijo Torchia. También lanzarán una escuela de formación artística en el lugar y una sala de prosa para espectáculos unipersonales. “Se pondrá el énfasis en el artista local, con precios accesibles o si no con entradas gratuitas”, adelantó.
El loco de la torre
La residencia posee una icónica torre, a la cual se accedía por una escalera caracol. Hoy está inhabilitada ya que quedó destruida por las llamas. Además de ser al principio el mirador más alto de la zona, suscitaba una serie de interrogantes entre los vecinos quienes se preguntaban para qué se utilizaba y quién vivía ahí.
Según Marcos Belgrano, durante los últimos años su pariente se había vuelto un ser huraño. “Al final fue vivir ahí arriba y no bajaba a su casa. Le decían en el barrio “el loco de la torre”. Rumoreaban que hasta se había armado su departamento, aunque en realidad no hay espacio. Lo cierto es que seguro contaba con un escritorio y que ahí pasaba largas horas”, revela su pariente. Luego funcionó como torre goeodésica, es decir para hacer mediciones en la zona y mapas cartográficos.
Ahora, mientras los obreros van y vienen, los Belgrano piensan en la inscripción que tendrá la placa que sueñan colocar en la entrada de la residencia. “Me hubiera gustado que el nombre fuera Palacio Belgrano, pero entiendo que los Otamendi lo donaron al Estado. De todos modos, mi lucha es para que las futuras generaciones sepan que este palacio fue construido y habitado por un arquitecto destacado, un importante vecino de San Fernando”.
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