Un gliptodonte, la clave: científicos argentinos revelan que el humano habitó el sur de América 5000 años antes de lo conocido
Analizaron 32 marcas en fragmentos óseos de un ejemplar que vivió en la zona del Río Reconquista hace 21.000 años; prueban la interacción humana con la megafauna prehistórica
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Treinta y dos marcas pequeñas en los restos fósiles de un gliptodonte que habitó hace 21.000 años la zona del actual Río Reconquista, en la provincia de Buenos Aires, serían la primera evidencia de la presencia humana en el sur de América unos 5000 años antes de lo conocido hasta ahora.
Tras analizar con distintas técnicas esos cortes en vértebras y otros fragmentos óseos, además de datarlos junto con los sedimentos donde fueron hallados, un equipo de investigadores argentinos que trabajan en instituciones de referencia en el país, Francia y China determinaron que el patrón de esas marcas responde a “una secuencia lógica de desposte” del animal con instrumentos de piedra.
Características únicas, como la cantidad, la ubicación, los ángulos o la profundidad de los cortes, junto con la posición lateral en la que se encontró el caparazón y los fragmentos óseos del ejemplar de Neosclerocalyptus, describen el empleo de una técnica para poder separar la carne del esqueleto, según explicó a LA NACIÓN parte del equipo liderado por Mariano Del Papa, de la División Antropología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Los resultados, publicados hace instantes en la revista PlosOne, desafían el conocimiento disponible sobre cuándo se pobló el sur de la región y así lo destacó el editor en un comunicado sobre la relevancia de este hallazgo, que en el proceso contó con el apoyo de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara. “El momento de la ocupación temprana de América del Sur es un tema de debate intenso, muy relevante para el estudio sobre la dispersión de la población en el continente americano y el papel que habrían tenido los humanos en la extinción de los grandes mamíferos al final del Pleistoceno –se señaló–. La escasez generalizada de evidencia arqueológica directa de la presencia humana temprana y de las interacciones entre humanos y animales obstaculiza ese debate”.
Junto con Martín de los Reyes, de la División Paleontología Vertebrados de la misma facultad de la UNLP y el Instituto Antártico Argentino, y Miguel Delgado, investigador del Conicet y del Centro Colaborador de Innovación en Genética y Desarrollo de la Universidad de Fudan, Shanghái, recibieron a este medio en el laboratorio del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde hicieron algunos de los estudios.
Otras pruebas quedaron a cargo de Nicolás Rascovan, de la Unidad de Paleogenómica Microbiana del Instituto Pasteur, en París, y Daniel Poiré, del Centro de Investigaciones Geológicas (Conicet-UNLP). Guillermo Jofré, del Repositorio Paleontológico Ramón Segura, de Merlo, provincia de Buenos Aires, realizó la extracción de las piezas y los sedimentos con un bochón. Estaban a cuatro metros de profundidad, en el margen del Río Reconquista. Fue en 2015, cuando operarios que hacían tareas con una máquina excavadora en el lugar se toparon con los restos.
Corresponden a vértebras, el tubo caudal y el caparazón, que fueron hallados “en buenas condiciones” de conservación. El animal, de acuerdo con la reconstrucción que hicieron los investigadores, estaba ubicado sobre el caparazón, patas hacia arriba, inclinado hacia el lateral izquierdo. Pesaba unos 300 kilos y medía unos dos metros de largo. La especie Neosclerocalyptus eran los gliptodontes más pequeños y se extinguieron hace unos 8000 años de la megafauna que habitó la zona del Gran Buenos Aires.
“La evidencia a partir de nuestro estudio cuestiona el marco temporal de la primera población humana de América que la ubica hace 16.000 años”, dijo Delgado, que también integra la División Antropología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP.
La datación por radiocarbono que hizo Rascovan en el laboratorio de análisis de materiales Ciram, de París, determinó que los restos fósiles tienen unos 21.000 años de antigüedad. Otros hallazgos arqueológicos de esta zona austral de la región, sobre los que se apoya la teoría más aceptada sobre la migración humana hacia el sur por el estrecho de Bering, tienen casi 6000 años menos.
“Esto surge en un momento en el que están empezando a aparecer evidencias en otros lugares del norte de América, como Alaska, Estados Unidos y México, fechadas para la misma época, entre 26.000 y 22.000 años atrás. Ahora, se agrega la de Argentina, de hace 21.000 años –detalló Del Papa–. De alguna manera, esto estaría reconfigurando la discusión científica sobre el proceso de poblamiento de América: desde que comenzaron las investigaciones en arqueología siempre nos preguntamos de dónde viene el hombre americano”.
Como recordó el arqueólogo y antropólogo, a mediados del siglo XIX para esas preguntas científicas empezaron a plantearse diferentes teorías y la más robusta fue que el hombre pobló América desde Siberia, a través del estrecho de Bering, que une Rusia con Alaska.
“Ahora –continuó Del Papa–, hay dos posturas cronológicas sobre la llegada de los primeros humanos: el paradigma tardío, que ubica ese ingreso hace 16.000 años, y el temprano, que plantea que ocurrió entre los 25.000 y 22.000 años en el pasado. Hoy, hay una disputa científica entre ambos. El tardío es el que más sistematizado está hasta el momento, pero están apareciendo estas nuevas ‘anomalías’ de ese paradigma que se van sumando y van a llevar a un corrimiento de fechas, pero eso todavía hay que probarlo. Nuestro trabajo tiene integridad en ese sentido y PlosOne, al publicarlo, lo avala”.
En estos casi nueve años, para preparar y analizar cada uno de los fragmentos hallados y los sedimentos del terreno en el que se encontraron se necesitó también de geólogos, biólogos y anatomistas de vertebrados, además de arqueólogos, paleontólogos y antropólogos, con técnicas que aplicaron por primera vez.
“Cuando vi las marcas que le habían llamado la atención a Guillermo [Jofré], todo lo que podía ser no era: el ataque de un carnívoro para comer, mordeduras de algún roedor o la acción de materiales del suelo, como la arena, al pisar el lugar o por rodar –señaló de los Reyes–. Nada era parecido a las características morfológicas de esos cortes y, hasta ahora, no habían marcas de corte documentadas en un gliptodonte”
Con Delgado avanzaron para poder determinar qué había causado esas pequeñas rayas a simple vista, que al amplificarlas tenían distintos ángulos y profundidad. “Al animal lo mataron o lo carroñaron, eso aún no lo podemos determinar, pero le sacaron los músculos y, en poco tiempo, la tierra lo tapó. Eso permitió que se fosilizara en buenas condiciones y se preservaran esas marcas. Las vértebras caudales y el tubo caudal estaban articulados, casi como en la posición en vida del animal”, agregó el paleontólogo.
También definieron que la ubicación de las marcas no era aleatoria, sino donde se unen los tendones a los huesos. Todo era del lado izquierdo del animal, lo que ayudó a reconstruir que se necesitó de más de un individuo para dar vuelta al animal, sostenerlo y depostarlo. “Hay otras marcas en los cuerpos vertebrales y la apófisis neural, otro corte en la cadera, donde se une con el fémur, que fue para separar la pata. Es una secuencia lógica en un patrón –explicó de los Reyes–. Determinamos con análisis anatómicos que toda la musculatura del animal estaba en los cuartos traseros y ahí es donde fueron a buscar la carne”.
Aún queda por poder identificar la herramienta utilizada, evidencia que esperan encontrar en próximas búsquedas en el sitio original. “Es un instrumento lítico. Eso es seguro. Y los cortes se hicieron con el hueso fresco, no después”, mencionó Del Papa.
Para Delgado, con la aparición de estos resultados, más la aparición de otros sitios con evidencia en América, incluidas huellas humanas “muy bien datadas cronológicamente” y herramientas encontradas en Brasil, se pudo empezar a documentar que hubo un poblamiento más temprano. “Con nuestro trabajo, a medida que fuimos haciendo los estudios, ese rompecabezas cada vez va teniendo más sentido”, indicó.
Con imágenes en 3D y un análisis cualitativo de las marcas, también observaron diferencias entre las marcas de la zona de la pelvis del animal y las vértebras asociadas con la presión ejercida para cortar tejido de distinta densidad. “Empezamos a tratar de contextualizar esas marcas en el paleoambiente para ir descartando otras variables que podrían haber intervenido en el patrón de corte”, agregó Delgado.
Utilizaron una base de datos comparativos para cotejar las marcas con modelos digitalizados de cortes óseos hechos a 45° y 90° en un laboratorio. “Las marcas que encontramos se agrupan de manera muy similar con las experimentales, hechas por humanos, con lo que fuimos reforzando nuestras observaciones”, continuó sobre la nueva prueba de la interacción entre pobladores y megafauna hace 21.000 años. “Este es un debate candente en la actualidad y, con estos datos bien comprobados con las mejores técnicas disponibles, aportamos nuestro granito de arena a un cambio de paradigma sobre el poblamiento de América”, finalizó Delgado.
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