MAR DEL PLATA.- Hay que amar y mucho el mar para permanecer más de dos meses sin tocar tierra firme, a bordo de un velero y expuesto a los bruscos sacudones que siempre proponen las bravas aguas patagónicas. Y, por esta vez, navegar siempre a buena distancia de costas dominadas por una inédita, larga e interminable cuarentena forzada por la pandemia de coronavirus, que llevó a cerrar todas las fronteras en todo el Cono Sur.
"Es la primera vez en mucho tiempo que me siento más seguro aquí que en tierra firme", asegura a LA NACION el francés Christophe Auguin, capitán del Antípodes, una embarcación de 16 metros de eslora y 4,6 de manga con la que a fines de marzo soltó amarras en el sur de Chile y se prepara para llegar a su destino final, en Punta del Este, Uruguay.
Durante las últimas dos semanas las condiciones meteorológicas les jugaron una mala pasada a él y los dos compañeros de esta travesía; su pareja, la chilena Carolina Lisset Cárcamo Asencio, y su sobrino -también francés- Jules Gaspard Auguin. La amenaza de fuertes vientos y oleaje los obligó a buscar abrigo escolleras adentro del Puerto de Mar del Plata. Allí permanecieron fondeados hasta el pasado jueves, para capear el temporal. Siempre anclados en el acceso a los clubes náuticos, pero sin echar amarras ni tocar tierra.
Apenas un stop and go obligado para cuidar la embarcación y sus navegantes, más que felices por el viaje pero también bastante cansados de un derrotero extenso, siempre condicionado por las medidas del gobierno argentino, que impide el ingreso de extranjeros al país.
Aunque a Auguin, a sus 60 años, un bimestre de corrido entre las olas más bravías no le mueve la aguja de su capacidad de resistencia náutica. Hace poco más de dos décadas supo conocer la gloria y una fama extraordinaria en su país, cuando ganó en tres oportunidades las competencias de vuelta al mundo en solitario en sus versiones con mínimas escalas y la otra, más exigente, sin tocar tierra. Esta última, la tradicional Vendé Globe con partida y llegada en el puerto francés de Les Sablés-d'Olonne, la completó en 1997 con récord: le llevó 105 días, 20 horas, 31 minutos y 23 segundos. Durante todos esos días navegó solo, sin amarrar en ningún puerto.
La soledad
"Es mi última Vendée Globe y el día más feliz de mi vida", dijo tras cruzar la meta. Pero en esa celebración iba un aprendizaje que marcaría por siempre el norte del rumbo para sus próximos días: "Es la última vez que participo, la soledad es terrible y no quiero que acabe con mi vida", sentenció aquella jornada de laureles y gloria, hace más de 20 años.
Desde entonces y con otros ritmos, ya sin mirar el cronómetro, Auguin eligió este extremo del globo terráqueo para sus viajes y también su residencia, ahora con buena compañía. "La mitad del año lo paso en el mar", explica este viejo amigo de los océanos que se instaló hace ya algunos años en Uruguay, donde en la zona de 33 Orientales encontró su otro lugar en el mundo: una granja donde cría animales y desarrolla cultivos orgánicos en un entorno cargado de pura naturaleza, a tono con el ideal que persigue y encuentra con cada una de sus salidas a aguas abiertas.
La navegación lo instaló desde 1995 en este triángulo que vincula las costas de Uruguay, Argentina y Chile. Del otro lado de la Cordillera de los Andes encontró el amor con Carolina, incondicional colaboradora de este experimentado capitán de desprolija cabellera gris y rostro con el color y las grietas que dejan el sol, los vientos y más de 45 años de convivencia con el mar.
"El mar es lo más hermoso, es enorme, mi lugar en el mundo", remarca Auguin, que cada primavera se despide de Uruguay y va en busca de su hermoso velero, que a veces deja parte de cada otoño y todo el invierno en Punta del Este. En otras, como en esta última salida, queda amarrado en Puerto Williams, un pintoresco paisaje chileno en la ribera del Cabo de Hornos, a las puertas nomás del Canal de Beagle.
Desde allí emprendió este periplo que es ya su costumbre desde hace 15 años, cuando con el Antípodes abandonó Francia en un contexto de enorme reconocimiento y fama con la que no se acostumbraba a convivir. "Durante los meses que siguieron a mi Vendée Globe (en 1997) ya no podía caminar por las calles de París. Salía con la cabeza bajo una gorra y la gente me detenía de todos modos", contó en una entrevista periodística al medio especializado Ouest France. Una celebridad.
Patagonia y Antártida son sus escalas frecuentes, aunque dice que lo que más disfruta es el tramo entre destino y destino.
"Esta vez comenzamos a navegar en noviembre pasado y lo disfrutamos mucho", reconoce a LA NACION sobre una experiencia al final condicionada por la pandemia, que los encontró a principios de marzo en Ushuaia, cuando los primeros casos de contagios de coronavirus aparecían en el país y en aquel destino.
Allí esperó a su sobrino y el 7 de marzo los tres zarparon hacia Chile. "Nos tomamos 15 días de navegación con una parada breve en Punta Arenas", recuerda. Allí estuvieron fondeados y volvieron a aguas abiertas el día 27. Desde entonces, asegura, no tocaron tierra, ni tocarán, hasta arribar esta semana a Uruguay.
Un buen viaje
"Estamos más seguros que en tierra firme", repite. Decidió zarpar antes de quedar condicionados y detenidos por las medidas de aislamiento. "Desde entonces tuvimos un muy buen viaje, que seguimos disfrutando", explica siempre a bordo del velero, donde nadie está pendiente del alcohol en gel y lavarse las manos es una costumbre natural, saludable, y no la exigencia para evitar contagios que se padece en tierra.
Conscientes de las limitaciones para ingresar a puerto por las medidas de seguridad sanitaria, cargaron las bodegas del Antípodes con víveres para tres meses. En la cubierta, colgada para secar, luce todavía una generosa pata de cordero. Señal de que comida, y muy buena, todavía abunda.
"Entendimos que la situación se podía extender por un largo tiempo y para eso nos preparamos bien", cuenta Auguin, que no tendrá problemas para ingresar a Uruguay, donde tiene residencia y hace tiempo que lo adoptaron como un vecino más.
La escala en Mar del Plata fue de emergencia ante un frente de tormenta que los ponía en riesgo. Pidieron abrigo escolleras adentro y quedaron fondeados en el sector del antepuerto. Si bien el caso trascendió como si fueran turistas que pretendían ingresar al país, nunca pretendieron desembarcar. El objetivo era apenas tomar un respiro frente a los fuertes vientos y seguir viaje con mejores condiciones. Eso les llevó casi una semana. Incluso con dos amagues y regreso, porque la embocadura del puerto local es todo un desafío, mucho más después de un temporal.
Allí, siempre a bordo y con apoyo del Club Náutico Mar del Plata, recibieron abastecimiento de agua potable y atención de Prefectura Naval, Migraciones y Sanidad de Fronteras. "Nos hicieron el chequeo para confirmar nuestro estado de salud, y estamos muy bien", dice quien hace dos meses se mantiene a varias millas de distancia de cualquier contacto posible con el coronavirus.
Visitante frecuente de Mar del Plata en sus anteriores salidas durante el semestre más cálido, lamenta que en esta oportunidad la escala tenga que ser sin siquiera pisar los muelles. El jueves zarpó con un mar calmo, espejado. "Esperamos volver el año próximo, cuando todo esté mucho mejor y esta pandemia sea un mal recuerdo", advirtió.
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