Un evento solar “terminator” dispara el pico de auroras boreales insólitas: cuál podría ser su impacto en la Tierra
La actividad del astro se incrementó en los últimos meses y el punto máximo de su ciclo vital, previsto para mediados de 2025, parece adelantarse a este año
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MADRID.– El domingo 23 de abril, por la noche, se pudieron avistar auroras boreales a muy bajas latitudes cerca del ecuador terrestre, muy lejos del habitual entorno polar. El fotogénico espectáculo se registró en lugares insólitos como Texas o Extremadura, donde lo captó el astrofotógrafo Lorenzo Cordero, una imagen seleccionada como la mejor del día por la NASA. “Simplemente, se debe a una de las mayores tormentas magnéticas sucedidas en los últimos años, provocada por un filamento solar”, sintetiza Consuelo Cid Tortuero, investigadora de la Universidad de Alcalá de Henares y científica principal del Servicio Nacional de Meteorología Espacial (Senmes).
La fase conocida como máximo del pico solar parece haberse adelantado un año antes de lo previsto, según el físico Scott W. McIntosh, director del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de Estados Unidos (NCAR, pro sus siglas en inglés). Junto a su registro de la proliferación de manchas solares, McIntosh se apoya en la información que recopiló su equipo durante 20 años cotejando datos históricos de la intensidad solar desde 1750. Todo apunta a que el pico de intensidad llegará a finales de 2023 o principios de 2024, lo que supondría un “evento terminator”, según el científico norteamericano. Ese fenómeno terminator ocurre cuando acaba abruptamente el habitual ciclo solar, que dura 11 años, cambiando la polaridad del astro, y el nuevo ciclo comienza con más intensidad. Cuando termina un ciclo solar y se inicia el siguiente, el Sol puede experimentar enormes colisiones de campos magnéticos que dan como resultado gigantescos tsunamis de plasma que pueden cargarse en la superficie del astro durante semanas.
El geofísico Joan Miquel Torta confirma que sí nos encontramos en un ciclo solar más activo del esperado para la época, según las estimaciones de la previsión del modelo solar anterior, y traza un símil con habitar “una zona sísmica”: “Puede haber más actividad, pero que no todos los eventos sean críticos”, tranquiliza Torta, del Observatorio del Ebro (CSIC). En 2012, por ejemplo, se observó una potente eyección solar, pero no llegó a la Tierra. Para Cid, estamos “camino de llegar” a un pico solar, aunque matiza: “La peor parte es la descendente del ciclo, que es cuando hay muchos filamentos en el Sol”. Estos filamentos de los que habla Cid son protuberancias que pueden expulsar material solar al espacio, que suponen un peligro si están orientadas hacia nuestro planeta. Que haya un mayor número de manchas solares significa “más actividad y que la probabilidad de que salte algo es mayor”, afirma la científica del Senmes, centro fundado en 2014 que ofrece informes diarios y alertas en caso de eventos extremos relacionados con la actividad solar.
El ciudadano no tiene por qué preocuparse de las vulnerabilidades críticas de las grandes infraestructuras. “Pero a mí es lo que me quita el sueño”, se sincera McIntosh. “Alguien tiene que ser responsable por si la red eléctrica resulta dañada por un evento solar y no se puede depurar el agua, eso es importante”, sentencia el físico.
Torta, experto en seguridad geofísica y especializado en la vulnerabilidad de la red eléctrica frente a la meteorología espacial, categoriza las llamaradas solares en su máximo como “eventos de poca probabilidad, pero de muy alto impacto”, por la posibilidad de causar problemas a la red eléctrica o a los satélites. “Cuando este centro se fundó, hace 100 años, se hablaba de física cósmica para estudiar la relación Sol-Tierra”, rememora el científico del Observatorio del Ebro, para describir cómo cambió la apreciación de la ciudadanía respecto a su ecosistema galáctico.
El cambio de percepción respecto del espacio y de la relación humana con el cosmos se debe al aumento de los satélites y la electrificación. Una realidad que obliga a prestar mucha más atención a las llamaradas solares, ya que “estos fenómenos empezaron a afectar a los sistemas tecnológicos, a las infraestructuras que fuimos desarrollando, y de ahí nuestra dependencia”, sostiene Torta. Un desarrollo que viene “desde el siglo XIX con el telégrafo y ahora ha ido a más”, resume.
La vulnerabilidad del sistema
Todos los científicos consultados mencionan como la mayor tormenta solar el evento Carrington –por Richard Carrington, el astrónomo que lo documentó–, cuando en 1859 una fulguración extremadamente potente achicharró la red telegráfica de la época en Estados Unidos y Reino Unido, mientras la noche se volvió día en el Caribe, Hawái o las Canarias. Otro suceso icónico ocurrió en 1989 en Quebec (Canadá), donde la fulguración dejó fuera de funcionamiento una planta hidroeléctrica y “millones de personas se quedaron sin luz durante 12 horas”, rememora Miguel Herraiz, profesor emérito en la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad Complutense.
El salto de hace 200 años a la sociedad tecnocientífica contemporánea provoca nuevos peligros por sobrecarga del sistema: la caída de las emisiones de radio, la navegación por GPS o los satélites de comunicación. “Las tormentas geomagnéticas influyen muchísimo y en situaciones de altísima conductividad eléctrica perturban los equipos”, describe Torta, para quien existe ahora mayor concienciación respecto de la protección de las infraestructuras críticas. “La destrucción de un nudo eléctrico podría ser una catástrofe, equivaldría a meses de trabajo por la dificultad de reemplazo de las piezas”, detalla Herraiz.
El experto en geomagnetismo y vulnerabilidad del Observatorio del Ebro reflexiona: “No hay que dramatizar, ni tenemos que volvernos paranoicos, pero sí que conviene hacer el análisis de hasta qué punto somos vulnerables”. Torta señala que para que ocurra un “evento extremo” se deben dar muchas coincidencias extraordinarias: “No solo que la eyección encuentre a la Tierra en medio, sino que el campo magnético asociado a ese plasma que viaja con el viento solar tenga una polaridad que sea contraria a la del campo magnético terrestre para que se produzca un fenómeno que se llama reconexión magnética, que es el que manda, y eso es complicado”.
El investigador sugiere que cada país, necesita “conocer su red eléctrica, así como analizar cómo de dependiente es de su tecnología”. Con todo, el geofísico celebra que la sociedad se volvió también “más resiliente ante los fenómenos climáticos”, así como la tecnología, ya que los transformadores o los satélites no son como los de los años setenta.
Auroras sureñas
La Tierra se encuentra completamente sometida a la actividad del Sol y cuando esta alcanza niveles violentos en forma de erupciones o llamaradas solares (solar flares, en inglés) se generan incrementos de radiación y emisiones de partículas extremadamente energéticas que afectan directamente a nuestro planeta. Con regularidad, cuando impacta contra la Tierra una gran masa de plasma procedente del Sol, el viento solar, provoca tormentas geomagnéticas en las altas capas de la atmósfera. En la meteorología espacial, su manifestación más vistosa habitualmente se conoce como auroras boreales, visibles en la franja de los polos al norte y sur del planeta.
Pero si la tormenta es fuerte, las auroras pueden ser visibles en latitudes más bajas que, como hace semanas, incluyen a la Península Ibérica. El pico del ciclo solar, que provoca mucha más eyección de material desde el astro a la Tierra, es lo que provocó que se estén observando en el sur de Estados Unidos y Europa, lugares pocos acostumbrados por su proximidad al ecuador terrestre.
Para el profesor Herraiz, el aumento de avistamientos boreales ayuda a que se hable de la “geofísica del entorno espacial de la Tierra”. Un aspecto clave en este tema es la detección temprana de los fenómenos de la meteorología espacial, que puede permitir la adopción de medidas preventivas para disminuir los daños ante eventos solares extremos. Algo que el físico considera vital: “Cuanta más ciencia haya, mejor información tendremos y la prevención será más precisa”.
“La aurora es la manifestación más vistosa de las tormentas magnéticas que provoca la masa que proviene del Sol e impacta en la Tierra”, sintetiza María Teresa del Río Gaztelurrutia, del equipo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). La física aclara que son sucesos comunes, y que solo cuando se tratan de “eventos bestiales” pueden causar problemas. Eso provoca que el cielo brille en el crepúsculo de forma inusual con tintes morados, violetas y púrpuras, cuando los electrones y protones impactan con el oxígeno y nitrógeno terrestres.
El astroshow que puede observarse en el cielo crepuscular es la “cara amable”, indica Herraiz. Aristóteles, Séneca o Plinio el Viejo ya hablaron de luces celestiales inexplicables en los textos de su época, “lo que permite pensar que las auroras ya habían sido observadas en nuestras latitudes y que estos fenómenos atmosféricos son tan antiguos como el mundo, solo que ahora los registramos mejor”, concluye.
Jon Gurutz Arranz
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